Todo cambio genera resistencia
La concepción que tenemos del mundo y del universo en
el que vivimos ha cambiado a lo largo del tiempo. Durante la mayor parte de la
historia de la humanidad no teníamos una idea muy clara ni de la forma ni del
tamaño de nuestro planeta. Se creía que vivíamos en un disco plano sostenido
quizás por tortugas o columnas y que estaba fijo e inmóvil en el centro de una
inmensa esfera, la bóveda celeste, de la cual colgaban las estrellas y que daba
vueltas a nuestro alrededor. Nosotros no nos damos cuenta del movimiento de la
tierra; somos demasiado pequeños para percibirlo; lo que vemos es que el sol
sale por el este y se mete por el oeste y lo lógico era suponer que el sol y
las estrellas giraban en torno nuestro. A nadie se le ocurría pensar que quizás
era la tierra la que daba una vuelta completa sobre su propio eje cada 24
horas.
Esta es la base del sistema tolemaico. Claudio Tolomeo
fue un astrónomo griego que vivió en el siglo dos y su concepción del universo
se convirtió en la ortodoxia de la época. Su modelo geocéntrico en el que la
tierra permanecía estática en el centro de todo de hecho era bastante elaborado;
había una serie de esferas concéntricas
con movimientos propios y fluctuaciones independientes, y eran
necesarios años de estudio para llegar a entenderlo por completo.
Esta manera de entender el universo fue la norma durante
1500 años: era lo que todo mundo creía y lo que se enseñaba en las escuelas; no
se cuestionaba ni se ponía en duda. Era el paradigma vigente.
Y es muy difícil ir en contra de lo que la mayoría de
la gente cree, por más erróneas u obsoletas que resulten ser esas creencias,
como lo supo Nicolás Copérnico, un monje polaco que en la primera mitad del
siglo dieciséis se dio cuenta que el modelo tolemaico simplemente no funcionaba
y no podía explicar los movimientos aparentes de los astros.
Él propuso una teoría en que la Tierra giraba sobre sí
misma una vez al día y daba una vuelta completa alrededor del Sol una vez al
año. A nosotros ahora, en el siglo 21, esto nos puede parecer evidente, pero en
aquel entonces era algo revolucionario, que rompía con el orden establecido y
alteraba la normalidad. El simple hecho de decirlo era peligroso y podía uno
terminar quemado en la hoguera, y por eso Copérnico se esperó hasta estar en el
lecho de muerte para decidirse a publicar su obra, De revolutionibus orbium
caelestium (Sobre las revoluciones
de los cuerpos celestes), en 1543. El libro fue por supuesto condenado por la
iglesia, pero a él ya no le podían hacer nada.
Casi cien años después de su muerte, Galileo Galilei,
para entonces un anciano venerable y uno de los eruditos más respetados de
Europa, se metió en camisa de once varas por defender y enseñar en sus cátedras
en la universidad las teorías de Copérnico. La santísima Inquisición lo mandó
llamar para responder a acusaciones de herejía y en 1633 se le sometió bajo
amenaza de tortura a una ceremonia de humillación pública en que tuvo que
retractarse de todo lo que había escrito y enseñado. Se le sometió a arresto
domiciliario por el resto de sus días y sus obras fueron quemadas. En algún
momento dijo las famosas palabras E pur
si muove, y sin embargo se mueve. Me pueden torturar, humillar y amenazar,
pero la tierra se sigue moviendo. La realidad es la realidad, lo reconozcan o
no.
Para mucha gente fue difícil aceptar que la tierra
pudiera tener movimiento propio y que no se encontrara en el centro del
universo. El modelo heliocéntrico, en el que la tierra da vueltas alrededor del
sol, se enfrentó a una feroz resistencia y pasaron todavía siglos antes de que
fuera aceptado por completo. A la iglesia de Roma le llevó nada mas 359 años
reconocer su error y no fue hasta 1992 que una comisión papal le pidió
disculpas póstumas a Galileo y aceptó que efectivamente la tierra da vueltas
alrededor del sol.
