Un planeta que
nos quedó chiquito
La crisis ambiental que define a nuestro tiempo se va
a manifestar y se está manifestando en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Quizás no nos demos cuenta del deterioro del mundo natural o no le damos la
debida importancia, pero de lo que sí nos vamos a dar cuenta es del deterioro
en nuestras condiciones de vida.
La economía mundial es un castillo de naipes basado en
el mito del progreso y del crecimiento económico hasta el infinito, y que
necesita seguir creciendo constantemente utilizando toda clase de recursos que
tienen que venir de cada vez más lejos y más profundo. Fue un largo proceso el
que llevó a la economía mundial a crecer hasta el punto en el que nos
encontramos y abarcar prácticamente todos los rincones del planeta tierra. La
etapa actual de este proceso es lo que se conoce con el nombre de globalización
y que básicamente significa que este planeta ya nos quedó chiquito.
Actualmente necesitamos como un planeta y medio para
satisfacer nuestras necesidades como especie aunque si todo mundo tuviera el
nivel de vida que se tiene en los países desarrollados se necesitarían cinco.
Cada año cae más temprano la fecha en la que supuestamente ya rebasamos la
cuota de sustentabilidad para el año entero lo que significa que nuestra deuda
ecológica se va haciendo cada vez mayor. Prácticamente nos estamos comiendo el
futuro.
Hay recursos críticos para el funcionamiento del sistema
que no pueden durar eternamente. Recursos como combustibles fósiles, metales y
minerales que estamos utilizando a un ritmo que no se puede sostener. Las
guerras por el petróleo comenzaron hace ya un buen rato y el control por lo que
queda puede llegar a provocar un conflicto nuclear. En lugar de seguir
políticas que fomenten una utilización racional de los recursos queremos seguir
creciendo a toda costa; nuestra voracidad es insaciable y nuestra visión a
futuro es muy corta.
Los economistas mientras tanto viven en un mundo de
fantasía creyendo que el mundo natural es un subsistema de la economía humana y
que los recursos son inagotables. La contaminación y la destrucción de los
ecosistemas se consideran externalidades de las que no hay que preocuparse
mucho; ya serán otros los que paguen los platos rotos. Cada año cuando se
publican las estadísticas y los índices de crecimiento de la macroeconomía se
hace un ritual en el que todo mundo se felicita y se dan palmaditas en la
espalda, muy contentos de que el PNB aumentó en un dos o tres por ciento.
A medida que llegamos a los límites del crecimiento,
que acabamos con todos los recursos y que ese castillo de naipes se empieza a
venir para abajo, podemos suponer que los economistas y los políticos serán los
últimos en darse cuenta; van a seguir dándose palmaditas en la espalda mientras
el mundo a su alrededor se cae en pedacitos. No nos engañemos: la crisis de
nuestro tiempo es ecológica y es la economía humana la que es un subsistema del
mundo natural, del que dependemos por completo. La economía global no podrá
sobrevivir al deterioro de la base ecológica que la sustenta.
La madre de
todas las burbujas
Entonces, de lo primero que nos vamos a dar cuenta es
de la crisis económica. A medida que los recursos que corren por el sistema son
cada vez más escasos y repartidos entre cada vez más gente, la riqueza que se
genera tiende a concentrarse en unas cuantas manos. Es la naturaleza del
sistema.
Literalmente estamos hipotecando nuestro futuro.
Consumiendo recursos renovables y no renovables a un ritmo insustentable, nos
hemos acostumbrado a vivir de crédito. El leitmotif
de nuestro tiempo podría ser: “Consuma ahora, pague después”. El dinero ya no
alcanza y todo mundo se endeuda simplemente con tal de mantener el nivel de
vida al que estamos acostumbrados. No podemos concebir la idea de empezar a
vivir con menos.
Estados Unidos ha sido el motor de la economía mundial
durante el último siglo. Con el cinco por ciento de la población del planeta,
consumen la tercera parte de los recursos y la energía. Y no les alcanza,
necesitan más y más. Están enfermos de consumismo. Pasaron de ser la principal
nación acreedora del mundo a la principal nación deudora en algo así como 30
años. La deuda externa de Estados Unidos corre por los billones de dólares. Más
del cinco por ciento del presupuesto federal de cada año es tan solo para pagar
los intereses de la deuda. Se siguen endeudando y endeudando y para pagar todo
eso encontraron la fórmula mágica: simplemente inventan el dinero de la nada.
Así, de la nada.
En un proceso conocido con el eufemismo de
“facilitamiento cuantitativo”, se ponen a crear todo el dinero que necesitan.
