Alineándonos a la política imperial
Seguimos con atención los recientes debates sobre la
descriminalización de la marihuana. Como ya lo hemos dicho en repetidas ocasiones,
el mundo está cambiando muy rápidamente, y seguimos atrapados en políticas
retrógradas, obsoletas e ineficaces, que en lugar de solucionar ningún problema
los han hecho mucho más graves de lo que tenían que haber sido. Sobre las
propiedades curativas de la marihuana no hay la menor duda, como lo saben
cantidad de campesinos y gente de pueblo que la utilizan como remedio casero
para aliviar toda clase de dolores musculares y de huesos, como artritis,
reumatismo e inflamaciones. Se hacen compresas con refino previamente
impregnado con la hierba y se aplican en la parte del cuerpo donde se sienten
las molestias, y alguna eficacia deben de tener, que se han estado utilizando
desde hace siglos.
Más recientemente, ya hay todo un cuerpo de
conocimiento elaborado por profesionales de la medicina y la siquiatría en
Estados Unidos, Canadá y diferentes partes del mundo, que han encontrado que
esta planta tiene importantes propiedades terapéuticas utilizadas para tratar
una amplia gama de problemas sicológicos, ansiedad, estrés postraumático,
desorden bipolar, depresión, insomnio, migrañas, Alzheimer, esclerosis, asma, glaucoma,
epilepsia e incluso puede jugar un papel importante en la prevención y
tratamiento de cáncer. Hay estudios que muestran que los compuestos
canabinoides pueden inhibir el crecimiento de tumores y eliminar células
cancerígenas sin afectar a las células sanas circundantes, lo que tendría una
gran ventaja sobre la quimioterapia convencional, que muchas veces destruye a las
células sanas al mismo tiempo que a las enfermas.
El uso medicinal del cannabis tiene una larga
historia, desde que surgieron las primeras civilizaciones hace seis mil años en
medio Oriente, China e India. Durante el siglo 19 y primera mitad del siglo 20 se
podía adquirir en las farmacias y los doctores la recetaban comúnmente como
analgésico, tonificador y remedio para docenas de indisposiciones. Ciertamente
no tenía la connotación de droga prohibida que se le dio después, y su uso,
aunque no demasiado generalizado, entraba dentro de lo normal y socialmente
aceptable.
Fueron los gringos mojigatos y ultraconservadores los
que después de haber fallado en su cruzada contra el alcohol durante la
Prohibición en la década de los 1920’s decidieron que algo tenían que prohibir
y de repente empezaron a hacer todo un mitote con respecto a una planta
básicamente inocua y con propiedades terapéuticas cuyo uso social y
recreacional hasta ese momento era bastante limitado y localizado a diversas
comunidades de inmigrantes.
La decisión de criminalizar la marihuana en Estados
Unidos desde el primer momento fue política. Una sociedad racista hasta la
médula como la gringa nunca supo qué hacer con el exceso de latinos y negros
que ellos, los blancos protestantes, percibían que había. Sí, por supuesto que
les servían y hacían todos los trabajos que ellos no estaban dispuestos a
hacer, pero cuando pasaban de cierto número se convertían en un problema y lo
mejor era tenerlos fuera de circulación. Con la penalización de la marihuana en
1937 y la subsecuente guerra contra las drogas a partir de los setentas se creó
todo un aparato de estado sofocante y represivo en el que más de dos millones
de personas están en la cárcel y cinco millones en probación por la simple
posesión de cantidades pequeñas de esta hierba.
Pero a los gringos no les bastó con crear una
verdadera catástrofe social en su propio país, sino que la tuvieron que
exportar a todo el resto del mundo. Como casi no se sienten los dueños del
planeta. Están convencidos que sus valores puritanos y su moralidad retorcida
es lo único que cuenta y se imponen a la fuerza donde lo pueden hacer. México
al principio se rehusó a caer en su juego, por allá por los 30’s, cuando
todavía existía alguna política independiente en este país. Se decidió que el
uso de la marihuana era “cosa del doctor” y que no era un riesgo público y se
rechazó prohibirla. Estados Unidos estaba furioso. Se nos presionó y durante
algún tiempo nos sostuvimos, hasta que nos cortaron el suministro de calmantes
y otros fármacos y finalmente nos tuvimos que alinear a la política imperial.
