martes, 20 de junio de 2017

Lo que mueve al mundo



por David Cañedo Escárcega

Ya sabemos que lo que mueve al mundo es el dinero. Vamos a explorar un poco el tema.

La deuda como esclavitud
Una característica del dinero es que parece ser que nunca alcanza. Ya sea que ganemos poco o mucho ese dinero sirve para satisfacer nuestras necesidades, así como para darnos ciertos gustos y también algunos lujos o caprichos. Cada quien se acostumbra a vivir de cierta manera y después ya no se puede vivir con menos. También sucede que mientras más se tiene más se quiere y nunca es suficiente para mantener nuestros estilos de vida.
Conozco a un fulano que lleva más de veinte años trabajando como contador en alguna empresa de la ciudad de México, y tiene un buen sueldo, que sin embargo no le alcanza para mantenerse. El problema es que tiene muchos gastos, y no es que se dé demasiados lujos pero sí vive en un buen rumbo, tiene su carro y su mujer también, al niño lo mandan a las escuelas, también está el club y lo que sea. Además de que de por sí la vida ya está tan cara, por todos lados te sacan dinero y es difícil ajustarse a un presupuesto. El señor está en una situación en la que crónicamente gasta más de lo que gana y no tiene manera de evitarlo, y en alguna ocasión me contaba como a lo largo de los últimos quince años se fue endeudando con las tarjetas de crédito y ahora debía cerca de un millón de pesos y no tenía idea de cómo iba a salir del paso. Cada mes desembolsa un porcentaje de su sueldo para pagar los intereses de la deuda mientras la deuda misma se sigue acumulando.
Y ese es exactamente el negocio de las tarjetas de crédito. La idea es tener a la gente en un estado de deuda permanente, pagando intereses a perpetuidad mientras la deuda sigue creciendo.
Hace veinte o treinta años, cuando se empezó a propagar el uso de esas tarjetas principalmente entre la clase media, las compañías y bancos que las proporcionan eran muy selectivos y no se las daban a cualquiera; en la actualidad el péndulo se fue al otro extremo, y son ellos los que te la ofrecen, y te buscan y procuran, e insisten hasta que las aceptas.
Y es que es tan práctico llegar a la tienda y comprar lo que se quiera pagando con la tarjeta, aunque uno no tenga ese dinero todavía. Básicamente se está gastando el dinero antes de ganarlo, lo que va muy de acuerdo con el espíritu de nuestra época: consuma ahora y pague después. Se hipoteca el futuro para poder gozar del presente, y con tantas cosas con las que nos incita la sociedad de consumo es fácil caer en la trampa. En México y otros países de Latinoamérica han sido las clases medias las que se han visto seducidas por el hechizo del dinero fácil e inmediato; en Estados Unidos este proceso se inició antes y prácticamente todo mundo se acostumbró a vivir a crédito.
Algunas personas aprendieron a navegar el sistema y obtener alguna ventaja, y se dedican a jinetear la lana sacando de una tarjeta para pagarle a otra, y pueden tener una docena de tarjetas funcionando al mismo tiempo, aunque en algún momento les explota el petardo entre las manos y se quedan colgados de la brocha debiéndole a medio mundo. Fue lo que sucedió en Estados Unidos durante la crisis inmobiliaria del 2008: el crédito era fácil y muchísima gente se embarcó comprando casas mucho más grandes de lo que necesitaban, y pagándolas a treinta o cuarenta años. Lo consideraban una inversión, pero el precio de las casas y bienes raíces se infló artificialmente y cuando la burbuja finalmente explotó la gente se encontró pagando hipotecas por el doble o triple del precio real de la casa y al no poder seguir abonando llegaban los bancos y confiscaban la propiedad. Varios millones de personas perdieron sus casas de esta manera.
Las tarjetas de crédito son las tiendas de raya de nuestra época. Esa institución de tiempos de don Porfirio eran establecimientos de crédito en los que se obligaba a los trabajadores a gastarse todo su sueldo, que nunca veían físicamente, en comprar lo que necesitaban a precios cautivos y acumulando deuda que era imposible liquidar. Era un estado de esclavitud ligeramente encubierto. El esquema que se han montado ahora está más disfrazado, pero sigue siendo deuda como esclavitud.

