por David Cañedo Escárcega
El futuro es local
Lo que sí ya sabemos es que
el futuro es local. Esas redes globales de producción y distribución de
mercancía y alimentos de las que dependemos por completo se irán haciendo
disfuncionales y en algún momento se desvanecerán en el aire. Esto puede
suceder muy rápido, como en el caso de una guerra. La situación estando como
está, con recursos cada vez más escasos para una población creciendo
exponencialmente; un imperio desbocado que está convencido de salir victorioso
en un intercambio nuclear y que insiste en imponer su voluntad a otras naciones
que tienen la capacidad de responder a sus provocaciones; un sistema económico
que no reconoce límites e insiste en crecer y devorar todo a su paso; una élite
supranacional que se cree la dueña del planeta y se va a aferrar hasta con las
uñas al orden establecido; y si sumamos a esto la irracionalidad de los tiempos
en que vivimos, el nihilismo que nos atrapó colectivamente y la fascinación con
la que avanzamos a nuestro destino, pues sí, es posible suponer que habrá conflictos,
y algunos de estos se pueden poner feos.
Hay gente muy loca que no le
importaría desatar una catástrofe nuclear “contenida” con tres o cinco mil
millones de muertos, que de todas maneras a quién le importan, mientras ellos
ven el espectáculo desde la seguridad de sus bunkers. Esperemos que no llegue a
eso; que haya a tiempo una reacción de cordura y a la gente que decide y tiene
la capacidad de hacer esas guerras las recluyan en un asilo de sicópatas
viciosos que es donde pertenecen.
En cualquier caso, la
situación es inestable. La verdad desnuda y simple es que el petróleo es el
combustible de nuestra civilización y en el momento que la producción no pueda
satisfacer a la demanda y empiece a escasear van a cambiar muchas de las cosas
a las que estamos acostumbrados. Organismos gigantescos e ineficientes se harán
obsoletos y estorbosos; eso incluye a la nación estado y grandes corporaciones,
que no pueden funcionar sin dosis masivas de energía; el comercio globalizado y
turismo internacional se irán haciendo vestigios del pasado y a medida que la
crisis avance industria tras industria caerán como fichas de dominó.
Imaginemos que empieza a
haber desempleo en serio. La economía no puede seguir creciendo al ritmo en el
que aumenta la población y cada año hay cientos de miles de graduados de toda
clase de universidades, desde las top
class hasta las patito, y no hay trabajo para todos. Varios de mis ex
alumnos de bachillerato que ahora son pasantes o licenciados no encuentran
chamba de lo que estudiaron y terminan trabajando de lo que sea. Esto siempre
ha sido así, pero como que se empieza a notar más. Hay carreras que están
saturadas o que pertenecen a una economía que ya se va.
Yo les digo a mis alumnos de
ecología que las carreras del futuro son cualquier cosa relacionada con el
medio ambiente: la crisis ambiental no se va a ir a ningún lado como estamos
empezando a darnos cuenta, y todo aquello que tenga que ver con producción
orgánica de alimentos, energías alternativas, aprovechamiento racional y sustentable
de riquezas naturales, conservación de fauna y flora, y que tengan una visión
hacia una sociedad en la que el consumo de energía en conjunto y per cápita
será sustancialmente menor y la necesidad de proteger el medio ambiente mayor,
tendrá auge en esta etapa de transición a la que nos acercamos. Si no quieren
estudiar una carrera que aprendan un oficio; hay algunos que les podrán ser más
útiles que diplomas que solo sirven para colgarlos en la sala.
El caso es que el futuro es
local. Tendremos que arreglárnoslas con lo que tenemos a la mano y en algún
momento también nos daremos cuenta que la cooperación tiene mayor probabilidad
de supervivencia que la competencia y el conflicto; las comunidades que se
sepan organizar y hacerse autosuficientes en la medida que puedan hacerlo serán
el modelo que moverán a las demás. En las ciudades, será en barrios y cuadras
donde se produzcan alimentos y energía y a algunos les irá mejor que a otros.
Fue el excedente de
alimentos el que permitió el desarrollo de eso que llamamos “civilización”.
Cuando deja de haber ese excedente el edificio se desquebraja y tendemos a
regresar a estructuras más pequeñas y tribales que de hecho son para las que
evolucionamos.