El estado de guerra permanente
Supongamos por un momento que la enorme cantidad de
recursos que se han desviado en las últimas décadas para librar una guerra que
no se puede ganar se hubieran utilizado en proyectos sociales y científicos
para beneficio de la humanidad y no solo para el beneficio de unas cuantas
compañías y corporaciones y de un complejo industrial militar que son
ultimadamente los que deciden la política exterior de un país como Estados
Unidos. Los miles de millones de dólares que se han ido por el drenaje desde
que Richard Nixon inauguró su guerra contra las drogas hubieran podido
construir cantidad de escuelas, hospitales, centros de rehabilitación, lo que
ustedes quieran. Así como sucedieron las cosas, todo ese dinero en Estados
Unidos y en los países en donde se nos impuso esa guerra para lo único que
sirvió fue para militarizar a la sociedad; para que el ejército, policía y toda
clase de paramilitares que hay por ahí se armaran hasta los dientes, al mismo
tiempo que se recorta el presupuesto a educación, salubridad e infraestructura.
Para proyectos de beneficio social no hay dinero, pero para armamento e
instrumentos de represión el arca sigue estando abierta.
Ese era el objetivo desde el primer momento. Un
problema que básicamente es de salud pública se infló fuera de toda proporción
y se convirtió en la excusa perfecta para militarizar a la sociedad e imponer
políticas de mano dura. Al gobierno de Estados Unidos no le interesa ganar la
guerra contra las drogas. Nunca ha tenido la menor intención de ganar esa
guerra, lo que sea que “ganar” signifique. El objetivo es que la guerra sea
indefinida, que dure eternamente. Lo mismo sucede con su guerra contra el
“terrorismo”. Se han lanzado a invadir todos los países que han querido y a eso
lo llaman la gran cruzada contra el terrorismo, cuando los verdaderos
terroristas son ellos. Y lanzan sus bombas y sus drones y organizan sus golpes
de estado y desestabilizan regiones enteras todo en nombre de una guerra contra
el terror. Y la idea es que sea un estado de guerra permanente.
Este estado de guerra permanente les trae múltiples beneficios:
para empezar es un negocio redondo que de hecho mueve la economía de Estados
Unidos. Más de la mitad del presupuesto del gobierno federal de ese país se les
va en mantener el aparato militar. Estados Unidos gasta en armamento casi tanto
como todos los demás países del mundo en conjunto. Vamos a ver algunos datos
rápidamente. El comercio de armas en todo el mundo es un negocio de 60 mil
millones de dólares, de los que Estados Unidos controla el 40 por ciento. La
mayor parte de este comercio se enfoca en países en vías de desarrollo. Algunos
de los países que más gastaron en armamento en los últimos años, como India,
Pakistán, Malasia, Argelia, Egipto, Brasil y Vietnam, tienen graves problemas
de pobreza en sus propios territorios y no se justifica que se gaste tanto
dinero en armamento.
Los principales contratistas de defensa en Estados
Unidos son compañías gigantescas que demuestran la razón de ser del estado de
guerra perpetua. Una compañía, Lockheed Martin, tiene 140,000 empleados y
produce 40 mil millones de dólares anualmente, de los cuales 35 son contratos
del gobierno federal de Estados Unidos. Otra compañía, Northrop Grumman, tiene
120,000 empleados y mueve 33 mil millones de dólares anualmente. Una tercera
compañía, Boeing, tiene 150,000 empleados y ganancias de miles de millones de
dólares.
Cuando hay tanto dinero de por medio, la razón de ser
de las guerras es secundaria. Lo importante es que haya guerras. Y si no las
hay, se las inventa. Ya nos había hablado de esto George Orwell en su libro 1984.
