martes, 7 de febrero de 2017

La piel del planeta



por David Cañedo Escárcega

La forma superior de vida
Desde que surgió la vida en este planeta hace 3000 o 3500 millones de años ésta se confinó a los océanos. Al principio eran organismos muy simples que se fueron haciendo cada vez más complejos y hace unos 525 millones de años durante la llamada explosión del cámbrico llegó un momento en el que las aguas rebosaban de seres vivos, al mismo tiempo que las tierras emergidas, los continentes y las islas, tal como eran en aquel entonces, se mantenían vacíos y estériles. Era básicamente piedra pelona donde la vida no era posible debido a los altos niveles de dióxido de carbono que había en la atmósfera. Fueron eones los que se necesitaron para que el aire se oxigenara lo suficiente gracias al metabolismo de seres fotosintéticos que durante miles de millones de años hicieron que la atmósfera se hiciera respirable y propicia para la existencia.
Hace unos 420 millones de años, cuando las condiciones finalmente lo permitieron, la vida se trasladó de los océanos a tierra firme, y tomó innumerables formas distintas. La vida se explayó a sus anchas, inventando, experimentando y jugando con todas las combinaciones posibles. Fueron las plantas las primeras en colonizar la superficie, y eventualmente se hicieron bosques de helechos que cubrían inmensos territorios y que continuaron con la labor de retirar de circulación el exceso de CO2 y liberar oxígeno para que más formas de vida pudieran seguir emergiendo.
Los árboles surgen poco después, durante el período devónico, hace unos 400 millones de años, lo que los hace formas de vida muy antiguas, y muy avanzadas. Los árboles son una de las más bellas, sorprendentes y complejas manifestaciones de vida en este planeta, perfectamente integrados en la existencia y en los flujos de energía que hacen posible que la vida florezca. Las plantas y los árboles absorben los nutrientes de la tierra y la energía del sol, toman lo que necesitan y no perjudican a nadie en el proceso. Producen oxigeno y son refugio protector para incontables otra especies. Un árbol es un ecosistema en sí mismo y parte integral de los ecosistemas más amplios a los que pertenecen.
Los árboles tienen la sabiduría del tiempo, y han visto fluir y evolucionar la vida a su alrededor durante incontables generaciones. Son templos de vida y así han sido reconocidos por muchas culturas tradicionales que los han considerado incluso sagrados. Se han adaptado a todos los climas y suelen ser bastante longevos, con especies que pueden vivir varios cientos de años. Algunos robles llegan a los 1500 años, y las secoyas gigantes de California pueden sobrepasar los 4000 años. El ser vivo más longevo del planeta es el pino del Colorado, con ejemplares de casi 5000 años de edad.
Los árboles han sido la forma superior de vida más extendida del planeta durante cientos de millones de años y han sido fundamentales en la evolución de la biósfera tal como la conocemos y como existe actualmente. Al conformarse en bosques regulan los microclimas locales y son el ancla de los ciclos del carbono, oxigeno, nitrógeno y del agua. Las principales concentraciones de árboles se dan en los trópicos y en los bosques boreales del norte de Eurasia y América. Esos miles de millones de árboles oxigenan la atmósfera como si fueran un enorme pulmón manteniendo el equilibrio homeostático del gran sistema del planeta tierra.
Es difícil imaginarse como hubiera sido el planeta si no hubieran surgido esas formas de vida que llamamos árboles. Sería un mundo muy distinto y muy extraño. Si llegaran a desaparecer todos los bosques y selvas que hay actualmente, ¿en qué se podría convertir este planeta? Ya ha sucedido, por lo menos localmente. El norte de África, lo que actualmente es el desierto del Sahara, solía ser verde y arbolado con toda clase de fauna y flora hasta que terminó la última glaciación, hace apenas menos de diez mil años, cuando el régimen de lluvias cambió y se trasladó hacia el norte y en esa región dejó de llover y la vegetación desapareció. Puede suceder en cualquier lado, y de hecho la desertificación es uno de los graves problemas a los que nos enfrentamos.