El destino de los anasazi
Las fisuras del sistema se
hacen aparentes. Social, económica, cultural, ambiental o espiritualmente, la
situación se ha vuelto interesante. Como en la maldición china: que vivas en
tiempos interesantes; pues son los que nos tocaron. La concentración extrema de
riqueza a la que hemos llegado, en la que un puñado de personas posee más que
la masa de la población en conjunto, la cual por cierto no deja de crecer y es
incapaz de estabilizarse; con recursos que ya no son tan abundantes como solían
serlo y de los que la dependencia es absoluta y de hecho va en aumento; y con
élites completamente divorciadas de la realidad incapaces de descender de la
nube allá arriba donde viven; son todas éstas claras señales de que algo no
funciona y el castillo de naipes empieza a tambalearse.
Sucedió con los anasazi del
cañón del Chaco, en el actual Nuevo México. La tribu se infectó con el virus de
la jerarquía, y a diferencia de otros pueblos de por aquel rincón del mundo que
aprendieron a vivir de manera más igualitaria y con respeto al mundo al que
pertenecían, éstos se clavaron en el rollo del poder concentrado y terminaron
siguiendo el guión desde el principio hasta el final, como tantas otras
civilizaciones.
La suya fue de las más
sofisticadas de Norteamérica en su momento, con entre 10,000 y 20,000 aldeas
agrícolas y docenas de ciudades espectaculares, con edificios de hasta cinco
pisos de altura y cientos de habitaciones, que fueron las mayores
construcciones en América del Norte hasta tiempos muy recientes, cuando se
empezaron a construir los rascacielos de acero. Tenían una red de 650
kilómetros de caminos de entre 3.5 y 9 metros de ancho, bien trazados y
mantenidos, para comunicarse y traer los árboles que necesitaban para sus
construcciones. La demanda de madera era insaciable y la tenían que traer de
distancias cada vez mayores. Acabaron con los bosques de una amplia región lo
que provocó un cambio en el régimen de lluvias y sequías recurrentes. La
población creciendo y la tierra que ya no rendía, eso degeneró muy rápido y
todo el aparato social y cultural que armaron durante siglos se desmoronó en
unas pocas décadas.
La respuesta de la élite a
la crisis fue meterle al acelerador y acabar con todo. Al principio se pensó
que el malestar social era reflejo de la economía y tan solo era cuestión de
“revitalizarla”. La fórmula fue más caminos, más rituales y más casas. Justo
antes del colapso se clavaron en un frenesí de construcción con los edificios
más grandiosos, y tenían que ir por la madera a bosques lejanos. En esta
sociedad estratificada la suerte del campesino era trabajar duro y el producto
de su esfuerzo se iba en su mayor parte como tributo o impuestos. La clase
dominante estaba mejor alimentada y medía en promedio cinco centímetros de
altura más que el pueblo, y con una tasa de mortalidad infantil tres veces
menor.
Todo un esquema que se
habían montado entonces, y que les permitía a unos vivir bien y a otros irla
mal pasando; todo esto por supuesto se sostenía por medio del pensamiento
mágico y la creencia en dioses, ordenes establecidos y destinos manifiestos,
con rituales elaborados y cultos de personalidad. Para mantener un estado de
las cosas en que unos pocos viven del esfuerzo de los demás también se necesita
de coerción, y así es como surgen castas guerreras y militares que se encargan
de que el estatus se mantenga.
Y pues sí, cantidad de otras
veces que ha sucedido. Una situación como estas se sigue por inercia, porque
todo mundo se acomoda o se resigna, o porque las cosas son como son y para qué
buscarle. Los anasazi se dejaron seducir por la ilusión del poder y al parecer
no se dieron cuenta que socavaban las bases de su propio modus vivendi. ¿Qué
pensaban cuando acabaron con todos esos bosques, que hasta la fecha 800 años
después no han podido regenerarse? Seguramente hubo algunos que se dieron
cuenta que ya no llovía igual que antes y lo conectaron con la tala de árboles,
pero nadie les hizo el menor caso. Les agarró la fiebre del crecimiento y la
seducción de creerse dueños de su propio destino, y se hicieron vulnerables. Al
final cayeron por su propio peso.
Justo lo que sucede
actualmente.
