La vida llama a la vida
Los océanos son el origen. La vida surgió en los
océanos hace 3500 millones de años y ahí se mantuvo durante 3000 millones de
años, que es mucho, mucho tiempo, a un nivel bastante simple, el de los
organismos procariotas y posteriormente eucariotas unicelulares que ya tenían
la capacidad de realizar fotosíntesis. Estos microbios foto autótrofos absorbieron
el exceso de dióxido de carbono en la atmósfera y liberaron oxígeno, que
comenzó a acumularse hace unos 2200 millones de años y eventualmente transformó
por completo a la atmósfera terrestre. Durante millones de años, y cientos de
millones, y miles de millones de años estos organismos se encargaron de crear
una atmósfera rica en oxígeno, que permitió el desarrollo de la respiración
celular aeróbica y el surgimiento de formas de vida más complejas. Es la vida
que creó las condiciones para que pudiera haber más vida en el planeta tierra.
La vida que llama a la vida. En cualquier parte del universo donde haya surgido
la vida, la vida quiere vivirse, y buscará las condiciones que permitan que
haya más vida.
Hace unos 610 millones de años surgen los primeros
organismos multicelulares, como las esponjas, las algas y los hongos, y algún
tiempo después, en la llamada explosión del cámbrico, hace 525 millones de
años, la vida se diversifica de una manera espectacular en un lapso
relativamente breve de tiempo a escala geológica. La vida se extendió por todas
partes, dando vueltas cada vez más amplias, encontrando formas cada vez más
complejas, porque las condiciones que se fueron gestando durante eones de
tiempo ya eran las propicias; le llevó a nuestro planeta tres mil millones de
años para desarrollar las condiciones idóneas para la vida, y cuando llegó el
momento la vida floreció por todos lados.
Hace unos 500 millones de años, la vida se trasladó
del océano a los continentes, cuando la atmósfera ya era respirable. Primero
fueron las plantas y los hongos y después todas las demás especies.
Los océanos cubren las dos terceras partes de la
superficie terrestre y de ellos ultimadamente depende toda la vida del planeta
tierra. Los océanos del planeta, que siempre nos parecieron ilimitados,
inagotables, resulta que no lo son, y actualmente se encuentran bajo intensa
presión, por distintas causas, todas relacionadas con la actividad humana.
El vertedero de nuestros desperdicios
Por un lado, los océanos resultaron ser un lugar muy
práctico para convertirse en nuestro basurero. ¿Qué proporción de la enorme
cantidad de desperdicios que produce nuestra sociedad de consumo ha ido a parar
al mar? Los basureros más grandes del mundo son los giros en cada uno de los
océanos del planeta. Mucha de esa basura que arrojamos alegremente por todos
lados va a dar a los ríos y eventualmente al océano. Particularmente el
plástico, esa gran invención de nuestro tiempo, tan útil y tan práctico que lo
usamos para todo, en todo tipo de productos de úsese una o dos veces y
deséchese para siempre, que tarda siglos en degradarse y que hemos liberado al
medio ambiente en cantidades prodigiosas, para que nuestros descendientes por
muchas generaciones tengan ocasión de recordarnos y de recordar a nuestra
civilización industrial como la que terminó con todo y al planeta entero lo
convirtió en un basurero.
A fines de los noventas un señor Charles Moore iba de
Asia a Hawái en su velero y como no tenía prisa por llegar se desvió de las rutas
frecuentadas y descubrió el gran giro del Pacífico norte, un área el doble del
tamaño de Estados Unidos en el que este señor dice que no daba crédito a sus
ojos porque llevaba una semana atravesándolo y lo único que veía era basura
flotando por todos lados, a pérdida de vista. Dice que era algo surrealista. Se
estima en cien millones de toneladas la cantidad de basura que está flotando
nada más en este giro, y hay otro en el Pacífico sur, en el Atlántico norte y
sur, en el océano Indico, y giros más pequeños en prácticamente todos los mares
del planeta.
En 1950, se produjeron cinco millones de toneladas de
plástico en todo el mundo. Actualmente se están produciendo alrededor de 260
millones de toneladas anuales, de las que se recicla menos de un
5%. Alrededor de 6,5 millones de toneladas van a parar a los océanos cada
año, donde se siguen acumulando por encima de los millones de toneladas que se
arrojaron el año pasado, y el anterior a ese, y así durante los últimos 60 o 70
años. El plástico tarda siglos en degradarse y ahí seguirá estando durante mucho
tiempo. Se calcula que en cada kilómetro cuadrado de océano en el planeta hay
un promedio de 13,000 objetos de plástico flotando libremente en la superficie.