El estado de guerra permanente es lo que mueve al
sistema en esta fase terminal de nuestra civilización industrial, con su
necesidad insaciable de toda clase de recursos y la escasez creciente de
algunos de esos recursos críticos para el funcionamiento del sistema; con una
población en constante aumento y concentraciones insostenibles de poder y de
riqueza. Es el sistema que crece todo lo que puede hasta que ya no puede seguir
creciendo y termina por consumirse a sí mismo.
La situación geopolítica de nuestro tiempo
Al terminar la guerra fría a principios de los 1990’s
Estados Unidos quedó como la única potencia global y quiso aprovechar ese
momento para establecer su “nuevo orden mundial”. El concepto de un orden
mundial no es necesariamente malo. A estas alturas del partido las grandes
problemáticas a las que se enfrenta la humanidad son globales en escala y la
única manera de atenderlas es bajo un nuevo paradigma de cooperación entre
todos los pueblos y las naciones del mundo.
Lamentablemente Estados Unidos no lo entendió de esa
manera y dejó escapar una oportunidad histórica para mostrar un liderazgo que
hubiera ido muy lejos para ganarse la buena voluntad de las naciones y la
humanidad en conjunto. El nuevo orden mundial que nos propuso no estuvo basado
en la equidad, el respeto y la cooperación como tenía que haber sido, si
hubieran tenido un poquito más de visión a largo plazo y si hubieran sido
capaces de sobreponerse a sus intereses mezquinos y egoístas. Su orden mundial
fue el orden del imperio, basado en un modelo económico “neoliberal” desbocado,
sin trabas, restricciones ni nada que lo modere, en el que los que dictan las
condiciones son poderosas corporaciones trasnacionales insaciables para las que
cualquier concepto de soberanía nacional o de justicia social o ambiental es un
estorbo en su afán de apropiarse de la riqueza del planeta.
Un orden mundial en el que toda la riqueza se
concentra en unas cuantas manos solo puede sostenerse por la fuerza, y quizás
por eso están asfixiándose en armas con miles de ojivas nucleares apuntadas a
todos lados y un arsenal de bases militares a todo lo largo y ancho del
planeta. Para el imperio la guerra es el estado natural. El imperio no puede
concebir ni tolerar que haya pueblos y naciones que tienen otra manera de ver y
de hacer las cosas. Toda su retórica sobre la libertad, la democracia, los
derechos humanos y la responsabilidad de proteger se vuelve cada vez más hueca
y lo único que queda es la violencia física y estructural en la que está basado
su poder.
A Estados Unidos le duró 25 años el gusto del mundo
unipolar. Lo que define la situación geopolítica de nuestro tiempo es que cada
vez son más los pueblos y naciones que no están satisfechos con ese estado de
las cosas, que se han fastidiado de ser meros comparsas y proveedores de
recursos y mano de obra barata y que se han dado cuenta que el liderazgo de
Estados Unidos no es ningún liderazgo, y que de hecho es un callejón sin salida
que no les deja espacio ni para respirar. Estos pueblos y naciones tienen su
orgullo y culturas antiguas con una larga historia, y encuentran que las
imposiciones y berrinches del hegemón se tornan cada vez más opresivos y
violentos y están buscando la manera de salirse del huacal.
Esto no es fácil y los que lo han intentado han pagado
las consecuencias. Sin embargo el surgimiento de un mundo multipolar es
inevitable, aunque el imperio en decadencia no lo pueda permitir y esté
dispuesto a llevarse al planeta entero por delante con tal de seguir
manteniendo su predominio. La premisa básica de la política exterior de Estados
Unidos es no permitir que surja ningún otro centro de poder que le haga sombra;
son ellos, y nada más ellos, los amos del planeta.