El moderno tributo
Si tener a los individuos en estado de deuda permanente es un excelente negocio, ¿porqué no tener a naciones enteras en la misma condición? Esta situación la han practicado de diferentes maneras los muchos imperios que han pasado a lo largo de la historia para mantener a los pueblos perpetuamente sojuzgados; se le llamaba tributo, y era la manera de apropiarse de la riqueza de las naciones conquistadas para mantener los estilos de vida de las capitales del imperio. Ya sabemos que todo ese edificio llamado civilización desde sus comienzos no ha sido básicamente más que la búsqueda e implementación de métodos cada vez más sofisticados para apropiarse y transferir la riqueza de la periferia hacia el centro donde se termina concentrando en unas cuantas manos.
En la actualidad el método se ha perfeccionado y se ha vuelto extremadamente efectivo. Se esconde detrás de palabras bonitas y grandes ideales; en el fondo es la misma ambición y ansia de poder de siempre. La idea era convencer a los líderes de las naciones “en vías de desarrollo” que lo que les conviene es aceptar préstamos sustanciales de dinero para financiar grandes proyectos de construcción e infraestructura para que el país pudiera progresar y modernizarse; el crecimiento económico subsecuente escurriría hacia abajo y eventualmente beneficiaría a la totalidad de la población. Sonaba bonito y muchos mordieron el anzuelo; organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional estaban prestos y ansiosos de proporcionar la cantidad que fuera: el dinero surgía como por arte de magia y así como surgía también se evaporaba.
En la práctica lo que sucedió es que mucho de ese dinero nunca llegaba a su destino: a lo largo del camino desaparecía en el agujero negro de los bolsillos de las élites y sátrapas locales. Las obras de infraestructura que sí se hacían eran principalmente puentes, carreteras y puertos, para que los recursos naturales del país pudieran fluir libremente hacia el exterior; junto con el préstamo y como parte del trato venían las industrias extractivas extranjeras que estaban salivando por instalarse y ponían sus propias condiciones.
Una vez que empezaba el proceso de endeudarse era imposible detenerlo; el dinero nunca alcanzaba y se necesitaba siempre más, que el Banco y Fondo mundiales entregaban enseguida, por lo menos al principio. La bonanza económica que esas inversiones iban a traer parecía estar siempre a la vuelta de la esquina, pero mientras más se acercaba uno más se seguía alejando y nunca terminó por materializarse, todo lo contrario. Fueron muchas las naciones del mundo que se hundieron en el abismo de la deuda, y eso incluye a casi la totalidad de los países de África y América Latina, y también muchos de Asia.
Se dieran cuenta o no, estos países se habían convertido en colonias económicas, lo que nunca habían realmente dejado de ser; al ganar su independencia política no pudieron sin embargo escaparse de su condición de patios traseros del imperio. Ahora se encontraban con deudas de miles de millones de dólares que nunca iban a poder pagar, y una buena parte de su producto nacional bruto se iba simplemente en abonar los intereses de la deuda, mientras la deuda misma seguía aumentando. La riqueza que iba a escurrir hacia abajo nunca lo hizo; el pueblo se convirtió en mano de obra barata y el país entero era una vaca lechera a la que se ordeñaba de recursos naturales dejando atrás ecosistemas destruidos y polarizaciones extremas de riqueza.
Cuando la deuda llegaba a niveles insostenibles había ocasiones en que se “renegociaba”. Eso significa que se privatizaban las empresas públicas y se vendían al mejor postor a precios de remate, al mismo tiempo que se imponían regímenes de austeridad y se recortaba el presupuesto eliminando toda clase de beneficios sociales para el pueblo, incluyendo salud pública y educación. Asimismo se exigía la apertura total del mercado nacional a las inversiones de las empresas transnacionales, y se fabricaban al vapor tratados de libre comercio para que éstas pudieran operar tranquilamente y llevarse sus ganancias a otro lado. Por donde quiera que se le vea es un negocio redondo; el último avatar en la larga historia de los pueblos sojuzgados que seguimos pagando tributo.

Las políticas de la deuda
Una vez que encuentran un esquema que les funciona, ya no lo sueltan. Uno por uno fueron cayendo los países del mundo en estado de deuda crónica y permanente; los agentes del imperio se encargaban de convencer a los gobernantes más recalcitrantes. El acuerdo que se les ofrecía era de lo más sencillo: a los líderes y élites locales se les permite que se enriquezcan mientras permitan el flujo de los recursos hacia el exterior, al mismo tiempo que se les proporciona ayuda militar y logística para poder mantener a sus propias poblaciones bajo control. En los casos en que haya reticencia y algún líder decida no seguir las reglas del juego por defender conceptos como “soberanía nacional”, “justicia social”, “comercio justo”, u otros por el estilo, simplemente se les quita de en medio, sin mayores contemplaciones. A países que deciden seguir su propio curso se les bombardea de regreso a la edad de piedra para que sirvan de ejemplo y escarmiento a otras naciones que alberguen las mismas ideas.
La deuda pública de México está por los 190,000 millones de dólares, y con la deuda privada la cifra aumenta a 425 mil millones. Mucha de esa deuda se adquirió durante la bonanza petrolera de los años setentas y ochentas, cuando se nos decía que teníamos que prepararnos para administrar la abundancia. A medida que se explotaban nuevos campos de petróleo los bancos internacionales ahí estaban como buitres esperando apropiarse de esa riqueza; en gran medida lo consiguieron, y vamos a seguir pagando los intereses mucho después de que el petróleo se haya terminado.
Pero la nación más endeudada del mundo con mucho es el mismo Estados Unidos. Ahí todo mundo se acostumbró a vivir por encima de sus medios, desde los individuos a los gobiernos municipales, estatales y federal: todos gastan más de lo que ganan para mantener los estilos de vida de los que ya no pueden prescindir, y han acumulado una deuda pública de 18 billones de dólares que sigue aumentando en 75 millones de dólares en promedio cada hora.
Hubo un tiempo en que el valor del dólar estuvo fijado por la paridad de esa moneda con el oro; es decir, que dependía de las reservas físicas de oro que tuvieran almacenadas en Fort Knox. Pero ese arreglo les empezó a resultar inconveniente porque no les permitía imprimir la cantidad de billetes que ellos querían, y en 1971 decidieron abandonar la vinculación del dólar con el oro; desde entonces pueden crear el dinero de la nada y básicamente eso es lo que hacen. Hay un límite a la cantidad de deuda en la que el gobierno federal de Estados Unidos puede incurrir, pero cada año o par de años hacen un ritual en el que el congreso aprueba un nuevo límite y pueden seguir gastando el dinero que no tienen.
Cualquier otra moneda con esos niveles insostenibles de deuda ya se hubiera colapsado; lo que mantiene al dólar a flote es el hecho de que se utiliza como moneda de reserva internacional. Eso significa que más de dos tercios del comercio mundial se negocian en dólares, incluyendo el petróleo, que es el producto que mueve más billete en el mundo. Los famosos petrodólares son las transacciones de petróleo hechas en dólares en cualquier parte del planeta; si Arabia Saudita le vende petróleo a China, Argentina o Australia la transacción se hace en dólares y es como si el dólar cobrara una comisión con cada venta.
Ha habido países que han querido escapar de esa tenaza que el dólar mantiene en sus economías, pero el imperio no lo puede permitir. Irak con Saddam Hussein quiso comerciar su petróleo en euros y Gadafi en Libia quería implementar el dinar como moneda panafricana, y a los dos les fue como en feria. Actualmente Rusia y China han decidido que les conviene deshacerse de sus bonos del Tesoro de Estados Unidos, que es puro papel impreso sin que nada lo respalde, y comerciar en sus propias monedas, y al parecer Estados Unidos está dispuesto a armar una guerra nuclear con tal de impedir que se les salgan del huacal.

El sistema que se consume
Durante un tiempo ese arreglo de mantener a las naciones del tercer mundo en un estado de deuda perpetua les funcionó muy bien, y a todo país que se dejó le exprimieron lo que pudieron. Actualmente, sin embargo, la situación ha evolucionado y las cosas ya no tan simples como lo eran hace tres o cuatro décadas. El problema es que, como ya sabemos, en el sistema socio económico que nos rige el poder y la riqueza tienden a concentrarse, y en tiempos recientes ese proceso se ha acelerado enormemente y ha llegado a sus lógicas consecuencias.
Ya vimos que una de las leyes del dinero es que nunca es suficiente y mientras más tienes más quieres y siempre quieres tener más, y esto es particularmente cierto a medida que avanzamos en la escala social. El sistema tiene que seguir creciendo y creciendo y acumulando y acumulando, y en algún punto a algunas personas se les bota la chaveta y se vuelve un frenesí de querer hacerse rico de la noche a la mañana a como dé lugar, haciendo lo que tengan que hacer y sin preocuparse por las consecuencias. Es una vorágine que los atrapa a todos, aferrándose desesperados a cualquier migaja del pastel de la que se hayan apropiado. La economía globalizada se ha convertido en un casino de altas finanzas que mueve billones de dólares de riqueza ficticia que solo existe en papeles, bonos, títulos, pagarés, o en bits y bytes en alguna computadora. Esta economía está cada vez más divorciada de la economía real de la gente en la calle y está dominada por la especulación, la apropiación y una ambición sin límites.
Pero hay un límite a la riqueza que el planeta tierra puede producir, o de la que esta gente se puede apropiar. Todo mundo quiere una tajada mayor del pastel pero hay un punto en el que el pastel ya no alcanza para todos.
Hubo un tiempo en que era suficiente con explotar a las colonias económicas del tercer mundo para sostener los estilos de vida de los países “desarrollados”. La clase media de Europa y Estados Unidos pudo gozar de niveles sin precedente de bienestar después de la segunda guerra mundial gracias en una buena parte a ese flujo continuo de riqueza de la periferia hacia el centro. Pero como decimos, ya no alcanza para todos, y las élites que insisten en seguir acaparando no están permitiendo que la riqueza salpique ni a los mismos habitantes del imperio, y vemos una situación en la que países como Grecia o Irlanda que forman parte del núcleo europeo han sido castigados y se están ahogando en niveles de deuda impagable, y la clase media de Estados Unidos está siendo sacrificada a su vez en el altar de las mayores ganancias hacia las grandes corporaciones.
O sea, lo que estamos viendo es al sistema que empieza a canibalizarse a sí mismo. La riqueza se tiene que seguir concentrando, pero ya no es suficiente con obtenerla de la periferia, ahora hay que obtenerla de la misma población que forma parte del núcleo del imperio. Como una serpiente que se empieza a comer la cola y no puede detenerse hasta que se devora por completo, el sistema globalizado de explotación y apropiación está llegando al límite de sus posibilidades y en su afán por seguir creciendo empieza a consumirse. De paso se está haciendo inestable, o más de lo que ya es por naturaleza.
Hay que considerar que la élite o el “uno por ciento” no es un grupo monolítico, sino que hay facciones y centros de poder que en ocasiones pueden trabajar en coordinación pero en otras van a pelear despiadadamente entre ellas para defender sus intereses y obtener mayor acceso al poder y los beneficios que éste trae. La creciente disonancia entre los intereses fuertemente atrincherados de estas facciones y los de la población en general pueden dar paso a una crisis de legitimidad en que el pueblo decida que seguir el camino que esos líderes les marcan ya no es en su conveniencia sino que hay que buscar alternativas por otro lado.


La guerra financiera
La tercera guerra mundial ya comenzó, y está en su fase financiera. Todo es economía, y el que controla el flujo del dinero controla el mundo y no va a ceder un ápice de ese control voluntariamente. El imperio basado en la supremacía del dólar, sin embargo, está siendo erosionado desde dentro y por afuera, y en algún momento se dará cuenta que ha sido rebasado por las circunstancias. El bully del barrio enfrenta cada vez mayor resistencia, y son muchos los países y centros de poder que se rehúsan a seguir participando en el juego de ser esquilmados a perpetuidad recibiendo muy pocos beneficios a cambio.
China en particular con su cultura milenaria al parecer ya decidió que tuvo suficiente de esos advenedizos en la escena mundial que con su insufrible arrogancia vienen a imponer sus condiciones ventajosas y a tratarlos a ellos y al resto del mundo con la punta del pie. Estados Unidos hace un buen rato que abandonó toda semblanza de diplomacia y cree que la única manera de conseguir las cosas es por la fuerza de las armas, y de hecho se ha convertido en una sociedad militarizada cuya economía depende por completo de un estado de guerra permanente. El matrimonio de conveniencia que se dio entre Estados Unidos y China a partir de la década de los setentas cuando Nixon viajó a Beijing y se decidió que China se convertiría en la fábrica del mundo ya rindió lo que tenía que rendir y la luna de miel hace también un buen rato que terminó. Ahora China ha decidido que le conviene seguir su propio camino independiente y buscar la integración con el resto de Asia en lo que han dado por llamar la nueva ruta de la seda, y el principal obstáculo para conseguirlo es precisamente la oposición del imperio.
Para China y otras naciones la solución es comenzar a comerciar el petróleo y otros recursos clave de nuevo en oro, abandonando el dólar como moneda de intercambio, y se están moviendo en esa dirección. Cuando eso suceda, provocará una crisis en el valor del dólar del que el imperialismo gringo probablemente no se pueda recuperar.
Por supuesto que el gran capital transnacional no está esperando pasivamente a que llegue ese momento. Esto es una guerra y todo mundo va a defender sus intereses hasta las últimas consecuencias, que esperemos que no llegue al intercambio de misiles nucleares, aunque Estados Unidos también ha dejado en claro que no descarta esa posibilidad, y están rodeando a China y a Rusia de bases militares. En el plano estrictamente financiero también están tomando sus medidas, que consisten en un mayor control de las finanzas internacionales. El esquema que se están montando actualmente es el de eliminar el dinero en efectivo y depender mayoritaria o exclusivamente del dinero electrónico. Su objetivo es que todas las transacciones comerciales en pequeña o en gran escala, nacionales e internacionales, se hagan con tarjetas de crédito y que los billetes y monedas pasen eventualmente a la historia. Idealmente, para ellos, todo mundo debería de tener una cuenta en el banco y utilizar su tarjeta para pagar desde un chicle o una torta hasta un automóvil o una casa; sin una cuenta y una tarjeta, una persona no sería nadie ni tendría personalidad propia.
Si lo consiguen, y se están moviendo en esa dirección, esto le daría a los bancos, compañías de crédito y al sistema financiero internacional un enorme poder y control sobre todos los aspectos de la vida cotidiana de los ciudadanos y de las finanzas públicas y privadas de naciones enteras. Todo tiene que ver con el control, y no nos hagamos ilusiones que el dinero electrónico nos va a hacer la vida más fácil. Con ese poder financiero pueden llevar a la quiebra a cualquier compañía, institución o nación que se rehúse a seguir su juego, además que nos van a tener monitoreados hasta en el mínimo detalle de nuestras vidas.
Ya se están haciendo pruebas piloto para eliminar el uso de efectivo, como lo acaban de hacer en India donde con el pretexto de frenar la corrupción y el lavado de dinero eliminaron los billetes de alta denominación, creando un caos entre la sociedad predominantemente rural de ese país cuando de la noche a la mañana la gente descubrió que su dinero ya no valía nada.


El dinero es un producto de la civilización
Durante los doscientos mil años que hemos existido como especie, la economía de los pequeños grupos de gente que basaban su subsistencia en la caza y la recolección de frutos era compartir. La clave de la supervivencia era compartir, y la comida que se obtenía se repartía entre todos. Si había comida suficiente, todos comían hasta llenarse; si no había suficiente, todos pasaban hambre. Si no compartes con los demás, los demás no comparten contigo. Compartir era el orden natural de las cosas. Las comunidades eran pequeñas y todo mundo se conocía, y se hacía uso común de los bienes con los que se contaba. No existía espacio para la acumulación y ni siquiera entendían ese concepto, siendo así que no era mucho lo que necesitaban y podían llevar a cuestas.
Estos grupos eran nómadas o seminómadas y tenían sus zonas y espacios por los que deambulaban de acuerdo a las estaciones; en ocasiones especiales como solsticios o lunas llenas podía haber encuentros de diferentes grupos y clanes que compartían una misma región y con los que existía una cierta familiaridad. Éstas solían ser ocasiones festivas en las que intercambiaban saludos y regalos y también muchachas casaderas; se celebraban bodas y nacimientos y después cada tribu seguía su camino y quizás se volverían a ver en el siguiente encuentro. Entre estos grupos existía la economía del trueque en la que lo que a alguien le sobra le puede servir a otro y ambos se ponen de acuerdo en lo que van a recibir a cambio. La economía del trueque ha sido con mucho la más utilizada en la historia de la humanidad y hasta la fecha se utiliza en pequeñas comunidades que se han mantenido al margen de la economía del dinero.
Incluso después de que se empezó a desarrollar la agricultura y las poblaciones se fueron sedentarizando y aumentando de tamaño el trueque siguió siendo la economía vigente. Todavía pasaron varios miles de años para que surgieran las civilizaciones de manera completamente independiente en diferentes partes del planeta.
Ya sabemos que la esencia de la civilización es la jerarquía y la concentración de poder y de riqueza. A medida que la gente se fue “civilizando”, la sociedad a su vez se fue estratificando, y la gente empezó a ver como normal el hecho de pertenecer a una escala social en la que había personas de rango superior a las que había que rendirles pleitesía y pagarles tributo, y personas de rango inferior de las que se podía abusar y pasar por encima de ellas. Este proceso no sucedió de la noche a la mañana y se llevó un buen rato en cimentarse, pero una vez que se sentaron las bases adquirió vida propia y se convirtió en algo inmutable e inevitable. Desde el nacimiento hasta la muerte la posición de una persona ya estaba decidida, y lo único que le quedaba era aceptar su suerte y hacer lo mejor que pudiera dentro de las limitadas opciones que le quedaban. Ésta es una condición mental, por supuesto, que se ve como normal cuando se forma parte del sistema y se ha sido condicionado desde niño para aceptarlo, pero que visto desde afuera se ve como lo absurdo que realmente es.
En cualquier caso, las personas que se empezaron a beneficiar de este estado de las cosas decidieron que era un buen arreglo, y se acostumbraron a los privilegios que su posición les confería y comenzaron a idear toda clase de mecanismos para legitimizar este estado de las cosas; esto incluía sanciones divinas, aparatos militares, religiosos, educativos, culturales y legislativos, y en algún momento también empezó a incluir una economía basada en el dinero.
El dinero originalmente era un medio que permitía el intercambio de bienes y servicios en sociedades que se habían vuelto demasiado complejas para seguir manteniendo economías basadas en el trueque, pero muy rápidamente se convirtió en un fin en sí mismo: el dinero permitía las mayores concentraciones de riqueza que ultimadamente era el objetivo de todo este asunto, apropiarse de la riqueza que se generaba dentro del sistema.
El dinero es una cosa de la civilización, y cada vez que una civilización falla el dinero que maneja pierde todo su valor.


Apropiándose de la riqueza ajena
Son muchas las maneras que los pueblos civilizados han ideado a lo largo de la historia para apropiarse de la riqueza ajena. Como ya hemos visto, las civilizaciones surgen, crecen lo que pueden, acaban con todo lo que encuentran a su paso, se expanden y conquistan por que necesitan cada vez más recursos y mercados para mantener los estilos de vida a los que todo mundo se ha acostumbrado, y de alguna manera toda la riqueza que se genera termina estando muy mal repartida -con eso de que en la cima de la estructura piramidal que inevitablemente se forma solo hay lugar para unos cuantos-, aunque también salpica a una clase media que ha encontrado la manera de acomodarse en el engranaje del sistema. Cuando esa clase deja de percibir sus beneficios y la concentración de la riqueza se hace más extrema es porque el sistema ha llegado al límite de sus posibilidades y se aproxima a puntos de ruptura, como de hecho es lo que sucede actualmente.
Uno de los esquemas más efectivos que se han montado para apropiarse de la riqueza del vecino es el de las plantaciones coloniales. Cuando un pueblo invade a otro, por lo general van primero detrás del oro y de la plata, como sucedió aquí en América cuando los conquistadores europeos arrasaron con las culturas mesoamericanas y andinas y se volvieron locos de ambición al ver la cantidad de oro que estaba ahí esperando a que ellos la tomaran. Con eso construyeron sus palacios y castillos en la madre patria, pero no fue suficiente, y sus sueños guajiros de ciudades de oro en la selva amazónica nunca se materializaron.
La siguiente fuente de riqueza es la tierra misma, pero hay que trabajarla, y para eso se tenía a las poblaciones nativas, que cuando empezaron a morirse como moscas por las enfermedades contagiosas tuvieron que ser sustituidos por esclavos negros arrancados de África, y fueron millones de ellos los que se trajeron a poblar el nuevo continente. Todas estas personas no tenían por supuesto ningún derecho y se les trataba como si fueran ganado.
Las plantaciones eran enormes extensiones de terreno que pertenecían a un solo individuo, donde se sustituían las culturas de subsistencia que la gente había practicado desde siempre para sembrar monocultivos de productos destinados a la exportación, tales como el azúcar, café, cacao, caucho, algodón, o lo que se pusiera de moda en los mercados europeos. Las poblaciones nativas que habían vivido en esas tierras y las habían visto ser expropiadas y ahora las trabajaban como siervos nunca veían el menor beneficio. Las plantaciones se extendieron por todo el continente, y cuando la tierra ya no producía más en algún lado en seguida se saltaban a otro para poder seguir produciendo. Este estado de las cosas se prolongó durante siglos.
En México durante el porfiriato el país entero le pertenecía a cien familias que no sabían ni donde comenzaban o terminaban sus terrenos. Las poblaciones que se encontraban dentro del latifundio trabajaban todos para la hacienda. El terrateniente por lo general se aparecía un par de ocasiones al año en que venía a respirar el aire de campiña y a cazar venados y se quedaba durante unas pocas semanas hasta que se aburría y se regresaba a la capital, donde mantenía una vida social activa y organizaba recepciones en su palacio en las que recibía a la crema y nata de la sociedad. A los hijos los mandaban a estudiar a Paris y ellos mismos se iban de vacaciones a Nueva Orleans o a Nueva York. El que se hacía cargo de la hacienda durante el resto del tiempo era el capataz, que tenía rienda suelta para hacer lo que quisiera y solía tratar a los peones con la punta del pie.
Los peones trabajaban de sol a sol y vivían en un estado de deuda permanente, lo que en la práctica los convertía en esclavos del patrón. O sea que era todo un montaje en el que la riqueza que se generaba en estos latifundios a partir de la sobreexplotación de la tierra y de la gente que ahí vivía se iba para mantener los estilos de vida de un puñado de catrines que consideraban ese privilegio un derecho divino y que no veían nada de anormal en esta situación. Simplemente así era, y así tenía que seguir siendo.


El estertor de un sistema moribundo
Sí, el dinero es un producto de la civilización, pero a la mera hora el dinero terminó moldeando a la civilización. El dinero transformó a la humanidad por completo. Cambió nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Cambió la naturaleza de las relaciones humanas, interpersonales, comunitarias y colectivas. Se inventó el dinero porque era necesario inventarlo, pero una vez hecho terminó adueñándose de nuestras vidas. La sociedad entera cayó bajo su hechizo y terminamos confundiendo el espejismo por la realidad. El dinero supuestamente era un símbolo de la riqueza que había detrás, pero se convirtió en la riqueza misma, o así lo creímos. Sea como fuera, el dinero terminó siendo  uno de los métodos más efectivos de control social que pudieron haber inventado. Con el dinero nos tienen dominados y colonizados mentalmente; todo mundo necesita dinero para vivir, y los que acaparan la riqueza lo saben.
El problema es que en toda sociedad hay una cantidad limitada de recursos, y cuando la riqueza que se genera a partir de la apropiación y explotación de esos recursos en lugar de repartirse entre todos se concentra en unas cuantas manos pues no va a haber suficientes recursos para todos, y sociedades que pudieron haber sido de abundancia terminan siendo sociedades de escasez. Como lo dijera Gandhi, hay suficiente para las necesidades de todos, pero no para la codicia de todos. Y también dijo que la verdadera civilización consiste no en aumentar artificialmente nuestras necesidades sino en reducirlas voluntariamente.
Todavía no estamos en ese punto sin embargo, y el poder total que el dinero ejerce en nuestras vidas seguirá por lo visto manteniéndose hasta el momento mismo en el que el dinero, de repente, de la noche a la mañana, ya no valga nada, y todo ese control se desvanezca en un instante y nos despertemos como de un sueño preguntándonos como pudimos adorar a un dios tan falso, y sacrificarle el planeta entero.
Mientras tanto, el arte de apropiarse de la riqueza ajena llegó a niveles de perfección que nadie hubiera imaginado hace apenas unas décadas. La economía del comercio e intercambio de bienes y servicios que ha movido a la humanidad durante los últimos varios miles de años ha sido suplantada por una supra economía, que está por encima de ella y actualmente rige los destinos del planeta. Es la economía de las altas finanzas, y mueve billones de dólares más que la economía del mundo real en transacciones que se llevan a cabo en cuestión de segundos, en las casas de bolsa de Nueva York y Londres, Tokyo y Hong Kong, Frankfurt y la ciudad de México. En esta economía solo unos cuantos iniciados participan, los “inversionistas” que despreocupadamente se juegan el destino del resto de la humanidad. Esta economía es un producto de ese fenómeno llamado globalización, y significa el capitalismo llevado hasta sus últimas consecuencias, en la que absolutamente todo se convierte en objeto de lucro y en la que la ambición por cada vez más dinero y poder les hace perder todo contacto con la realidad.
En esta economía son unos cuantos individuos y corporaciones los que obtienen ganancias fabulosas al mismo tiempo que ni siquiera pagan impuestos sobre ellas, y las esconden en paraísos fiscales como Panamá o las Islas Caimán, ejerciendo a todo lo largo del proceso un completo control de los aparatos políticos, judiciales, administrativos, legislativos y medios de comunicación del sistema.
Alguien podría decir que la financialización de la economía es el estertor de un sistema parasitario que se consume a sí mismo, llevándose al planeta por delante. La economía de las altas finanzas básicamente consiste en comernos el futuro para dilapidarlo en el presente, y creer que el planeta tierra tiene la obligación de seguirnos tolerando eternamente. En el momento que nos demos cuenta que esto no es así, toda esa supra economía se derrumbará en un instante.


La verdadera riqueza
Una de las expresiones favoritas que los economistas, políticos, y otros panegiristas del sistema utilizan para justificar todos y cualquiera de los excesos del modelo capitalista industrial imperante es que su objetivo es “crear riqueza”. Así lo dicen, y aparentemente se lo toman en serio. No importa si se trata de una fábrica que arroja alegremente sus desperdicios al arroyo o de un pantanal que se drena para hacer un proyecto inmobiliario o de un bosque que se tumba para hacer un campo de golf o de un nuevo aeropuerto que desplaza a miles de campesinos de sus tierras o de un tratado de libre comercio que desplaza ya no a miles sino a millones de personas destruyendo su modus vivendi, el asunto es que se está “creando riqueza”. Por supuesto que a estas personas lo único que realmente les interesa es su beneficio inmediato y personal y son incapaces de ver las consecuencias de esas acciones a largo plazo o en la medida en que no les afecte a ellos directamente.
En realidad la riqueza no la están creando, más bien se la están apropiando. Lo único que están creando es un montón de problemas para otras personas. Cualquier beneficio que esos proyectos aporten no es más que en el corto plazo, y de hecho extremadamente breve, y para unas cuantas personas. Sabemos que la esencia de este sistema es la privatización de la ganancia y la externalización de los costos.
Por poner un ejemplo, aquí en el pueblo donde vivo hace unos veinte años un tipo taló un cerro entero y cada día durante varios meses sacaba dos o tres camiones de redilas retacados de troncos de todos los tamaños; fue una verdadera masacre la que hizo ese señor en el monte. Esa madera se la vendía a unos japoneses que la convertían en hashi, o palillos para comer. A los japoneses les gusta conservar sus bosques, pero se van por todo el mundo a conseguir madera barata para llevarla a su país. ¿Cuánto pudo haber sacado ese señor de la operación? Quizás le alcanzó para comprarse una camioneta que ahora es una carcacha. Pero acabó con la vegetación del cerro, y  hasta la fecha no se ha podido recuperar..
Y así es con todo. Los barcos balleneros que prácticamente llevaron a las ballenas a la extinción en las primeras décadas del siglo pasado, y que redujeron su población de 200,000 a 3,000 individuos, seguramente estaban convencidos de estar creando riqueza. Claro que esa riqueza era para ellos mismos, pero dejando un mundo seriamente disminuido para todos los demás. Las plantaciones de palma que están acabando con las selvas tropicales de Borneo y el Amazonas es la misma historia: la riqueza que se genera solo la ven unos cuantos individuos, pero provocando en el proceso una extinción masiva de especies y contribuyendo sustancialmente al cambio climático y la destrucción de los ecosistemas.
Es el modelo económico el que no funciona, el que al apropiarse de la riqueza en realidad la destruye. Por el lado que se le vea este sistema es total, completa e irremediablemente insustentable; es un modelo caduco que debe ser sustituido por otro más viable, antes de que el mundo natural termine por colapsarse a nuestro alrededor.
Como dicen los indígenas de Norteamérica, solo cuando el último árbol haya desaparecido y el último río haya sido envenenado y el último pez haya sido atrapado nos daremos cuenta que no podemos comer dinero. La verdadera riqueza es un medio ambiente sano, limpio y abundante; es el único patrimonio real que les podemos dejar a nuestros hijos y descendientes. Todo lo demás se lo va a llevar el viento.
La crisis ambiental que ya se ve venir y que define a nuestra época implicará cambios radicales en la manera de relacionarnos entre nosotros y con el mundo. En las economías que surjan a partir de las cenizas de la actual no habrá mucho espacio para el dios dinero.


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