El contraste entre dos formas de vida
Un grupo internacional de científicos ha publicado recientemente un estudio en el que utilizando técnicas avanzadas de mapeo con imágenes satelitales se estima que actualmente hay hasta 3 billones de árboles en la totalidad del planeta tierra (3 x 1012), considerando como árbol a cualquier planta cuyo tronco tenga un diámetro de por lo menos 10 centímetros a un metro y medio de altura. La cifra es mucho mayor a lo que se pensaba previamente, lo que es una buena noticia; como ya sabemos, los árboles son esenciales para la vida en el planeta tierra tal como la conocemos, y son muchas las funciones que realizan para mantener la salud de los ecosistemas. Los árboles crean y mantienen el humus, o tierra fértil, y son depósitos de humedad que reciclan y conservan el agua; asimismo retiran enormes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera y son fundamentales para el reciclado de los nutrientes; son los árboles y bosques los que mantienen y sostienen a la mayor cantidad de vida terrestre.
La mala noticia es que aunque esa cifra parece inmensa, al ritmo al que los estamos destruyendo no pueden durar demasiado. De hecho en ese mismo reporte se nos dice que en los últimos seis mil años, desde que empezaron las primeras civilizaciones, la cantidad de árboles que había en el planeta se ha visto reducida a la mitad, y ya sabemos también que el ritmo de explotación se ha ido acelerando exponencialmente, y en los últimos 100 o 200 años hemos acabado con más árboles que en toda la historia previa de la humanidad. En el momento actual se están talando alrededor de 15 mil millones de árboles anualmente en todo el mundo, y tan solo se plantan unos 5 mil millones.
O sea que se talan muchos más de los que se están plantando, cuando debería de ser a la inversa, porque no todos los que se plantan pegan, y quizás tan solo dos o tres de cada diez crezcan hasta cierta altura, y se van a tardar varias décadas en llegar al tamaño de los que se están cortando.
Así es que tenemos un déficit neto de biomasa que se está perdiendo porque nosotros los seres humanos somos una especie privilegiada que tenemos muchas necesidades y los árboles tienen la mala fortuna de sernos extremadamente útiles para toda clase de aplicaciones: la madera es un material sumamente versátil y pues ni modo, el progreso es el progreso y en nuestra sociedad mercantilista en la que todo, absolutamente todo, se ha convertido en una mercancía la suerte de los árboles está echada de antemano.
El caso es que tenemos una situación en la que en promedio casi una hectárea de selva tropical desaparece cada segundo; es decir, entre 60 y 80 mil hectáreas de bosque son taladas cada día en este planeta, lo que equivale a un rectángulo de 20 por 40 kilómetros. A este paso, para el año 2050 no es mucho lo que va a quedar de la selva del Amazonas o del Congo o las selvas de Borneo que prácticamente ya han desaparecido por completo. El 80 por ciento de las selvas primarias que existían hasta hace unos cuantos siglos ya no existen.
Y pues yo me pongo a pensar que cuando vengan los extraterrestres en su gira por el universo buscando lugares propicios para la vida se van a encontrar con que en este planeta hay una forma superior de vida altamente evolucionada, cuya sola existencia crea las condiciones para que pueda haber más vida, y se van a quedar maravillados con el alto grado de sofisticación y perfeccionamiento con el que esta especie cumple sus funciones. Y también van a notar que hay otra especie cuya sola existencia está acabando con las condiciones que permiten que haya más vida y supongo que la van a ver como algún tipo de virus o enfermedad que está atacando al huésped y que está en su fase más destructiva. Van a analizar la situación y quizás decidan que lo que más les conviene es irse a dar una vuelta por algún otro rincón del universo y regresar dentro de algunos cuantos cientos de años, que para ellos es un abrir y cerrar de ojos, cuando ya el virus haya terminado por autodestruirse y el planeta haya entrado en un proceso de recuperación.