Cada año mueren aproximadamente un millón de aves y cerca de 100.000 animales
marinos al confundir algún objeto brillante en la superficie del mar por un pez
y tragárselo. El objeto resulta ser un encendedor o un cepillo de dientes o una
tapa de botella o lo que sea y se les atora en la garganta y se asfixian. Hasta
un 90% de las aves que buscan su alimento en el océano tienen objetos de
plástico en sus aparatos digestivos.
Los desperdicios con los que estamos saturando los
océanos no se limitan tan solo al plástico por supuesto. Los océanos también
sirven de vertedero de toda clase de desechos industriales y del drenaje sin
tratar de nuestras ciudades y megalópolis. Asimismo, son millones de toneladas
de residuos de pesticidas y fertilizantes químicos que se utilizan en la
agroindustria los que son llevados por las lluvias a las desembocaduras de los
ríos, creando enormes zonas muertas donde no hay suficiente oxígeno para los
peces y lo único que puede vivir ahí son cierto tipo de algas y medusas. Este
proceso se conoce como eutrofización y se produce por un exceso de nitratos y
fosfatos presentes en dichos pesticidas y fertilizantes que se utilizan
pródigamente en la industria. Con ellos sucede lo mismo que con los plásticos:
se utilizan una sola vez pero su efecto nocivo perdura indefinidamente.
La enorme cantidad de desperdicios que hemos arrojado y
seguimos arrojando a los océanos no son sin embargo más que la punta del
iceberg. Son lo que vemos, pero al parecer estamos alterando la misma química
de los océanos. Antes de que comenzara la presente infatuación de nuestra
civilización industrial moderna con los combustibles fósiles, el balance PH del
océano, que mide su grado de acidez, se había mantenido relativamente estable
durante los últimos 20 millones de años. En los últimos doscientos años, desde
que comenzó la revolución industrial, hemos arrojado cantidades masivas de
dióxido de carbono a la atmósfera, y los océanos del planeta han absorbido una
cuarta parte de todas esas emisiones de carbono, haciéndose más ácidos en el
proceso. La acidez de los océanos se ha incrementado en un treinta por ciento
en el último par de siglos, lo que tiene y tendrá repercusiones muy graves en
toda la salud del ecosistema.
El exceso de acidez está afectando al fitoplancton,
que ésta en la base de la pirámide alimenticia y que está desapareciendo a un
ritmo preocupante. Según un estudio de una universidad de Canadá la cantidad
total de fitoplancton en el océano ha disminuido en un 40 por ciento desde 1950
y actualmente está desapareciendo a un ritmo del uno por ciento anual. Esto
tendrá un impacto en muchas otras especies marinas y terrestres. El declive del
fitoplancton sería un cambio más dramático en el delicado balance de la
naturaleza que la pérdida de las selvas tropicales, nos dicen los científicos.
El fitoplancton es un elemento crítico del sistema de soporte de vida
planetario, que produce la mitad del oxígeno que respiramos y ultimadamente
sostiene a toda la vida del océano. Los arrecifes de coral también están siendo
afectados, y podrían llegar a desaparecer a lo largo de este siglo.
La única manera de reducir la acidificación de los
océanos es reduciendo las emisiones de carbono. No hay vuelta de hoja. Y no
está sucediendo. Sin reducciones inmediatas y sustanciales la vida marina
enfrenta daños masivos e irreversibles de largas consecuencias en el transcurso
de nuestras vidas.
Una voracidad insaciable
Durante toda la historia de la humanidad la pesca ha
sido una importante, si no es que la principal, fuente de alimentos para una
buena parte de la población. Cualquier persona con una lancha o con una red
puede quizás obtener lo suficiente para alimentarse, y mientras la pesca fue un
asunto familiar o comunitario el mar era un lugar de una abundancia inagotable
donde la vida florecía en todo su esplendor. El mar tiene suficiente para satisfacer
las necesidades de todo mundo, pero no para satisfacer la ambición de todo
mundo. El problema empezó cuando empezamos a utilizar tecnologías cada vez más
avanzadas para ir a vaciar los océanos de peces; nuestra sociedad industrial
moderna es muy buena para explotar hasta el último recurso que encuentra y
nuestro sistema económico capitalista en el que todo, absolutamente todo, gira
alrededor del dinero, no podía dejar pasar de largo las enormes riquezas que se
encuentran en los mares.