Así como le hacía Pancho Villa con su Banco de Chihuahua, con el que pagaba
todos sus gastos. La diferencia es que ahora ya ni siquiera necesitan imprimir
el dinero: son puros datos en computadora. Es toda una economía virtual que se
ha ido inflando e inflando, cada vez más divorciada de la realidad, y que se
puede mantener solo mientras la gente siga creyendo en la ilusión. Cuando la
gente se dio cuenta que el dinero que imprimía Villa no tenía nada que lo
respaldara, su valor se vino para abajo. Algo así le va a suceder al dólar, por
eso están tan desesperados porque se siga utilizando como moneda de reserva
mundial y no pueden tolerar que ninguna nación se les salga del huacal.
Mientras el sistema pueda seguir creciendo, la ilusión
se mantendrá por un ratito más, pero cuando inevitablemente se le acabe el
combustible y nos topemos con los límites de un planeta que ya nos quedó chico,
nos espera un encontronazo con la realidad en lo que pinta como la madre de
todas las burbujas económicas.
Así como están las cosas, es la clase media en México,
Estados Unidos y en todos lados, la que está viendo erosionarse más rápidamente
las condiciones de vida que todo mundo creyó que eran normales y que de alguna
manera nos correspondían. En realidad, la vida no nos debe nada, y de hecho en
algún momento nos va a cobrar la cuenta de lo que le estamos haciendo al mundo
en el que vivimos.
Una creciente
disfuncionalidad
La crisis económica que está empezando a manifestarse
a nuestro alrededor no viene sola por supuesto. Detrás de ella, y pisándole los
talones viene la crisis social. Cuando una economía está en crecimiento hay más
oportunidades para todos, y maneras de ganarse la vida, y las tensiones
sociales tienden a diluirse. Cuando los recursos empiezan a escasear y la
economía entra en recesión incapaz de seguir creciendo, todas esas tensiones
que se habían mantenido latentes de repente se despiertan, se exacerban y
convergen. Todo mundo quiere más y más y no alcanza para todos.
Este proceso no es nada nuevo, ha sucedido en cantidad
de ocasiones a lo largo de la historia. Cada civilización, de todas las que han
pasado por el escenario de la historia, tiende a crecer hasta donde su entorno
físico y su nivel tecnológico lo permiten, hasta llegar a un punto de máxima
expansión y complejidad, en el que no puede mantenerse estable durante mucho
tiempo. La población sigue creciendo, las necesidades son cada vez mayores, y
en algún momento los recursos no son suficientes para mantener funcionando el
orden de las cosas al que todo mundo ya se acostumbró. Viene entonces lo que se
conoce como la decadencia de una civilización, que es una pérdida progresiva de
complejidad y que puede durar un poco más o un poco menos, pero a todo lo largo
implica enormes niveles de disrupción y sufrimiento, a medida que los sistemas
que le dan cohesión a la sociedad se empiezan a resquebrajar.
Ese es el punto en el que nos encontramos. Nuestra
propia civilización, que es, con mucho, la más destructiva y voraz de las que
han pasado por el escenario, no se encuentra al margen de la historia.
A medida que empiecen a escasear recursos críticos
para el funcionamiento del sistema podemos esperar una creciente
disfuncionalidad que se va a manifestar en todos los aspectos de la vida diaria
y en todos los niveles de la sociedad. Esa disfuncionalidad ya está presente, y
la vemos en el recrudecimiento de las guerras, en los índices de criminalidad y
en los niveles de desigualdad social y de represión por parte del estado, pero
a medida que escaseen los recursos esa disfuncionalidad se va a hacer cada vez
más marcada. Podemos esperar crisis económicas, desempleo, disturbios sociales,
un deterioro progresivo de los sistemas de salud, educación, infraestructura y
producción de alimentos, y un creciente cuestionamiento de la capacidad que
tienen las élites para gobernar. En el ocaso de toda civilización las minorías
dominantes tienden a hacerse cada vez más dominantes y opresivas y a aferrarse
a sus privilegios hasta las últimas consecuencias, y podemos suponer que no va
a ser una excepción en nuestro caso. Para la gente común y corriente la pérdida
progresiva de complejidad de nuestra sociedad se va a traducir en una creciente
incapacidad para satisfacer las necesidades más básicas y en un aprender a
vivir con menos recursos, opciones y oportunidades.
Lo más importante, y lo más difícil, es reconocer la
naturaleza de la situación en la que nos encontramos. En la medida en que podamos
ver esta situación desde la perspectiva más amplia posible, tendremos más
margen de acción para cualquier tipo de maniobras; ese margen de acción de por
sí es limitado y a medida que dejemos pasar el tiempo se irá haciendo más
estrecho.
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