El cuento de los empleos
Vamos a plantear un caso hipotético que de hecho ha sucedido en la realidad de muy diferentes maneras y en cantidad de ocasiones; las variantes son muchas pero hay una línea común y elementos que prácticamente son idénticos ya sea que esto suceda en México o en China. Supongamos que un individuo con cierta cantidad de dinero para invertir llega a algún pueblo perdido en la sierra otomí tepehua del estado de Hidalgo, y al ver el bosque con abundancia de árboles decide que lo que más le conviene es poner una fábrica de papel. El tipo sabe su negocio y lo primero que hace es ponerse a comprar terrenos por todas partes; a los campesinos los envuelve y ya sea que los convenza o que los intimide termina por hacerse de sus tierras a muy buen precio. Mucha gente le vende porque tienen algún compromiso y el tipo paga cash: les ofrece lo menos que puede ofrecer y que los señores estén dispuestos a aceptar, y como necesitan salir del paso y no quieren tener problemas venden sus propiedades ancestrales por lo que finalmente viene a ser una bicoca.
El tipo sabe que en este tipo de negocios lo más importante es la imagen que se proyecta y resulta ser un experto en relaciones públicas; va directo por la yugular y desde el primer momento se trabaja a cualquier persona que cuente para algo en el pueblo; se hace compadre de presidentes, candidatos, comerciantes y a todos les habla para felicitarlos en su cumpleaños: ya con eso, los tiene en su bolsillo. Anuncia que va a invertir dinero en la región y crear fuentes de empleo, y esas son las palabras mágicas que le abren todas las puertas. Con ese cuento, el cuento de los empleos, gobiernos municipales, estatales y federales han bajado la guardia y entregado las riquezas del pueblo y de la nación a los depredadores más abusivos; claro que este proceso se facilita cuando a esos funcionarios les salpica algún beneficio personal, aunque por lo general se contentan con las migajas que el amo les avienta.
El caso es que el tipo establece su operación y durante varios años se dedica a talar sistemáticamente todos los árboles a los que les puede echar mano, y los cerros los va dejando pelones sección por sección. Estas fábricas emplean toda clase de productos químicos para transformar la pulpa en papel y suelen ser altamente contaminantes, pero aquí en la sierra no hay reglas de nada y todo se soluciona arrojando los desechos al arroyo. Las personas que viven rio abajo empiezan a notar que el agua ya no les llega como antes y sus animales se enferman y se mueren, y deciden protestar. Algunos ecologistas preocupados por la salud del bosque tampoco están muy contentos con la situación y tratan de razonar con el fulano y de hacerle ver que sus acciones les están afectando a todos, pero desde el primer momento el tipo es incapaz de tolerar ninguna crítica y mucho menos de tomar alguna medida que afecte en lo absoluto su margen de ganancias, y lo más fácil es llevar a cabo su propia campaña de intimidación y agresiones físicas y verbales a cualquier persona que se le ponga enfrente.
¿Suena familiar la historia? Ha sucedido en cantidad de ocasiones. Varían los detalles pero la trama de fondo es la misma. Al final, una vez que hizo todo el negocio que pudo hacer y ya no hay árboles que pueda seguir talando el tipo desmantela la fábrica, hace sus maletas y se va a seguir haciendo sus negocios por otro lado, dejando un desastre ambiental detrás que va a afectar a la gente durante generaciones, aunque eso le tiene completamente sin cuidado. Es cierto que durante los años que duró la operación le dio trabajo a un puñado de personas, incluyendo al velador y los matones, pero cuando se termina la chamba por lo general quedan peor de lo que estaban antes. La comunidad a la que pertenecen definitivamente sale perdiendo.
En ningún caso el cuento de los empleos justifica la destrucción del medio ambiente. En todas estas situaciones es un individuo o una corporación los que se hacen de las ganancias mientras los costos los externalizan hacia el pueblo, que termina pagando con la pérdida de su salud, calidad de vida y su futuro la rapacidad de esos entes sin conciencia.