En la actualidad la pesca industrial se ha vuelto tan
“eficiente” que estamos literalmente acabando con la vida de los océanos. Desde
mediados del siglo 19 fue cuando se fueron a acabar con todas las ballenas que
pudieron, llevándolas casi al punto de extinción. A principios del siglo 20
había quizás unas doscientas mil ballenas en todo el mundo; ahora no quedan más
de tres mil. No solo fueron las ballenas, también las focas, leones marinos,
cualquier cosa que se moviera. Arrasamos con todo. Las redes que se utilizan actualmente
pueden medir decenas de kilómetros de largo y llegan hasta el fondo del mar,
donde recogen y acaban con todo lo que encuentran a su paso. Una cuarta parte
de los 120 millones de toneladas de peces que se capturan cada año se vuelve a
arrojar al mar, ya muerto, porque no era lo que se andaba buscando. Eso
significa miles de millones de peces que mueren por nada. No solo son peces,
también tortugas, delfines, albatros y otras aves marinas que se atravesaron en
el camino de la red.
Acaba de salir un reporte del World Wildlife Fund y la
Sociedad Zoológica de Londres en el que se llega a la conclusión que entre 1970
y 2012 el número de peces y otros animales marinos ha disminuido en un 49 por
ciento en todo el mundo, es decir, que en tan solo cuarenta años acabamos con
la mitad de los peces que había en todos los océanos del planeta. Algunas
especies como el atún o la sardina han disminuido en un 74 por ciento. Nuestra
voracidad es insaciable y no le estamos dando oportunidad a los bancos de peces
para recuperarse.
El 52% de las pesquerías están completamente
explotadas o extintas. El 90% de los peces grandes de todos los mares han
desaparecido. Muchas poblaciones de peces han declinado al punto de que su
supervivencia se encuentra en peligro. Así como van las cosas, se estima que
para mediados de este siglo, es decir, en tan solo 3 ó 4 décadas, todas las
especies que se pescan actualmente para la alimentación se colapsarán.
El problema por supuesto es el modelo industrial de
explotación de los recursos, en el que el único criterio que cuenta son las
utilidades a corto plazo por encima de cualquier otra consideración como
sustentabilidad o viabilidad de los ecosistemas. Este modelo solo beneficia a
unos pocos individuos o empresas que se apropian de una riqueza que en realidad
no les pertenece a la vez que acaban con el modus vivendi de millones de
pequeños pescadores para los que cada vez será más difícil competir por
recursos cada vez más escasos.
Este reporte del WWF es consistente por cierto con
otro reporte que sacó el mismo organismo el año pasado en que nos decía que más
de la mitad de los animales salvajes que existían sobre la Tierra hace 40 años
han desaparecido, y eso incluye a mamíferos, reptiles, anfibios, aves y peces.
La diversidad biológica de nuestro planeta está desapareciendo delante de
nuestros ojos y en el transcurso de nuestras vidas. Este es el legado que les
estamos dejando a nuestros descendientes.
A bordo del Maya
Era 1984, acababa de terminar la universidad y tenía
unas ganas locas de salir a recorrer el mundo, y me enteré de una oportunidad
que ofrecía Transportación Marítima Mexicana, la compañía naviera más grande de
Latinoamérica, con docenas o cientos de barcos de carga que van a todas partes
del mundo. En aquel entonces tenían la política de que en cada una de sus
travesías podían llevar a dos o tres jóvenes como pasajeros hasta donde el
barco llegara; esto fue hace más de treinta años y no sé si lo sigan haciendo,
pero ciertamente era una gran oportunidad para viajar y conocer cosas
distintas.
Había una lista de espera y podían pasar meses antes
de que le tocara a uno su turno; finalmente llegó el mío y me tocó salir de
Manzanillo a bordo del barco Maya.
Era un barco muy grande, y llevaba sus bodegas llenas de garbanzo y otros
granos con rumbo a España. Durante la primera semana navegamos por el Pacífico,
luego cruzamos el canal de Panamá, el mar Caribe, el Atlántico y finalmente
llegamos a Gijón en Asturias al cabo de un mes exacto de haber partido.
Supuestamente iba uno trabajando en el barco a cambio
del pasaje pero en realidad ellos llevan sus tripulaciones completas y no
necesitan gente. A nosotros nos ponían a limpiar y barrer lo que nos llevaba un
ratito y todo el resto del día era para admirar la magnificencia del océano.
Y vaya que el mar es magnífico. Era el mar por todos
lados, hasta el infinito. Con una claridad del aire y noches tachonadas de
estrellas navegando en la total oscuridad. Ahí fue donde aprendí a reconocer
estrellas, con el tercer oficial que era el que nos las señalaba. En el
Pacífico me tocó ver manadas de delfines que venían por cientos y se ponían a
saltar y jugar carreras con el barco mientras los observábamos en proa a diez
metros de altura por encima de ellos.
El océano tiene toda clase de matices y está lleno de
sorpresas. Cada mar es distinto a todos los demás. El mar Caribe parecía una
inmensa gelatina, con tonalidades verdes y turquesas y el agua tan calma que el
barco ni siquiera levantaba espuma al atravesarla.
En medio del Atlántico el clima cambió. Había un
huracán en nuestro camino, que se veía como una nube oscura lejos en el
horizonte hacía donde nos dirigíamos. La penúltima noche antes de llegar al
huracán estaba despejado con una esplendida luna llena y la nube de la tormenta
allá al fondo, y entre la luna y la tormenta se formó un gran arco iris que
salía del mar, trazaba su arco y regresaba al mar, con todos sus colores
perfectamente definidos, como una puerta de entrada a otra dimensión. Algo así
aluciné. No sé qué tan comunes sean esos arcoíris de luna llena en medio del
océano; yo nunca he vuelto a ver algo parecido.
Dos o tres días después estábamos en medio del
huracán, con olas de diez o quince metros de altura que pasaban por encima del
barco y caían del otro lado. El barco subía y bajaba como una cáscara de nuez y
cuando parecía que se iba a ir para el fondo de nuevo volvía a salir para
arriba. Nosotros estábamos en el puente con los oficiales viendo el espectáculo.
Nos tenían prohibido salir afuera; los marineros que tenían que salir a
cubierta para hacer alguna maniobra iban amarrados con cuerdas para que no se
los llevara el agua.
La furia desatada del océano es impresionante.
Curiosamente no sentíamos ningún miedo. Ya está uno ahí, y no puedes ir a
ningún lado, así que mejor relájate y disfruta del espectáculo. Pase lo que
pase no puedes hacer nada. Nos llevó tres o cuatro días atravesar el huracán
hasta salir por el otro lado, y una semana después estábamos llegando a tierra.
Esa travesía fue toda una experiencia. Hay tantas
cosas en este planeta que no tenemos ni la menor idea. Es la capacidad de
asombro la que nos hace apreciar y respetar el mundo en el que vivimos.
Rompiendo el equilibrio
Y me puse a pensar en esos estromatolitos y eucariotas
que durante millones y cientos de millones y miles de millones de años
estuvieron limpiando la atmósfera del exceso de dióxido de carbono y liberando
oxígeno, creando las condiciones para que pudiera haber más vida.
La atmósfera primigenia, original, estaba demasiado
cargada de dióxido de carbono, así como lo está Venus actualmente, cuya
atmósfera está compuesta en un 97%, casi su totalidad, por dicho gas. Venus se
quedó atrapada en ese estado debido a su cercanía al sol; la tierra sin embargo
se enfrío lo suficiente y al formarse los océanos y surgir las primeras formas
de vida capaces de realizar fotosíntesis se dio el escenario para que la vida
pudiera desarrollarse en todo su esplendor.
La función de esas bacterias dentro del gran orden de
las cosas fue preparar el terreno para que la vida compleja pudiera
desarrollarse. Las cianobacterias consiguieron alterar a escala global las
condiciones que permiten que haya más vida; transformaron este planeta de un
lugar hostil, con una atmósfera irrespirable, en un planeta azul, en un oasis
de vida en medio de la inmensidad de un universo que es demasiado grande,
demasiado vacío, demasiado frío y demasiado inhóspito. No sabemos si haya vida
en otras partes del universo, y probablemente nunca lo sepamos, pero este
rincón donde nos tocó estar se convirtió eventualmente en un santuario de vida.
El universo es inconcebiblemente grande; nada más en
nuestra galaxia hay 150 mil millones de estrellas, y hay millones de galaxias
como la nuestra; y sí, es posible suponer que la vida haya surgido en otros
lados, y quizás sea más común de lo que pensamos, por lo menos a un nivel
bacteriológico, pero en cualquier caso de eso jamás nos vamos a enterar, porque
las distancias son tan grandes. Este es el único planeta que tenemos, y de aquí
no nos vamos a ir a ningún lado.
Y se me ocurrió que nosotros, nuestra especie, el homo
sapiens sapiens, estamos jugando el papel evolutivo inverso al que jugaron esas
cianobacterias. Si ellas se encargaron de crear las condiciones para que
pudiera haber más vida, nosotros estamos destruyendo la vida, y estamos
destruyendo las condiciones que permiten que haya más vida.
Lo que a las cianobacterias les llevó cientos y miles
de millones de años nosotros en los últimos diez mil años nos hemos encargado
de revertirlo, a un ritmo que se ha ido incrementando exponencialmente y que a
partir de la revolución industrial se disparó para arriba, llegando al punto
que en los últimos 50 o 60 años hemos transformado más al planeta que en toda
la historia previa de la humanidad. Estamos llevando a miles de especies a la
extinción, vaciando los océanos de peces, contaminando por todos lados,
destruyendo bosques, pantanos, humedales y cualquier ecosistema que se nos
ponga enfrente, en un frenesí de crecimiento que se nos fue completamente de
las manos. Ya hasta nos las hemos arreglado para provocar un cambio climático a
escala global. Como las cianobacterias, nada más que a la inversa. Y en un
lapso de tiempo extremadamente breve.
O sea que en el gran orden de las cosas, no estamos
funcionando como especie. Vamos en contra del flujo; hemos roto el equilibrio.
Si todo ecosistema tiende a un estado homeostático de máxima complejidad y
diversidad, nosotros vamos en la dirección contraria, destruyendo la
biodiversidad y transformando las energías vivas del planeta en sustancias
muertas como lo son el dinero o las montañas de desperdicios que generamos
diariamente. El planeta azul lo estamos dejando gris.
Yo no sé si todo esto tenga algún significado cósmico
pero echando a volar nuestra imaginación podríamos decir que los guardianes de
la galaxia posiblemente no estén muy contentos con el giro que dio nuestro
experimento. Este era un buen planeta a fin de cuentas, no teníamos porque
echarlo a perder.
En este texto pude darme cuenta que la vida surgió en los océanos, hace cientos miles y millones de años, que a las cianobacterias les llevo mucho tiempo encargarse de limpiar todo el dióxido de carbono de la tierra para que pudieran existir formas de vida mas complejas, pero una así como especie humana estamos haciendo las cosas mal, la actividad humana genera grandes destrucciones en los océanos, ya que hoy en día se explota hasta el mas mínimo recurso y la gran parte de los desechos humanos van a parar allá, lo que antes parecía inmenso, inagotable hoy en día nos damos cuenta como se va acabando y como de manera irreversible estamos acabando con nuestro planeta.
ResponderEliminarYeyetzin Narayana Rodríguez Álvarez 5101
ResponderEliminarCreo que en este ensayo podemos apreciar que el mar no solo es una extensión de agua enorme, si no que tiene una gran importancia para toda la vida que existe, que nosotros los humanos no razonamos los actos que cometemos en contra de nuestra naturaleza y que le arrebatamos al mar mas de lo que deberíamos. Es tal como dice la última parte, en lugar de hacer que la tierra mantenga las condiciones aptas para que nosotros permanezcamos con vida parece que vamos en contra de esto y nosotros mismos buscamos su destrucción.
Guadalupe Solyenitzin Matias Caro 5101
Todos estamos bien consientes de lo que pasa en nuestro planeta, no hace falta ir mas allá de nuestro pueblo para darnos cuenta de que nuestro planeta está deteriorándose cada día mas y mas debido a nuestros actos inconscientes que tenemos para con nuestro entorno, como en el ensayo lo dice; tuvo que pasar mucho tiempo para que en nuestro planeta se desarrollara vida por llamarla de algún modo simple y aún mas para que la vida humana existiera, sin embargo a nosotros parece no importarnos, cada cosa, cada objeto que nosotros desechamos a algún lugar tiene que ir a parar, y ese lugar es el suelo o bien a aquellos lugares inmensos llenos de agua a los que llamamos océanos y el problema está en que todo tiene efectos secundarios, en este caso nada favorables para la preservación de nuestra especie y tal parece que la vida terminará donde comenzó; en el océano. Dorali Plata Modesto 5101
ResponderEliminarEn este ensayo no hace falta ir más allá de océanos para darnos cuenta de lo que pasa en nuestro planeta y no solo ahora, si no desde hace años; efectivamente no sólo los océanos son una extensión de agua enorme si que tiene una gran importancia para todos y parece que eso no lo vemos. Como bien se dice ahí aun no estamos conscientes del gran daño que estamos causando, no estamos funcionando como la especie que somos, se supone que eso deberíamos hacer, pero no, al contrario solo estamos acabando con él, si nos ponemos a pensar cuando tiempo le costó a las cianobacterias encargarse de limpiar todo el dióxido de carbono de la tierra para que pudieran existir formas de vida mas complejas,para que nosotros con la tecnología o simplemente nuestra conciencia no podamos ayudara crear un planeta mejor, creo que aun tenemos los ojos cerrados y no nos damos cuenta de lo importante que ésto es y de lo brutescos que hemos sido con ello, creo que nos falta una gran lección sobre ésto para que por fin, todos, podamos ver lo que sucede, pero cuando eso pase, ya será demasiado tarde.
ResponderEliminarAna Estrella Sanagustin Patricio, 5101.
En el texto se puede observar el gran problema que esta causando daño en nuestro planeta, pues nosotros no somos capaces de hacer algo para salvarlo. El agua es muy importante para nosotros, pero aún así no la cuidamos. Toda la basura que tiramos en zonas donde hay agua tarde o temprano irán a parar a los océanos, y al contaminar los océanos, también afectamos a los animales que viven en el agua, también las aves que buscan alimento en la superficie del mar, y lo único que encuentran es basura. Nos hemos dedicado a destruir nuestro planeta, y cuando el agua nos haga falta nos vamos a arrepentir del daño causado.
ResponderEliminarJosé Francisco Molina Santos, 5101
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEn lo personal creo que él ensayo es bastante interesante ya que nos invita a reflexionar sobre como ah ido surgiendo la vida, los años en que tardaron para empezar a desarrollarse las especies, cómo es que actualmente existe tanta diversidad, pero sobre todo la forma en que nosotros los humanos hemos ido destrullendo nuestros ecosistemas.
ResponderEliminarSomos una especie egoísta que no valoramos lo que tenemos, que no cuida lo poco que nos queda, una especie qué solo busca satisfacer sus necesidades a costa de lo que sea, no observamos que la culpa de los cambios climáticos, la extinción de animales, la pérdida de áreas verdes, él calentamiento global, la deforestación, entre otros problemas, los estamos causando todos y cada uno de nosotros.
Solo pararemos de destruir hasta que ya sea demasiado tarde, hasta que ya no exista más remedio que tratar de subsistir con lo que poco que quedará.
Aún estamos a tiempo, tenemos que hacer consciencia.
Alma Jazmín Molina Gómez , 5101.
Lo único que queda hacer como los sobrevivientes de este mundo, que cada vez va más en retroceso, es realmente hacer conciencia de qué es lo que está pasando (o lo que le estamos haciendo) a nuestro alrededor, a nuestro planeta, ¡a todo lo que le llamamos vida!.
ResponderEliminarNo únicamente poner atención a lo que son los mares, ríos y oceanos, pero sí hacer un gran hincapié en ello porque fue, es y será lo que da función a nuestra subsistencia. Pues como se menciona en el ensayo, gracias a los organismos unicelulares que surgieron en el agua fue que se dió lugar a todo un manjar de desarrollo evolutivo y vida.
Quizás no seamos unos especialistas en cuidado ambiental o ecología, pero con un "pequeño grano de arena" que aportemos, poco a poco y en conjunto se hará la diferencia; dar ese cambio radical para no ir a la perdición total de lo único con lo que contamos (por lo menos actualmente).
Jasiel Reynoso Amador, 5101.
Lo único que queda hacer como los sobrevivientes de este mundo, que cada vez va más en retroceso, es realmente hacer conciencia de qué es lo que está pasando (o lo que le estamos haciendo) a nuestro alrededor, a nuestro planeta, ¡a todo lo que le llamamos vida!.
ResponderEliminarNo únicamente poner atención a lo que son los mares, ríos y oceanos, pero sí hacer un gran hincapié en ello porque fue, es y será lo que da función a nuestra subsistencia. Pues como se menciona en el ensayo, gracias a los organismos unicelulares que surgieron en el agua fue que se dió lugar a todo un manjar de desarrollo evolutivo y vida.
Quizás no seamos unos especialistas en cuidado ambiental o ecología, pero con un "pequeño grano de arena" que aportemos, poco a poco y en conjunto se hará la diferencia; dar ese cambio radical para no ir a la perdición total de lo único con lo que contamos (por lo menos actualmente).
Jasiel Reynoso Amador, 5101.