La vida es un moho
Fueron varios los factores que hicieron posible que
surgiera la vida en este planeta que es nuestro hogar, así como el de todas las
demás especies. Toda vida necesita de energía, y la principal fuente de energía
es el sol, que nos da luz y calor en la medida necesaria y suficiente. Si
estuviéramos un poco más cerca o un poco más lejos del sol, la vida en la
tierra se hubiera desarrollado de una manera muy distinta, y a partir de cierto
punto quizás no se hubiera desarrollado en lo absoluto. La distancia es la
justa para que el agua pueda existir en los tres estados, líquido, sólido y
gaseoso; hasta donde sabemos es indispensable el agua líquida para que pueda haber
vida.
La otra fuente de energía que hizo posible la vida en
el planeta es el calor interno de la tierra. Desde hace 4600 millones de años
cuando la tierra se formó junto con el resto del sistema solar, el
núcleo irradia continuamente un calor intenso hacia fuera; el interior del
planeta actualmente está a una temperatura de entre seis mil y siete mil grados
centígrados, pero en los primeros dos o tres mil millones de años la
temperatura era mucho mayor; poco a poco se ha ido enfriando y eventualmente se
va a terminar de enfriar por completo y se convertirá en una roca fría y muerta
como lo es la luna o tantos otros cuerpos celestes que hay por ahí. Este calor
interno de la tierra es producido por la desintegración del uranio y otros
elementos radiactivos, así como del calor residual de la formación planetaria.
El planeta tierra es una roca que irradia calor hacia
el espacio exterior, y el espacio exterior es un lugar muy frío; cuando esto
sucede se produce el fenómeno de condensación. Es algo así como cuando estamos
en una habitación caliente y hace mucho frío afuera, y las ventanas se empañan.
Eso que se empaña es una película muy fina de vapor de agua que en el caso de
la tierra se llama atmósfera, y que para el tamaño de la tierra es una capa
extremadamente delgada y es la que permite que haya vida en el planeta.
Cuando nos ponemos a ver el tamaño del planeta tierra
(casi 6400 kilómetros de radio) y la
porción del planeta donde hay vida (lo que se llama la biosfera) nos
damos cuenta que esta capa donde hay vida es minúscula en comparación con el
tamaño del planeta. El punto más alto en la superficie terrestre es el
Chomolungma, también conocido como Everest, con casi nueve kilómetros de altura
sobre el nivel del mar. Los océanos tienen una profundidad promedio de casi
cuatro kilómetros, aunque hay depresiones más profundas, como la fosa de las
Marianas que llega a once kilómetros de profundidad, y a esa profundidad, donde
no llega la menor luz ni calor del sol y donde la presión del agua es enorme,
hay formas de vida para nosotros rarísimas que viven del calor de la tierra que
emana en fumarolas en el fondo del océano.
Entre el punto más alto y el punto más profundo no hay
más de veinte kilómetros de diferencia: esa es la parte del planeta donde hay
vida. En realidad, el 99 por ciento de la vida en el planeta se concentra en
una franja bastante más angosta. Sobre la superficie terrestre, la capa vegetal
que cubre las islas y los continentes es de tan solo unos cuantos metros de
espesor. Por lo general hay una capa de tierra negra fértil, el humus, de tan
solo unos cuantos centímetros de espesor, y por debajo hay otra capa de barro y
arcilla que ya no tiene la misma fertilidad, y a dos o tres metros de
profundidad nos topamos con la roca. Las raíces de los arboles pueden
extenderse varios metros y supongo que todavía se pueden encontrar bichos y
bacterias a 30 o 50 o 100 metros para abajo, y eso es todo.
La tierra es una roca y la vida es un moho que le
salió al planeta tierra como el que le sale a los muebles o los libros o la
ropa o lo que sea cuando hay mucha humedad. A los objetos les sale un polvito
verde que lo levanta uno con el dedo o con un trapo, un polvo muy fino que es
materia orgánica; es vida. Eso fue lo que le salió al planeta tierra cuando se
dieron las condiciones adecuadas de humedad y flujos de energía. Nosotros somos
parte de ese moho.
En el espacio todo se mueve y en el tiempo todo se transforma
Una de las leyes del universo es que todo está en un
constante proceso de cambio, en el espacio y en el tiempo. No hay nada que sea
estático o que esté en reposo. En el espacio todo se mueve y las leyes que
rigen ese movimiento son de una asombrosa simplicidad en su complejidad
asombrosa. La música de las esferas. Y en el tiempo todo se transforma. Las
condiciones cambian, y son las formas de vida las que se tienen que adaptar a
esos cambios. Una vez que surge la vida en algún lado, la vida se aferra; la
vida quiere vivirse y el imperativo de la vida es seguir viviendo. La vida
puede ser muy resiliente, pero también puede ser extremadamente frágil.
En 3500 millones de años que ha habido vida en nuestro
planeta ha habido incontables especies que han pasado por el escenario; durante
los primeros tres mil millones de años las formas de vida eran bastante simples
y en algún momento se dieron las condiciones para que surgieran las formas de
vida más complejas. Durante todo ese proceso la tierra ha estado cambiando
continuamente; la tierra es geológicamente activa, y las condiciones cambian
todo el tiempo. De un día para el otro es muy poco lo que cambia, o no nos
damos cuenta, pero a escala geológica es un constante proceso de cambio y
transformación.
Y son las formas de vida las que se adaptan a esos
cambios, en un proceso que se llama evolución. Las especies se transforman; se
hacen más grandes o más chicas, o más rápidas o más fuertes; cada especie
encuentra su nicho y ahí se mantiene hasta donde las condiciones lo permiten.
Hay especies perfectamente adaptadas a su medio, y cuando el medio se
transforma tienen que adaptarse a las nuevas circunstancias; las que no lo
consiguen se extinguen y quedan fuera del juego.
Esos cambios están sucediendo continuamente a ritmos
relativamente lentos aunque a veces se pueden dar cambios muy rápidos en lapsos
muy breves de tiempo. Mientras más lento sea el cambio más oportunidad tienen
las especies de adaptarse; cuando el cambio es demasiado rápido puede ser
devastador para muchas especies que no encuentran la manera de sobrevivir en
condiciones adversas. Eso fue lo que sucedió hace 65 millones de años cuando un
asteroide de unos 15 kilómetros de diámetro cayó fuera de la costa de lo que
actualmente es Yucatán, en lo que se conoce como el cráter de Chicxulub, que
desencadenó efectos medioambientales que afectaron a la totalidad del planeta.
Los dinosaurios, que habían sido la especie dominante durante 165 millones de
años y estaban en la cima de la cadena alimenticia resultaron ser los más
vulnerables y finalmente desaparecieron. Las especies más pequeñas fueron las
que tuvieron más capacidad de adaptación y sobrevivieron.
Otro ejemplo de cambios demasiado rápidos que no le
dan oportunidad a las especies de adaptarse es exactamente lo que está
sucediendo ahora con el cambio climático y el impacto de nuestras actividades
en el medio ambiente. La transformación que estamos haciendo del planeta tierra
está sucediendo demasiado rápido para que muchísimas especies se puedan
adaptar. Demasiado rápido estamos hablando de 50 o 100 años que nos puede
parecer mucho tiempo pero a escala geológica es un abrir y cerrar de ojos. En
los últimos 50 o 60 años ha desaparecido quizás hasta la mitad de la cantidad
de vida silvestre tanto en tierra firme como en los océanos; bosques, selvas,
pantanales y todo tipo de ecosistemas están desapareciendo o están seriamente
degradados y contaminados. Este asalto y alguien diría profanación del mundo
natural que estamos llevando a cabo no muestra ninguna señal de frenarse o
detenerse; al contrario, se sigue acelerando, y es, repito, demasiado rápido
para que el mundo natural se pueda adaptar. Esto va a provocar y está
provocando toda una serie de consecuencias que ni siquiera nos podemos alcanzar
a imaginar.
Provocando nuestra propia extinción
El cambio climático no es más
que un aspecto, o un síntoma, de la problemática ambiental en la que nos
encontramos. Y ni siquiera es el más grave.
La dramática pérdida de
biodiversidad que está ocurriendo a nuestro alrededor por todos lados tiene el
potencial de alterar radicalmente las condiciones de vida en el planeta tierra
tal como las conocemos. Es un círculo vicioso, que se retroalimenta a sí mismo:
mientras más se altera el medio ambiente, más especies desaparecen, y mientras
más especies desaparecen, más se altera el medio ambiente. El proceso empieza
lentamente y va agarrando vuelo a medida que se altera el equilibrio
homeostático de un ecosistema, y en algún momento se convierte en una
avalancha.
Ese es el punto en el que nos
encontramos. Acaba de salir un reporte, de tantos que salen últimamente, en la
revista Science en que científicos de
varias universidades encuentran que el ritmo actual de extinción de especies es
por lo menos cien veces mayor que el que sería si no hubiera impactos de
actividades humanas como el cambio climático, deforestación y contaminación. Si
esta tendencia continúa, “le llevará varios millones de años a la vida para
recuperarse, y nuestra propia especie probablemente desaparecería desde muy al
principio”. El reporte agrega que no hay duda que estamos entrando en lo que
sería el sexto evento de extinción masiva, y el ritmo de extinción ha llegado a
niveles sin paralelo desde el último de estos eventos hace 65 millones de años,
cuando cayó el asteroide de Chicxulub, y acabó con los grandes reptiles también
llamados dinosaurios.
La situación es bastante peor de lo que se pensaba, y está sucediendo a un
ritmo mucho más rápido que en anteriores eventos de extinción masiva, que
pudieron haberse llevado miles o decenas de miles de años en suceder. En
nuestro caso está sucediendo en un lapso de un par de siglos. Básicamente
“estamos cortando la rama en la que estamos sentados”, es la conclusión a la
que llegan.
Entonces hay una situación que está ocurriendo delante de nuestros ojos, de
la que todos nos podemos dar cuenta, aunque preferimos no hacerlo, pero no por
eso está dejando de suceder. Sucede aquí en la región donde vivo, donde
cantidad de animalitos silvestres que se veían hasta no hace mucho ahora son
conspicuos por su ausencia. Las personas mayores nos dicen que cuando eran
jóvenes había más vida silvestre por todos lados. En México han desaparecido
cantidad de especies, y muchas más están a punto de hacerlo. En cualquier parte
del mundo es la misma historia. La paloma migratoria, que era el ave más
numerosa de América y probablemente del mundo, que se contaba en miles de
millones de ejemplares, la cazaron hasta la extinción. No quedó una sola. Hace
200 años había 60 millones de búfalos, cien años después solo quedaban 500.
Hace 100 años había unas 200,000 ballenas en todos los océanos del mundo; ahora
solo quedan como 3000. Literalmente estamos vaciando los océanos de vida: los
barcos-factoría con sus redes de arrastre que miden kilómetros de largo arrasan
con todo lo que encuentran. Y seguimos destruyendo ecosistemas, acabando con
bosques y manglares, arrojando nuestros desperdicios por todos lados,
contaminando por doquier… ¿qué es lo que nos pasa?
Pero nos creemos los dueños
del planeta, ¿no es así?
Ahora bien, no es por sonar
alarmista, que suene como suene nadie nos hace el menor caso, pero en un evento
de extinción masiva son las especies dominantes, las que están en la cima de la
pirámide alimenticia, las que resultan ser más vulnerables y las que tienden a
desaparecer más fácilmente, porque dependen de todas las que están abajo. Ya va
siendo hora de que nos caiga el veinte de que si nos llevamos a todas esas
especies por delante nosotros también nos vamos con ellas.
Un experimento fallido de la naturaleza
Nuestra especie, el homo sapiens, surgió hace unos 200,000
años en el este de África, en lo que actualmente es Etiopia, y viene de una
larga línea evolutiva que se pierde en la noche de los tiempos. Se ha estimado
que las líneas evolutivas de los seres humanos y de los chimpancés se separaron
hace 5 a 7 millones de años. Desde entonces ha habido numerosas especies del
género Homo, todas ellas extintas con excepción del Homo sapiens.
Entre las especies Homo que
nos precedieron estuvo el habilis que
surgió hace 2.5 millones de años y desapareció hace 1.4 millones, con un
volumen craneal de 600 cm³; el erectus,
con cráneo de 1000 cm³, que surgió hace 2 millones y desapareció hace 300,000
años; el antecessor (800,000 -
350,000 años); el homo heidelbergensis
(600,000 - 250,000 años) con capacidad craneal de 1400 cm³, y muchas más. El homo sapiens tiene un volumen craneal de
1700 cm³.
En el pasado, el género Homo
fue más diversificado, y siempre había varias especies que coexistían
simultáneamente. Nuestros primos, los neandertales, surgieron hace unos 230,000
años y durante la mayor parte de ese tiempo fueron nuestros contemporáneos.
Eran muy parecidos a nosotros, con cerebro moderno e inteligentes. Eran expertos
cazadores, tenían un lenguaje simple, utilizaban adornos personales y
sepultaban a sus muertos. Desde su extinción, hace apenas 24,000 años, y la del
Homo floresiensis, hace unos 12 000
años, el Homo sapiens es la única
especie conocida del género Homo que aún perdura.
Desde hace 200.000 años los
sujetos de la especie Homo sapiens tenían un potencial intelectual equivalente
al actual, pero el que se tuviera ese potencial no significa que se utilizara;
pasaron milenios para que se activara. Teníamos el cerebro, pero no habíamos
aprendido a utilizarlo, y todavía estamos en proceso de aprender.
Todas esas especies que nos
precedieron fueron fase terminal. No sabemos cuál es el futuro de nuestra
propia especie. No hay nada en la naturaleza, absolutamente nada, que garantice
nuestra viabilidad como especie a largo plazo. O mediano. O corto. No hay
mandato divino, y cuando las cosas se pongan feas no va a venir nadie a
sacarnos de nuestros problemas. Así como van las cosas pareciera que
estuviéramos empeñados en demostrar, yo no sé a quién, que somos capaces de
provocar nuestra propia extinción.
En algún momento de esa larga
noche de los tiempos, al avanzar a lo largo de ese proceso evolutivo, y a
medida que nuestra capacidad cerebral se fue haciendo más grande, desarrollamos
algo que se llama “inteligencia”, lo que sea que eso signifique. Tenemos la
capacidad de pensar, y de pensar que pensamos, lo que se llama pensamiento
abstracto. La inteligencia fue un arma evolutiva que le permitió al homo
sapiens sobrevivir y que ultimadamente nos ha servido para dos cosas. Nos
convirtió en la especie dominante del planeta, porque en este momento somos la
especie dominante, o por lo menos eso creemos. Y también nos sirvió para acabar
con él. Gracias a la inteligencia nos apropiamos de este mundo, y gracias a la
inteligencia lo estamos destruyendo. Estamos llevando a miles de especies a la
extinción, acabando con la diversidad biológica, alterando todos los
ecosistemas y hemos roto el equilibrio con el mundo natural.
Es una lástima que esa
inteligencia no haya venido acompañada de una mayor visión, porque somos
incapaces de pensar a largo plazo. Somos incapaces de ver más allá de nuestros
intereses personales e inmediatos. Ni siquiera nos damos cuenta del mundo que
le estamos dejando a las generaciones inmediatamente venideras, la de nuestros propios
hijos.
A lo mejor resulta que la
inteligencia no fue más que un callejón sin salida de la evolución, un
experimento fallido de la naturaleza. Lo que se necesitaba no era tanta inteligencia
sino una mayor conciencia. Todavía somos muy inmaduros como especie. Es posible
que esa conciencia la desarrollemos en algún momento, pero solo después de
haber aprendido algunas lecciones que nos esperan a lo largo del camino.
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