Un paradigma que hace agua por todos lados
Un paradigma es el conjunto de creencias y valores que
definen la manera como una sociedad percibe e interpreta la realidad. Suelen
formarse a partir de conceptos que pueden ser muy simples y que se convierten
en verdades inmutables que son aceptadas por todos y que no se cuestionan: es
la manera como son las cosas, lo “normal”. Pueden permanecer vigentes durante
siglos hasta que finalmente son rebasados por la realidad; en algún momento
dejan de hacer sentido aunque por pura inercia se siguen manteniendo durante un
buen rato, cada vez más incoherentes y disfuncionales hasta que finalmente
sucumben bajo el peso de sus propias contradicciones, siendo reemplazados por
algún otro paradigma que dé una mejor explicación de la realidad bajo las
nuevas circunstancias. Un cambio de paradigmas implica una enorme disrupción en
la continuidad histórica de alguna sociedad, así como en la mentalidad de la
época, y no sucede fácilmente; se enfrenta a la resistencia al cambio al
parecer innata a la psique humana, así como a poderosos intereses creados que
insisten en mantener el status quo.
En nuestra sociedad actual, el paradigma vigente es
bastante peculiar en el sentido de que la actitud que tenemos hacia el mundo
que nos rodea está cada vez más divorciada de la realidad. Es como si nos
hubiéramos terminado por creer que el espejismo que vimos en el desierto era
cierto, y hemos creado toda una civilización a partir de lo que básicamente
sigue siendo un espejismo. Estamos completamente atrapados en el hechizo de los
combustibles fósiles, creyendo que la economía puede seguir creciendo hasta el
infinito y que podemos acabar con todo lo que encontramos a nuestro paso sin
que tengamos que preocuparnos demasiado por las consecuencias. Total, ahí
tenemos la tecnología que nos va a sacar del paso. No hay nada que no se pueda
resolver con un poco de ingenio, y seguramente ya pensarán en algo, es lo que
nos decimos. Es una realidad virtual la que nos hemos fabricado, mientras que
el mundo real desaparece delante de nuestros ojos sin que ni siquiera nos demos
cuenta.
En este paradigma el objetivo de la vida es acumular,
y el planeta entero se convirtió en una mercancía que está ahí para nuestro uso
y abuso, y en el que no hay nada que no pueda ser apropiado y explotado para
beneficio de quien pueda hacerlo. El orden de las cosas está basado en la
explotación del mundo natural y en la explotación del ser humano y todo está
diseñado para que la riqueza que se genera se concentre en unas cuantas manos;
en este sistema las ganancias son privadas y sagradas mientras que los costos
se externalizan y se hacen públicos, y es la gente y las generaciones venideras
las que pagan con la pérdida de su calidad de vida y de cualquier futuro
viable.
Esto es el paradigma vigente; es lo que vemos y se nos
ha condicionado para ver como “normal”. Este orden de las cosas sin embargo no
es sustentable ni con mucho; de hecho ya está llegando al límite de sus
posibilidades. Su talón de Aquiles es la necesidad imperiosa de seguir
creciendo pero ya no hay mucho espacio hacia donde pueda hacerlo y son muchos
los puntos de ruptura a los que nos estamos aproximando.
El panorama que nos deja este paradigma saliente es
patético, con un creciente caos geopolítico que está degenerando en un estado
de guerra crónico y permanente por los cada vez más escasos recursos, y con
riesgo de guerra global generalizada con uso de armas nucleares; con millones
de refugiados y desplazados en todo el mundo que de repente descubren que son
superfluos y que nadie los quiere; con grotescas desigualdades sociales en que
50 o 100 individuos tienen tanta riqueza como la mitad de la población mundial
y un sistema económico incapaz de ver por el bien público y que como en una
reducción al absurdo terminará por consumirse a sí mismo; y un medio ambiente
cada vez más deteriorado por donde quiera que volteemos.