Qué fue lo que pasó
Y los bosques están desapareciendo por todas partes. Así lo exige el sistema económico. Así lo exigen los estilos de vida que nos hemos dado. Así lo exige el incremento exponencial de la población humana. Son muchas las razones por las que está desapareciendo el mundo natural aunque básicamente se reducen a la voracidad insaciable por toda clase de recursos de nuestra sociedad industrial “moderna”. Como ya sabemos, lo más impactante de la situación es lo rápido que está sucediendo. Ecosistemas que se mantuvieron relativamente estables durante cientos o miles de años se han visto transformados, degradados o destruidos en el lapso de unas cuantas décadas. Cuando se comparan fotos satelitales actuales de cualquier rincón del planeta con fotos de hace 10, 20 o 30 años, a partir de que se empezaron a utilizar los satélites para mapear la superficie terrestre, en seguida se nota la diferencia.
Existe la deforestación en pequeña y en gran escala, ambas con consecuencias. En pequeña escala es ocasionada principalmente por la presión poblacional. Desde siempre la madera se ha utilizado como combustible para calentarse en tiempos de frío y preparar los alimentos; cuando la población se mantiene estable o aumenta lentamente, el uso que se hace de los recursos forestales se mantiene dentro de cierto nivel; el bosque ‘da de sí’, como se dice, y puede absorber el impacto de nuestras actividades. A medida que la población aumenta llega un momento en que se utiliza más madera de la que se puede regenerar y empieza a haber una pérdida progresiva de biomasa: los árboles se talan más rápido de lo que pueden crecer y por lo general nadie se preocupa por plantar nuevos árboles. La gente está acostumbrada a tener el bosque siempre ahí al lado y cuando empieza a haber claros cada vez más grandes ni siquiera se dan cuenta o se ve como algo inevitable.
En los últimos 40 o 50 años la república mexicana ha perdido aproximadamente el 50 por ciento de su bosque mesófilo de montaña. Esto es evidente en la región donde vivo, donde en el transcurso de una generación el cambio ha sido dramático. Hubo un tiempo no muy lejano en que Tenango contaba con bosques sanos y abundantes; el pueblo era bastante pequeño y bastaba caminar unos cuantos minutos para adentrarse en el bosque; había mucha vida silvestre y agua por todos lados. Desde mediados de los ochentas, cuando se pavimentó la carretera, la población se ha casi triplicado y la actividad económica aumentó sustancialmente, alimentada principalmente por las remesas de lo que fue una emigración masiva hacia los Estados Unidos; en cualquier caso la gente se olvidó de que había un mundo natural alrededor y no se dieron cuenta ni les importó demasiado cuando el bosque empezó a desaparecer.
Cuando el cambio es muy gradual la gente no lo nota; de un día para el otro todo se ve igual y estamos demasiado inmersos en nuestras preocupaciones cotidianas para que le demos demasiada importancia. De un año para el otro todo sigue pareciendo igual; en cinco años la gente que es perceptiva o que vive en contacto estrecho con el bosque se empieza a dar cuenta que las cosas ya no son como antes; en 15 o 20 años resulta que ya todo cambió. Una persona que se haya ido del pueblo hace 30 años y que no haya regresado hasta ahora en seguida se daría cuenta de la diferencia.
Para las jóvenes generaciones que no conocieron la abundancia de vida silvestre y los densos bosques que todavía conocieron sus padres o sus abuelos, les es difícil imaginar que las cosas hayan podido ser de otra manera; inmersos como estamos en la enajenación de la realidad virtual de nuestros aparatos electrónicos es posible creer que el hecho de que el mundo natural se deteriore y desaparezca a nuestro alrededor no tiene mayor efecto en nuestras vidas; sin embargo, como también ya lo sabemos, ese proceso de deterioro no solo no se está frenando sino que se está acelerando, y es posible que en unas cuantas décadas más no sea mucho lo que quede de bosque y que la gente al ver los cerros pelones se despierte como de un letargo y se empiece a preguntar qué fue lo que pasó.

La explotación de los bosques en la gran escala
El modelo industrial imperante desde hace un par de siglos se extendió a todos los ámbitos de la actividad humana; como ya sabemos este modelo está basado en la explotación irracional de recursos naturales y de la riqueza y fertilidad de la tierra para producir todo aquello que la sociedad consume día tras día, y eso incluye los alimentos. Así, tenemos una agricultura industrial, una ganadería industrial y una pesca industrial, que se distinguen de la agricultura, ganadería y pesca tradicionales por la escala en que se realizan y la concentración de los recursos financieros y de los beneficios que se obtienen. Los campesinos y pescadores tradicionales laboran en sus parcelas o lanchas para obtener lo que necesitan para sobrevivir y quizás un pequeño excedente que venden en el mercado para satisfacer otras necesidades. Su estilo de vida desde hace milenios ha sido más bien precario, pero se ha mantenido durante todo ese tiempo y como quiera que sea le ha dado de comer a incontables generaciones de individuos en diferentes tiempos y sociedades.
El modelo industrial en contraste es inherentemente insustentable. Su razón de ser parece ser exclusivamente la obtención de los mayores beneficios para unos cuantos individuos en el menor tiempo posible; es el monopolio de unos cuantos conglomerados y corporaciones trasnacionales que han crecido gigantescamente a costa de devorar a los pequeños productores, y su única racional es seguir creciendo y creciendo para que las acciones de la compañía en la bolsa de valores aumenten de precio. Su visión hacia el futuro en términos de sustentabilidad es inexistente; así, se están vaciando los océanos de vida y no se deja que los bancos de peces se recuperen, y se utilizan cantidades masivas de pesticidas y fertilizantes químicos para obligar a la tierra a producir más y más a costa de la fertilidad a largo plazo, y produciendo en el proceso ingentes cantidades de desperdicios y contaminación. Las ganancias fabulosas que se obtienen son privadas y los costos son públicos, y esto conlleva a las grotescas concentraciones de poder y de riqueza que vemos actualmente.
Este modelo industrial se ha aplicado también a los recursos forestales. La riqueza que hay en los bosques no podía pasar desapercibida y dejar de ser objeto de lucro y de codicia por parte del sistema. De esta manera se ha acabado con casi la totalidad de los bosques primarios que había en el planeta tierra hasta no hace mucho (bosques primarios son los que habían estado ahí desde siempre), para sustituirlos por plantaciones de árboles como eucaliptos, pinos o cocoteros cuya función es crecer lo más rápido posible para convertirlos en papel, en muebles o en aceite para toda clase de usos industriales. Estas plantaciones por cierto son cualquier cosa menos bosques; en realidad son desiertos ecológicos: monocultivos en los que hay decenas o cientos de miles de estos árboles perfectamente alineados en hileras y en los que no se permite ni siquiera crecer la hierba en los espacios para no desviar los nutrientes; al cabo de poco tiempo la tierra deja de producir y hay que clarear nuevos espacios de bosque para seguir manteniendo la producción.
Así se han acabado prácticamente las selvas de Borneo, donde parece que tan solo queda un diez o veinte por ciento del bosque original; en el Amazonas para allá también va la situación. Como es más grande le va a llevar un poco más de tiempo, pero se calcula que para el 2050 no va a quedar mucho de esa selva, el último gran pulmón del planeta. No solo son los eucaliptos o los cocoteros, también están las plantaciones de caña de azúcar para producir etanol que sustituye a la gasolina en los automóviles de Brasil. ¿Qué cosa será más importante, que la selva se conserve o que la gente maneje sus automóviles? El sistema ya dio su respuesta. Y no podemos olvidar por supuesto las enormes extensiones de selva que se han clareado para hacer pastizales para los millones de cabezas de ganado que se necesitan para producir hamburguesas de Macdonalds y saciar nuestro voraz apetito por la carne.
La selva está siendo atacada desde muchos frentes, pero… ¿realmente creemos que podemos vivir en un mundo desprovisto de vegetación?

La gran batalla de nuestra época
Entonces tenemos una situación en la que en los últimos 50 o 60 años México y el mundo han perdido hasta el 90 por ciento de sus selvas tropicales, y el deterioro de lo que todavía queda es palpable; no hay bosque o ecosistema que no esté bajo estrés por la presión poblacional y las demandas insaciables de un sistema económico que tiene como imperativo seguir creciendo hasta donde lo pueda hacer. La sociedad de consumo que nos hemos creado tiene necesidad de toda clase de recursos que hay que obtener a como dé lugar. Yo creo que nos quedaríamos asombrados si hiciéramos una lista de todo lo que se consume en un solo día en el planeta tierra, empezando por los 15 mil millones de litros de petróleo (90 millones de barriles diarios) que son el combustible que hace girar el engranaje del sistema.
Las industrias extractivas han hecho su agosto yendo a los rincones más apartados del planeta a apropiarse de la riqueza de las entrañas de la tierra, pasando por encima de los derechos de la gente que ha vivido en esos lugares desde siempre y que luchan por conservar lo que todavía tienen. Estas corporaciones cuentan con toda clase de mecanismos para terminar por imponerse, tales como tratados de libre comercio, “reformas estructurales”, políticas de austeridad basadas en deuda crónica e impagable, con los que se obliga a los gobiernos de países supuestamente soberanos e independientes a bailar al son que ellos les tocan, usualmente con la connivencia de las élites locales a las que algún beneficio les salpica.
En casos de recalcitrancia donde los gobiernos o poblaciones locales no cooperan con lo que viene a ser el robo descarado de sus recursos hay otros métodos de mano dura que suelen ser bastante efectivos. Estos incluyen golpes de estado, subversión política, desestabilización, espionaje, asesinatos, represión… lo que se tenga que hacer. Las manifestaciones más extremas de esta patología de dominio y explotación son las invasiones y las guerras, y hay todo un aparato industrial militar listo para entrar en acción cuando se presente la ocasión.
La lógica del sistema económico lo va a llevar a acabar con todo, y no se va a detener ni se puede detener por sí solo. Sin embargo hay límites físicos muy reales a los que nos estamos aproximando a toda velocidad, y que surgen del hecho de que el planeta es finito y literalmente ya nos quedo chico.
La gran batalla de nuestra época es entre las fuerzas e intereses que insisten en mantener un orden de las cosas insustentable y que está haciendo agua por todos lados, y los que se dan cuenta que las cosas no son como deberían de ser y que ese modelo económico es un callejón sin salida y que de hecho nos espera un encontronazo con la realidad y que si no se frena el modelo va a acabar hasta con el último árbol y el último pez a los que pueda echarle mano y por eso de lo que se trata es de salvar lo que pueda ser salvado antes de que se nos venga el mundo encima. O algo así.
En este drama el papel principal lo han jugado los pueblos autóctonos, los campesinos y la gente de la tierra que se han visto despojados, violentados y masacrados cada vez que han puesto resistencia en defensa de sus territorios. Un reciente reporte nos informa que América Latina es la región más peligrosa del mundo para los defensores de la tierra y los derechos humanos, que se enfrentan a niveles sin precedente de violencia. Cada año cientos de activistas son asesinados, secuestrados, torturados o arrojados en prisión por el hecho de atreverse a levantar la voz en contra de esos intereses criminales que son incapaces de ver más allá de su beneficio inmediato y personal. Todo mundo tiene derecho de luchar por salvar el lugar donde vive y de preocuparse por dejarle un mundo habitable a las generaciones venideras. Los gobiernos que toman el partido de los grandes intereses en contra de los derechos del pueblo al que supuestamente representan pierden toda legitimidad y se convierten en una parte importante del problema.

El único patrimonio duradero
El cambio climático ya lo tenemos encima. Sí, ya sabemos que el calentamiento global no es más que una burbuja, un eructo de calor que brota al quemar en 200 años la biomasa acumulada durante cientos y miles de millones de años. Esa burbuja no va a durar más que unas decenas de miles de años y será finalmente absorbida por la tendencia general hacia una nueva era de hielo, pero durante ese intervalo nos va a hacer la vida muy difícil a todos los seres vivos que habitemos el planeta. Muchas especies desaparecerán, y eso perfectamente puede incluir a la nuestra, por más invencibles que nos creamos ahora. En cualquier caso las cosas serán muy distintas a lo que estamos acostumbrados.
Mientras tanto, cada año se establece un nuevo record de temperatura promedio global e incluso si en este momento dejáramos de quemar combustibles fósiles, lo que no va a suceder, al parecer ya es inevitable un aumento de por lo menos un par de grados centígrados en el transcurso de nuestras vidas. En algún momento a la humanidad le va a caer el veinte de que quizás no fue una buena idea liberar esos billones de toneladas de carbono hacia la atmósfera al mismo tiempo que nos dedicamos alegremente a acabar con la cubierta forestal que solía cubrir la superficie de los continentes. Esas selvas y bosques que están desapareciendo por todos lados son nuestro mejor aliado y la primera línea de defensa contra cualquier alteración producida por el cambio climático. Cada ciudad, cada pueblo y cada comunidad va a descubrir que un cinturón verde a su alrededor le proporciona frescura todo el año, y especialmente durante las épocas de sequía que cada vez van a ser más intensas y duraderas.
Por donde quiera que le veamos los árboles son indispensables para el equilibrio homeostático de los ecosistemas. El desarrollo económico basado en la destrucción de los bosques es un desarrollo mal entendido, basado en un beneficio efímero a costa de la sustentabilidad a largo plazo.
Aquí donde vivo el bosque mesófilo de montaña característico de la región está en pleno retroceso. Hace algunos años, cuando se empezaron a lotear los bosques y fraccionarlos irregularmente, sin contar con permisos de cambio de uso de suelo ni proporcionar servicios de ningún tipo, y sacrificando docenas de hectáreas de lo poco que queda de bosque a intereses comerciales mezquinos, al pueblo de Tenango pareció no importarle. Cuando se pudo hacer algo por impedirlo nadie movió un dedo. Bueno, con excepción de los consabidos ecologistas que parecían voces que clamaban en el desierto sin que nadie les hiciera el menor caso y que fueron sujetos como era de esperarse a una campaña de agresiones, amenazas e intimidación, a la vez que autoridades ineptas o corruptas se hacían de la vista gorda.
Con el cambio climático que no tenemos idea de cómo se nos viene y con las rachas de calor cada vez más prolongadas que se dan en la época de secas; con la escasez creciente de agua que ya no alcanza para satisfacer las necesidades del pueblo y una población en aumento, a lo mejor algún día Tenango descubre que le conviene tener bosques sanos y abundantes a su alrededor y que la verdadera riqueza del pueblo es el bosque. Cuando por apatía, ignorancia o desinterés se permite que el bosque desaparezca todo mundo sale perjudicado.
De la misma manera en el planeta entero son los bosques, selvas, pantanales, arrecifes de coral y otros ecosistemas, los que proporcionan la abundancia y diversidad biológica que es indispensable para mantener las condiciones en las que nos hemos desarrollado como especie. Una vez que el sistema económico basado en el crecimiento perpetuo sea incapaz de seguir creciendo y se colapse por su propio peso, a lo mejor resulta que el único patrimonio duradero que le podemos dejar a las generaciones venideras es un mundo natural que pueda seguir siendo habitable.

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Adendo: Una avalancha de extinciones
La variedad le da sabor al caldo, y es la diversidad la que hace interesante a este planeta. La vida florece gracias a la diversidad, y mientras más formas de vida hay, más vida sigue habiendo. Es la vida que llama a la vida.
La vida se adapta a las condiciones más extremas y en este planeta vivo la vida se extendió por todos los rincones y resquicios, y cuando bajaron por primera vez en sus batiscafos al fondo de las fosas marinas a once mil metros de profundidad se quedaron pasmados con las formas de vida que encontraron en oasis que se forman en donde el calor del magma subyacente brota hacia afuera. La presión allá abajo es mil veces mayor que en la superficie terrestre, y las creaturas que se han adaptado a esas condiciones extremas carecen de estructura ósea; hay toda una fauna de medusas gelatinosas con luces de colores cada una más extraña que la anterior, y los primeros exploradores que descendieron a esas profundidades en la década de los cincuentas y sesentas del siglo pasado no daban crédito a sus ojos al ver lo que hubieran podido tomar como organismos extraterrestres.
Cada especie se adapta lo mejor que puede a su entorno y termina por encontrar su nicho, es decir, el espacio que lo nutre y en el que realiza sus funciones. Estos espacios forman parte de ecosistemas que están en un constante proceso de cambio y transformación: las circunstancias cambian y las especies encuentran la manera de adaptarse a esos cambios transformándose ellas mismas y evolucionando. Los cambios pueden ser lentos y graduales, o pueden ser bruscos, como cuando sucede algún cataclismo. En estos casos muchas especies no consiguen acoplarse a las nuevas circunstancias y quedan fuera del juego. En el mundo natural los procesos de cambio son acumulativos e irreversibles; pueden llevarse un largo período de gestación en el que las cosas se acercan gradualmente a ciertos puntos de ruptura, y una vez que estos se sobrepasan el cambio es rápido e inevitable y las cosas nunca vuelven a ser como antes.
Se estima que actualmente hay entre 5 y 15 millones de especies, de las cuales solo se han catalogado alrededor de 1.5 millones; es decir, son muchas más las que no conocemos que las que sí conocemos. Las especies actuales son el 1% de todas las que han existido desde que surgió la vida en este planeta hace 3500 o 4000 millones de años, o sea que el 99% de las especies que han existido en toda la historia de la tierra han desaparecido. En circunstancias normales una especie vive entre 1 y 10 millones de años. El ritmo de desaparición normal es de 1 especie por millón al año. Actualmente el ritmo de desaparición de especies es de 1 por cada 10,000 especies al año, 100 veces más de lo normal, por lo menos.
Las selvas tropicales contienen la mitad de las especies que hay en tierra firme, y en los océanos la biodiversidad se concentra en los arrecifes de coral. Tanto las selvas como los arrecifes están bajo ataque, y están desapareciendo especies que ni siquiera se conocen ni se han catalogado. La mitad de la selva tropical se ha perdido en los últimos 50 años, y los arrecifes se están blanqueando y muriendo por el exceso de dióxido de carbono que hemos arrojado a la atmósfera y que el océano no puede seguir absorbiendo, aumentando la temperatura del agua y haciéndose más ácida.
Las proyecciones para el futuro inmediato no son muy optimistas. Se estima que a lo largo de este siglo entre la mitad y las dos terceras partes de todas las especies desaparecerán. De aquí a tan solo unos 30 años la cuarta parte de los mamíferos se extinguirán. Eso incluye muchas especies de felinos, primates, cetáceos; animales grandes y pequeños,  cuyos hábitats están comprometidos y no tienen espacio para seguir existiendo. De aquí a 50 años, 1 millón de especies desaparecerán, y en 100 años unos 5 millones de especies podrían extinguirse. El proceso se está acelerando y en algún momento se convertirá en avalancha. Hace 10,000 años, al surgir la agricultura, se estima que las especies desaparecían a un ritmo de 20 a 30 por año. Actualmente ese ritmo se ha incrementado a un número entre 20,000 a 30,000 por año, casi cien especies diarias, aunque hay algunos que dicen que hasta 200 especies diarias podrían estar desapareciendo, animales y vegetales. En unas cuantas décadas, el ritmo de extinciones puede aumentar hasta 200,000 a 300,000 por año.


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