A medida que la riqueza se
concentra
La clase pudiente está
aterrorizada de cualquier cosa que le suene a populista y que implique en lo
más mínimo una repartición de la riqueza que tanto le costó ganar y ¿por qué la
tenemos que compartir con esa bola de zánganos? A los líderes de cualquier
parte del mundo que no lo entienden e insisten en hablar e implementar
políticas que afecten a sus intereses rápidamente se les pone en su lugar. Se
les demoniza, ridiculiza, se les mete al bote como a Lula en Brasil, se les
roban las elecciones, se les arman golpes de estado o los asesinan.
Hay que ver el disgusto que
tiene esta gente por el hecho de que algún candidato esté diciendo que va a
regalar dinero a los pobres estableciendo programas de asistencia social y
aumentando los impuestos que pagan los ricos. Bueno, independientemente de lo
difícil que es llevarlas a la práctica, en realidad propuestas como estas
merecen toda nuestra consideración. La situación social no puede sino seguirse
deteriorando y hay varias crisis en el horizonte. Y si quieres suavizar un poco
el trancazo hay que tener a la gente tranquila.
Aquí por ejemplo en el
pueblo donde vivo la mayor parte de los chavos que van a la escuela tienen
beca. Eso incluye a las dos universidades que hay por el rumbo. También están
los setenta y más, las despensas, y lo que sea. Que la gente no se muera de
hambre.
Denle su dinero a los ninis,
y ¿qué con eso? En otros lados ya están manejando el concepto de ingreso básico
garantizado a todo mundo aunque no trabajen. Es la solución a cantidad de
problemas sociales, tomando en cuenta que el sistema entero se está cayendo en
pedacitos. Por supuesto que una política como estas da pauta a abusos y mucho
depende de la manera como se implemente, pero para la mayor parte de los
beneficiados esa ayuda económica va a hacer la diferencia entre irla pasando y
aguantando o estarse de plano muriendo de hambre y pensando en armar disturbios.
La clase pudiente que no lo
ve de esta manera y es aparentemente incapaz de soltar ni las migajas debería
de entender que es de beneficio para todo mundo que la riqueza esté un poco
mejor repartida, incluso para ellos mismos.
Entonces por un lado tenemos
un futuro distópico en el que la riqueza se sigue concentrando de manera
inevitable y los intereses se atrincheran detrás de barreras infranqueables al
tiempo que las contradicciones del sistema explotan en conflictos feroces por
mercados y recursos que disminuyen. Ya lo estamos viendo con todas estas
guerras sectarias, conflictos étnicos, intervenciones “humanitarias” e
invasiones. Las potencias ya se posicionaron y por el momento están peleando
sus guerras proxy en Siria, Ucrania, Asia Central y Medio Oriente, pero ninguna
va a ceder un ápice; hay una nación, o grupo de poder, empeñada en imponer su
voluntad al resto del planeta, y hay otras naciones que no se dejan y ya no le
temen. La situación internacional es compleja y delicada pero se reduce a la
cuestión de los recursos y mercados.
Dentro de cada nación los
extremos de riqueza y pobreza también se han acentuado y a medida que las
tajadas del pastel se hacen más pequeñas y ya no alcanza para todos, algunas
personas empezaran a mostrar su descontento de diferentes formas, y no podemos
descartar escenarios de guerrilla urbana en megalópolis rodeadas de cinturones
de miseria donde viven millones de personas. En Estados Unidos en particular
donde todo mundo tiene armas en sus casas y los veteranos de las guerras llegan
luego muy dañados e incapaces de adaptarse, podría suceder que fueran ellos
mismos los que organizaran una insurgencia, y de algo les servirían los
conocimientos de táctica y estrategia que adquirieron en el campo de batalla.
En México y otros países, son mafias, carteles y paramilitares las que dirigen
el show.
En fin, toda clase de
escenarios a cual más sombrío, y lo que todos tienen en común es que la riqueza
se concentra inexorablemente a medida que recursos críticos se hacen escasos.
Lo mismo sucedió con los anasazi, mayas, Roma, Sumeria, olmecas, Khmer, el que
se nos ocurra. Todos siguieron el guión a la perfección. Nosotros también, y
vamos a llegar al mismo punto a donde ellos llegaron. Todavía hay algunos que
insisten en que esta vez “las cosas son diferente”. Pues sí, y la diferencia
sería tan solo la escala que ahora manejamos.