En algún momento se nos fue la bolita de las manos; la
verdadera sustentabilidad requiere de otro arreglo radicalmente distinto.
Un cambio inevitable
La crisis ambiental que está cobrando fuerza a nuestro
alrededor va a cambiar por completo la manera que tenemos de percibir el mundo
y nuestro papel en este planeta. El paradigma dominante en nuestra sociedad
industrial moderna es un producto de la era de los combustibles fósiles y nos
hizo creer en la ilusión de los recursos ilimitados, el progreso perpetuo y el
dominio absoluto del ser humano sobre el mundo natural. Nos creímos dioses,
fascinados con nuestra capacidad de creación y destrucción, y de la manera más
despreocupada e irreverente nos dedicamos a consumir las energías vivas del
único planeta en el que hasta donde sabemos hay vida en todo el universo,
dejando una desolación a nuestro paso. El impacto de nuestras actividades en el
medio ambiente tiene un efecto acumulativo e irreversible, por lo menos en una
escala temporal que sea significativa para nosotros los humanos, y las
consecuencias de los cambios que estamos provocando son cada vez más aparentes.
Esta era de los combustibles fósiles está llegando a
su fin y es toda una manera de ver la vida la que se va con ella. No se va a ir
fácilmente, por supuesto, y podemos esperar una resistencia feroz para tratar
de mantener el status quo y el orden de las cosas tal como las conocemos, con
sus relaciones abusivas de poder y sus extremas concentraciones de riqueza y
privilegios. Son demasiados los intereses que hay de por medio y la pura
inercia del sistema todavía nos va a llevar un buen tramo.
El cambio es inevitable sin embargo. Son las
condiciones de nuestra estancia en este planeta las que ya han cambiado. No se
trata de los “derechos de la Madre Tierra”. La Madre Tierra ya nos aguantó
demasiado. Hemos llegado demasiado lejos. A este planeta le tiene completamente
sin cuidado si nuestra especie desaparece o no. La Madre Tierra nos va a
sobrevivir, y se va a recuperar eventualmente de todo el daño que le hemos
hecho.
Somos nosotros los que tenemos que aprender a vivir
bajo las nuevas condiciones. La verdadera sustentabilidad requiere de otro
paradigma en el que el crecimiento hasta el infinito se vea como lo que
realmente es: una patología que termina por devorar al huésped. Esa obsesión
del sistema económico por seguir creciendo y acumulando y seguir creciendo y
acumulando todavía más es una aberración que va en contra de las leyes de la
naturaleza. No puede seguir indefinidamente. Es esa obsesión por seguir
creciendo la que está acabando con los bosques y las selvas, los pantanos y
manglares, la que está vaciando la vida de los océanos y llevando a miles de
especies a la extinción por todos lados. No hay ecosistema que no esté
seriamente degradado, rincón del planeta donde no se encuentren nuestros
desperdicios, y ya se está cocinando un cambio climático que no tenemos idea de
cómo se viene.
En la transición hacia este nuevo paradigma la
consigna es salvar lo que todavía pueda ser salvado del mundo natural antes de
que el sistema termine por tragárselo todo y comprender que únicamente
respetando el mundo en el que vivimos tenemos la menor oportunidad de
sobrevivencia a cualquier plazo. Eso va a implicar cambios que ni individual ni
colectivamente estamos dispuestos a asumir justo ahorita, pero mientras más nos
tardemos en reconocer esta situación y decidirnos a tomar medidas realistas al
respecto, menos va a quedar por salvar del mundo natural y más problemática
será la situación en la que nos encontramos.
Dependemos por completo de un medio ambiente sano y
viable. No estamos por encima de las leyes de la naturaleza. Esto vamos a
terminar por aprenderlo eventualmente, como vamos a aprender también a tener un
poco más de humildad en nuestra relación con el mundo que nos rodea.
Salvar lo que pueda ser salvado
Ante la magnitud y la gravedad de la crisis ambiental
en algún momento surge la pregunta, bueno, ¿y qué puede uno hacer al respecto?
¿Qué puedo hacer yo, o tú, o cualquiera de nosotros, o todos nosotros en
conjunto, ante la inminencia de un cambio climático que ya está sucediendo?
Cualquier cosa que hagamos o dejemos de hacer no va a hacer absolutamente la
menor diferencia. ¿Qué puedo hacer para salvar la selva del Amazonas? Al ritmo
al que se la están echando, de aquí a 40 o 50 años va a ser muy poco lo que
quedará de esa selva. Las selvas tropicales son el pulmón del planeta y donde
se concentra la mayor diversidad de especies, y están desapareciendo
inexorablemente. El aumento poblacional por un lado e intereses comerciales muy
fuertes con gobiernos y autoridades coludidos por el otro hacen que el futuro
de los bosques y las selvas sea bastante precario.
Y la contaminación por todos lados, con montañas de
basura que nuestra sociedad de consumo produce diariamente y millones de
toneladas de pesticidas y toda clase de agentes químicos liberados alegremente
al medio ambiente. Acaba de salir una noticia de que ya casi hay más plástico
que peces en los océanos. Si hace 70 u 80 años cuando se acababa de inventar el
plástico alguien hubiera dicho que en un futuro no muy lejano iba a haber más
plástico flotando en los océanos que peces, no se la hubieran creído. Les
hubiera parecido absurdo. La noticia agrega que cada año ocho millones de
toneladas de plástico terminan en el mar, lo que equivale a que un camión de
volteo tirara su carga al mar cada minuto.
¿Y qué puede uno hacer al respecto? Todo esto es
bastante deprimente, y mucha gente prefiere desentenderse por completo de la
situación. Esa apatía y desinterés que tiene mucha gente hacia la cuestión
ambiental es una buena parte del problema.
Y sin embargo es mucho lo que se puede hacer. Quizás un
individuo no pueda hacer nada por impedir o mitigar un cambio climático a
escala global, y tampoco puede hacer nada por salvar la selva del Amazonas,
pero sí se puede hacer algo, y quizás mucho, por el lugar donde cada uno de
nosotros vivimos. En todos lados se cuecen habas, y a estas alturas del partido
parece que no hay lugar habitado del planeta donde no haya una problemática
ambiental. Cualquier sitio donde viva gente, si lo comparamos como está ahora a
como estaba hace apenas 30 o 40 años, nos podemos dar cuenta de la diferencia.
Hay un proceso generalizado de deterioro del medio ambiente que se ha ido
incrementando y acelerando, y que cuando se vea en perspectiva dentro de
algunos siglos es lo que va a definir a nuestra época. Es la característica esencial
de muestra sociedad industrial moderna.
Pero como dicen, toda ecología es local. Somos parte
integral del lugar donde vivimos. Como todo ser vivo, somos agentes de cambio y
de transformación, nos demos cuenta de eso o no. Nuestra presencia y nuestra
existencia tienen un impacto sobre todos los demás seres vivos que nos rodean.
Hay toda una cadena de causalidad, y nuestras acciones producen efectos a todo
lo largo de la red trófica.
En cada una de nuestras comunidades podemos hacer
alguna diferencia; puntos de intervención no faltan. Lo que tenemos que
entender es que hay un sistema económico desbocado, que hace tiempo que perdió
las riendas, que insiste en seguir creciendo hasta el infinito y que no se va a
detener hasta que no termine con todo; en la medida en que entendamos esta
situación a todos nos corresponde participar en el esfuerzo por salvar lo que
se pueda salvar del mundo natural, que ultimadamente es el único patrimonio
duradero que le vamos a dejar a nuestros descendientes.
La crisis ambiental es una crisis del sistema
En el documental Planeta Azul elaborado por la NASA se
nos dice que solo cuando los astronautas empezaron a salir al espacio exterior
y a observar la tierra desde las bases espaciales que están orbitando allá
afuera, fue que nos empezamos a dar cuenta de la magnitud de lo que le estamos
haciendo al planeta tierra. Desde arriba se ven enormes claros en la selva del
Amazonas, a medida que avanza la deforestación por todos lados, a un ritmo de
media hectárea cada segundo; se ven las zonas muertas en las desembocaduras de
los ríos, provocadas por tanto pesticida y fertilizante químico que se utiliza
en la agricultura industrial, y se ven los efectos de la erosión en diferentes
partes del planeta. Se necesitaba salir afuera al espacio para tener la
perspectiva de lo que sucede aquí en la tierra.
La crisis ambiental es una crisis del sistema. Un
sistema
socioeconómico-político-filosófico-religioso-cultural-existencial-lo-que-sea
cada vez más disfuncional y que está llegando al límite en el que no puede
seguir creciendo indefinidamente. Es como un globo que se ha ido inflando e
inflando dentro de un contenedor en el que ya no cabe y empieza a salirse por
todos los bordes.
Este sistema es injusto e insustentable por
naturaleza. Injusto porque su estructura es
altamente jerarquizada en la que como ya sabemos toda la riqueza que se
genera tiende a concentrarse y acumularse en unas cuantas manos; este proceso
ha llegado a extremos grotescos que sin embargo son congruentes con la lógica
del sistema, en el que el 0.1 por ciento de la población acapara más de la
mitad de la riqueza al mismo tiempo que mil millones de personas en el mundo
sufren de hambre crónica. E insustentable porque no hay nada que pueda crecer
hasta el infinito devorando todos los recursos a su paso y socavando las mismas
condiciones que permiten su existencia. La crisis ambiental en todas sus
facetas es la manifestación de la insustentabilidad del sistema.
En este sistema socioeconómico todo mundo trata de
acomodarse lo mejor que puede y algunos lo consiguen y otros no; no todo mundo
tiene por supuesto las mismas oportunidades, que están tan mal repartidas como
la riqueza dentro del sistema. Todo está diseñado para que las cosas sean como
son y sigan como están, y la movilidad social es mínima.
Algo que debemos de tener bien presente es que todos
formamos parte de este sistema. Lo podemos criticar todo lo que queramos, nos
podemos beneficiar de él o lo podemos padecer, pero todos dependemos de este
estado de las cosas. Quizás un ermitaño que vive allá bien lejos en el cerro y
que produce sus propios alimentos pueda mantenerse al margen pero todos los
demás que vivimos dentro de la sociedad de producción y consumo y que recibimos
un sueldo o nos ganamos la vida de alguna manera dentro de la economía local,
regional o global, que tenemos luz eléctrica en nuestras casas y que compramos
nuestros alimentos en un mercado o supermercado porque no los producimos
nosotros mismos, estamos completamente dependientes de que este sistema
insustentable siga funcionando. A medida que el sistema se hace cada vez más
disfuncional a todo mundo nos va a terminar afectando.
¿Hay alternativas viables a este orden de las cosas?
Por supuesto que las hay, pero no las podemos ver desde la posición en que nos
encontramos dentro del sistema. Tendríamos que subirnos de nivel para poder
tener una perspectiva más amplia, como los astronautas que en el espacio
exterior de repente empezaron a ver al planeta tierra de una manera distinta. A
medida que el paradigma vigente se va resquebrajando otras opciones se irán
haciendo más aparentes aunque es posible que a la hora de la hora no tengamos
demasiado margen de maniobrabilidad. Son las circunstancias las que van a
forzar el cambio y un buen número de factores nos van a tomar por completo de
sorpresa.
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