Entonces tenemos una situación bastante delicada en la
que hay problemas tremendamente graves que realmente requieren de una manera
diferente de pensar y de actuar; la crisis del sistema es estructural y
existencial; lo que está en juego es la continuidad del proyecto civilizatorio
y la misma habitabilidad del planeta tierra para nuestra especie, pero estos
señores están atrapados en su obsesión por un poder que a la mera hora se les
va a evaporar de entre las manos y ni siquiera se van a dar cuenta. Están como
perros persiguiendo su propia cola, y en el proceso se están llevando al
planeta por delante.
Las grandes tendencias de nuestra época
El momento histórico en el que nos tocó vivir se ve
definido por varias grandes tendencias. Por un lado hay un movimiento hacia la
mayor concentración posible de poder y de riqueza. El poder quiere perpetuarse
y la única manera que tiene de conseguirlo es por medio de la acumulación y la
concentración hasta el extremo. Éste es un grado avanzado en la decadencia de
una civilización, como bien nos lo explicaba Arnold Toynbee en su Estudio de la
Historia. Las civilizaciones en crecimiento suelen ser creativas y flexibles y
responden efectivamente a los retos de su entorno; de hecho es en la medida en
la que responden a esos retos que la civilización puede seguir creciendo. Son
los líderes naturales, la minoría creativa, los que se encargan de motivar a
los demás para hacer lo que se tiene que hacer, y los demás los siguen
naturalmente; la gente reconoce a los líderes y confían en su capacidad de
decisión. Hay una cohesión en la sociedad y se trabaja para el bien común.
Por lo general las civilizaciones crecen hasta donde
pueden crecer, y en algún momento se les va la chispa; la fuerza creativa así
como la capacidad de relacionarse con su entorno se ven cada vez más
comprometidos. A medida que los recursos empiezan a escasear la respuesta a los
retos que les plantea un mundo cambiante se tornan más disfuncionales y en
algún momento se ven rebasados por las circunstancias. Las minorías creativas
se convierten en minorías dominantes que se han acostumbrado al poder y los
privilegios a los que se aferran por encima de los derechos de los mismos
pueblos a los que supuestamente representan, y se vuelven cada vez más voraces
e insaciables hasta que terminan devorando todo a su alrededor.
La sociedad desciende a un estado crónico de guerras
externas y represión interna al mismo tiempo que se descuidan las problemáticas
más graves que afectan a la sociedad en conjunto; estas problemáticas solo
pueden seguirse haciendo más urgentes, y al no ser atendidas crecen fuera de
toda proporción hasta que todo el castillo de naipes se viene para abajo.
Es lo que estamos viendo en nuestra época. La
globalización económica impuesta desde arriba la podemos interpretar como la
fase final y más virulenta de un sistema socio económico desbocado, al que se
le botó la canica y que se puso a crecer y crecer arrasando con todo hasta que
el planeta mismo le quedó chico, y siguió arrasando con todo como si tuviéramos
otros diez planetas a nuestra disposición; que no se puede detener y cuya
voracidad va en aumento.
En esta fase final los dinosaurios de nuestro tiempo,
los grandes predadores, son las mega corporaciones trasnacionales, que mueven
más capital que las economías de países enteros, y que decidieron que no pueden
permitir ninguna restricción en sus operaciones y promueven sus tratados de “libre
comercio” para no tener que preocuparse de leyes laborales, ambientales o de cualquier
tipo. Ahora ya van a poder poner demandas multimillonarias cuando no obtengan
las ganancias que ellos esperan. Con el TPP que se está negociando actualmente
en el mayor de los secretos se le entrega literalmente el país en bandeja de
plata a estas corporaciones; este tratado representa la nueva cara del
colonialismo con el que nos han saqueado y mantenido sujetos durante los
últimos quinientos años, todo ello con el visto bueno de la clase política de
nuestro país, que a lo único que aspira al parecer es que le toquen algunas de
las migajas que caigan de la mesa.
Nos hemos vendido por completo al poder económico; sin
embargo, el futuro que esta tendencia hacia la concentración extrema de poder y
de riqueza nos ofrece es un futuro distópico, basado en el control y la
represión y cada vez más divorciado de la realidad. Con una crisis ambiental
sin precedentes que no se está atendiendo, la búsqueda de soluciones y cursos de
acción y adaptación a la nueva realidad va a tener que surgir de otros rumbos.
Élites divorciadas de la realidad
La crisis ambiental y la crisis de civilización van a
rebasar por completo la capacidad de las élites para responder efectivamente,
obsesionados como están por seguir manteniendo un orden de las cosas que se
está cayendo en pedacitos. Esa obsesión por seguir creciendo y acumulando los
ha cegado a la realidad. Han creado una realidad alternativa que ya corrió el
curso de sus posibilidades y que se enfrenta a los límites muy reales que nos
marca la capacidad portativa del planeta tierra.
La respuesta que se le ha dado hasta ahora a la crisis
ambiental es ponerle curitas al enfermo de cáncer y tratar los puros síntomas,
ignorando las causas fundamentales o cualquier cosa que nos recuerde que quizás
las cosas no están marchando muy bien en este único planeta que tenemos. El
sistema económico tiene que seguir creciendo, no se puede detener y cada vez
necesita más recursos; las industrias extractivas no se dan abasto, y a medida
que recursos críticos para el funcionamiento del sistema empiezan a escasear se
nota una desesperación creciente en los mercados; el mundo de las altas
finanzas es una rueda de la fortuna cada vez más precario e impredecible, y la
realidad que empieza a tomar forma es que no hay suficientes recursos para
seguir manteniendo esta sociedad de consumo que nos hemos creado.
Mientras tanto, las élite que deciden los destinos
del planeta parecen estar paralizados incapaces de tomar ninguna medida
efectiva que afecte en lo más mínimo los enormes intereses creados que hay de
por medio. Su respuesta hacia la crisis que va a definir a nuestra época ha
sido hasta ahora militarizar a la sociedad, armarse hasta los dientes y seguir
adelante a toda marcha con su proyecto económico de explotación irracional de
los recursos y apropiación de la riqueza. No solo no están aportando ninguna
solución viable sino que están agravando considerablemente situaciones que ya
son lo suficientemente graves.
En la crisis ambiental y social de nuestra época es la
sociedad civil la que ha tomado la iniciativa, la que en todas partes del mundo
lucha, cada quien a su manera, por salvar el mundo natural o el rincón del
mundo donde les tocó vivir. Es la gente, individuos, comunidades y movimientos,
los que se están organizando para salvar lo suyo, el lugar donde viven, antes
de que el sistema económico termine por tragárselo todo. Gente que lucha por
salvar bosques, hábitats y especies, por detener proyectos mineros, oleoductos
o presas, por frenar los avances de la agroindustria y su modelo monopólico de
producción de alimentos; los que luchan por regenerar la tierra en vez de
consumirla, y también los que luchan por una mayor equidad social. No hay
solución a la problemática ambiental que no pase por la justicia social.
Muchos de estos individuos, comunidades y movimientos
se enfrentan a estructuras de poder viciadas y viciosas, que se creen con
derecho de imponerse y no dudan en utilizar y abusar de su poder para obtener
lo que quieren. Cantidad de individuos, comunidades y movimientos han sido
agredidos, intimidados y violentados por luchar por sus derechos y ponerse en
el camino de los intereses creados. Sin embargo son esas estructuras de poder
las que están en el lado equivocado de la historia; a medida que la crisis
ambiental va avanzando y se hace cada vez más evidente, la gente va a empezar a
despertarse a la idea de que realmente éste es el único planeta que tenemos y
que vamos a tener que hacer todo lo posible por salvarlo.
Las élites que no lo comprendan y que sean incapaces
de alzarse a la altura de las circunstancias se van a hacer cada vez más
irrelevantes hasta que sean completamente rebasados por los eventos. Se van a
convertir en un estorbo, y todo ese control que creen tener sobre la humanidad
se va a desvanecer hasta el punto que serán incapaces siquiera de controlar sus
propias vidas.
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