Hacia una elusiva
sustentabilidad
En este futuro disfuncional
que estamos elaborando, en algún momento nos daremos cuenta que la degradación
ambiental, el cambio climático, la contaminación, deforestación, extinción
masiva de especies, pérdida de biodiversidad, alteraciones en los ciclos del
agua, carbono, nitrógeno y fósforo, y otras gracias más de las que nos hemos
encargado, son reales y existen en el mundo real, no nada más en los noticieros
y a través de la información mediatizada por la que nos enteramos de lo que
sucede allá afuera, si es que nos enteramos.
Por supuesto nos daremos
cuenta solo cuando nos empiece a afectar personalmente; tenemos una capacidad
impresionante para vivir, adaptarnos y desarrollarnos en un estado de profunda
negación de la realidad y cada uno de nosotros nos vamos a aferrar hasta el último
momento a la noción de que el mundo tal como lo conocemos continuará
indefinidamente mientras seguimos progresando. Las sequías en Siria, los
ciclones del Caribe, el monzón en Bangladesh, los incendios en California, las
hambrunas en Sudán y los millones de refugiados climáticos que ya existen son
abstracciones que le suceden a otra gente pero no a mí. Ni siquiera los
bochornos que ya se sienten y que no se sentían hace 15 o 20 años nos van a
sacar de nuestro estado de complacencia. Esos bochornos por cierto podemos
suponer que de aquí a otros 15 o 20 años sean más intensos y duraderos. Después
viene la época de lluvias y se nos olvida, pero el planeta efectivamente se
está calentando, y rápido.
Y pues inevitablemente
terminaremos por asimilar la idea que estamos en una situación que no se había
previsto y que no podemos seguir ignorando. No nos vaya a pasar como les pasó
en Cuba durante el período especial cuando se quedaron colgados de la brocha y
tuvieron que ponerse a sembrar hortalizas hasta en el último resquicio.
Escenarios donde crisis alimentarias ocurren espontánea e imprevisiblemente en
diversos rincones del país y del planeta deben de ser contemplados, y más
asumiendo que cualquier medida que se tome para mitigar una situación así lleva
años y décadas en implementarse y producir fruto.
No es nada fácil hacerse
autosuficiente en alimentos. Aquí en
México la población aumenta millón y medio al año e importamos la mitad de lo
que comemos. No es seguro que pudiéramos trascender esa dependencia incluso si
lo quisiéramos y como sociedad en conjunto nos lo propusiéramos. Menos cuando
no existe la voluntad política ni presión social para moverse en esa dirección.
Además, por supuesto, hay enormes intereses de por medio que son los que
deciden las políticas oficiales y tienen a su gente en los cargos públicos.
México, como muchos otros países, está atrapado en la órbita de las
corporaciones y este hueso no lo sueltan. Controla los alimentos y controlas a
la gente. Es cuestión de poder y dinero y de una agenda que insiste en esa
cuestión del control.
Así, implementan sus
tratados de libre comercio que han llevado a millones de campesinos a abandonar
sus tierras, en un esfuerzo concertado para acabar con la agricultura
tradicional. Empresas como Monsanto que ya se fusionó en Bayer nos enjaretan
sus semillas terminator, pesticidas y granos transgénicos; otras empresas de
apropian del agua y de mantos acuíferos: el agrobusiness vino para instalarse y
no se va a ir a ningún lado.
Bueno, hasta que no se caiga
por su propio peso, dejando detrás un desastre ambiental con tierras estériles
saturadas en glifosato y otros venenos, y poblaciones de insectos que han
descendido entre 50 y 80 por ciento a nivel mundial. Eso es lo que nos deja la
agricultura industrial, y cuanto antes terminemos con ella mejor será para el
resto de los seres vivos que habitamos este planeta y que no somos accionistas
de esas empresas.
Eso sí, son muy buenos en
relaciones públicas, manipular opiniones y crear consensos, y han montado todo
un teatro para imponerse y parecer indispensables, pero no es más que un
esquema. En realidad, ya va siendo hora de hacerlos completamente a un lado y
desarrollar alternativas que promuevan la producción local y orgánica de
alimentos en busca de esa elusiva sustentabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario