por David Cañedo
Escárcega
La forma superior de vida
Desde que surgió la vida en este planeta hace 3000 o 3500 millones de
años ésta se confinó a los océanos. Al principio eran organismos muy simples
que se fueron haciendo cada vez más complejos y hace unos 525 millones de años
durante la llamada explosión del cámbrico llegó un momento en el que las aguas
rebosaban de seres vivos, al mismo tiempo que las tierras emergidas, los
continentes y las islas, tal como eran en aquel entonces, se mantenían vacíos y
estériles. Era básicamente piedra pelona donde la vida no era posible debido a
los altos niveles de dióxido de carbono que había en la atmósfera. Fueron eones
los que se necesitaron para que el aire se oxigenara lo suficiente gracias al
metabolismo de seres fotosintéticos que durante miles de millones de años
hicieron que la atmósfera se hiciera respirable y propicia para la existencia.
Hace unos 420 millones de años, cuando las condiciones finalmente lo
permitieron, la vida se trasladó de los océanos a tierra firme, y tomó
innumerables formas distintas. La vida se explayó a sus anchas, inventando,
experimentando y jugando con todas las combinaciones posibles. Fueron las
plantas las primeras en colonizar la superficie, y eventualmente se hicieron
bosques de helechos que cubrían inmensos territorios y que continuaron con la
labor de retirar de circulación el exceso de CO2 y liberar oxígeno para que más
formas de vida pudieran seguir emergiendo.
Los árboles surgen poco después, durante el período devónico, hace unos
400 millones de años, lo que los hace formas de vida muy antiguas, y muy
avanzadas. Los árboles son una de las más bellas, sorprendentes y complejas
manifestaciones de vida en este planeta, perfectamente integrados en la
existencia y en los flujos de energía que hacen posible que la vida florezca.
Las plantas y los árboles absorben los nutrientes de la tierra y la energía del
sol, toman lo que necesitan y no perjudican a nadie en el proceso. Producen
oxigeno y son refugio protector para incontables otra especies. Un árbol es un
ecosistema en sí mismo y parte integral de los ecosistemas más amplios a los
que pertenecen.
Los árboles tienen la sabiduría del tiempo, y han visto fluir y
evolucionar la vida a su alrededor durante incontables generaciones. Son
templos de vida y así han sido reconocidos por muchas culturas tradicionales
que los han considerado incluso sagrados. Se han adaptado a todos los climas y
suelen ser bastante longevos, con especies que pueden vivir varios cientos de
años. Algunos robles llegan a los 1500 años, y las secoyas gigantes de California
pueden sobrepasar los 4000 años. El ser vivo más longevo del planeta es el pino
del Colorado, con ejemplares de casi 5000 años de edad.
Los árboles han sido la forma superior de vida más extendida del planeta
durante cientos de millones de años y han sido fundamentales en la evolución de
la biósfera tal como la conocemos y como existe actualmente. Al conformarse en
bosques regulan los microclimas locales y son el ancla de los ciclos del
carbono, oxigeno, nitrógeno y del agua. Las principales concentraciones de
árboles se dan en los trópicos y en los bosques boreales del norte de Eurasia y
América. Esos miles de millones de árboles oxigenan la atmósfera como si fueran
un enorme pulmón manteniendo el equilibrio homeostático del gran sistema del
planeta tierra.
Es difícil imaginarse como hubiera sido el planeta si no hubieran
surgido esas formas de vida que llamamos árboles. Sería un mundo muy distinto y
muy extraño. Si llegaran a desaparecer todos los bosques y selvas que hay
actualmente, ¿en qué se podría convertir este planeta? Ya ha sucedido, por lo
menos localmente. El norte de África, lo que actualmente es el desierto del
Sahara, solía ser verde y arbolado con toda clase de fauna y flora hasta que
terminó la última glaciación, hace apenas menos de diez mil años, cuando el
régimen de lluvias cambió y se trasladó hacia el norte y en esa región dejó de
llover y la vegetación desapareció. Puede suceder en cualquier lado, y de hecho
la desertificación es uno de los graves problemas a los que nos enfrentamos.
El contraste entre dos formas de vida
Un grupo internacional de científicos ha publicado recientemente un
estudio en el que utilizando técnicas avanzadas de mapeo con imágenes
satelitales se estima que actualmente hay hasta 3 billones de árboles en la
totalidad del planeta tierra (3 x 1012), considerando como árbol a
cualquier planta cuyo tronco tenga un diámetro de por lo menos 10 centímetros a
un metro y medio de altura. La cifra es mucho mayor a lo que se pensaba
previamente, lo que es una buena noticia; como ya sabemos, los árboles son
esenciales para la vida en el planeta tierra tal como la conocemos, y son
muchas las funciones que realizan para mantener la salud de los ecosistemas.
Los árboles crean y mantienen el humus, o tierra fértil, y son depósitos de
humedad que reciclan y conservan el agua; asimismo retiran enormes cantidades
de dióxido de carbono de la atmósfera y son fundamentales para el reciclado de
los nutrientes; son los árboles y bosques los que mantienen y sostienen a la
mayor cantidad de vida terrestre.
La mala noticia es que aunque esa cifra parece inmensa, al ritmo al que
los estamos destruyendo no pueden durar demasiado. De hecho en ese mismo
reporte se nos dice que en los últimos seis mil años, desde que empezaron las
primeras civilizaciones, la cantidad de árboles que había en el planeta se ha
visto reducida a la mitad, y ya sabemos también que el ritmo de explotación se
ha ido acelerando exponencialmente, y en los últimos 100 o 200 años hemos
acabado con más árboles que en toda la historia previa de la humanidad. En el
momento actual se están talando alrededor de 15 mil millones de árboles
anualmente en todo el mundo, y tan solo se plantan unos 5 mil millones.
O sea que se talan muchos más de los que se están plantando, cuando debería
de ser a la inversa, porque no todos los que se plantan pegan, y quizás tan
solo dos o tres de cada diez crezcan hasta cierta altura, y se van a tardar
varias décadas en llegar al tamaño de los que se están cortando.
Así es que tenemos un déficit neto de biomasa que se está perdiendo
porque nosotros los seres humanos somos una especie privilegiada que tenemos
muchas necesidades y los árboles tienen la mala fortuna de sernos
extremadamente útiles para toda clase de aplicaciones: la madera es un material
sumamente versátil y pues ni modo, el progreso es el progreso y en nuestra
sociedad mercantilista en la que todo, absolutamente todo, se ha convertido en
una mercancía la suerte de los árboles está echada de antemano.
El caso es que tenemos una situación en la que en promedio casi una
hectárea de selva tropical desaparece cada segundo; es decir, entre 60 y 80 mil
hectáreas de bosque son taladas cada día en este planeta, lo que equivale a un
rectángulo de 20 por 40 kilómetros. A este paso, para el año 2050 no es mucho
lo que va a quedar de la selva del Amazonas o del Congo o las selvas de Borneo
que prácticamente ya han desaparecido por completo. El 80 por ciento de las
selvas primarias que existían hasta hace unos cuantos siglos ya no existen.
Y pues yo me pongo a pensar que cuando vengan los extraterrestres en su
gira por el universo buscando lugares propicios para la vida se van a encontrar
con que en este planeta hay una forma superior de vida altamente evolucionada,
cuya sola existencia crea las condiciones para que pueda haber más vida, y se
van a quedar maravillados con el alto grado de sofisticación y
perfeccionamiento con el que esta especie cumple sus funciones. Y también van a
notar que hay otra especie cuya sola existencia está acabando con las
condiciones que permiten que haya más vida y supongo que la van a ver como
algún tipo de virus o enfermedad que está atacando al huésped y que está en su
fase más destructiva. Van a analizar la situación y quizás decidan que lo que
más les conviene es irse a dar una vuelta por algún otro rincón del universo y
regresar dentro de algunos cuantos cientos de años, que para ellos es un abrir
y cerrar de ojos, cuando ya el virus haya terminado por autodestruirse y el
planeta haya entrado en un proceso de recuperación.
El cuento de los empleos
Vamos a plantear un caso hipotético que de hecho ha sucedido en la
realidad de muy diferentes maneras y en cantidad de ocasiones; las variantes
son muchas pero hay una línea común y elementos que prácticamente son idénticos
ya sea que esto suceda en México o en China. Supongamos que un individuo con
cierta cantidad de dinero para invertir llega a algún pueblo perdido en la
sierra otomí tepehua del estado de Hidalgo, y al ver el bosque con abundancia
de árboles decide que lo que más le conviene es poner una fábrica de papel. El
tipo sabe su negocio y lo primero que hace es ponerse a comprar terrenos por
todas partes; a los campesinos los envuelve y ya sea que los convenza o que los
intimide termina por hacerse de sus tierras a muy buen precio. Mucha gente le
vende porque tienen algún compromiso y el tipo paga cash: les ofrece lo menos
que puede ofrecer y que los señores estén dispuestos a aceptar, y como
necesitan salir del paso y no quieren tener problemas venden sus propiedades
ancestrales por lo que finalmente viene a ser una bicoca.
El tipo sabe que en este tipo de negocios lo más importante es la imagen
que se proyecta y resulta ser un experto en relaciones públicas; va directo por
la yugular y desde el primer momento se trabaja a cualquier persona que cuente
para algo en el pueblo; se hace compadre de presidentes, candidatos,
comerciantes y a todos les habla para felicitarlos en su cumpleaños: ya con
eso, los tiene en su bolsillo. Anuncia que va a invertir dinero en la región y
crear fuentes de empleo, y esas son las palabras mágicas que le abren todas las
puertas. Con ese cuento, el cuento de los empleos, gobiernos municipales,
estatales y federales han bajado la guardia y entregado las riquezas del pueblo
y de la nación a los depredadores más abusivos; claro que este proceso se
facilita cuando a esos funcionarios les salpica algún beneficio personal,
aunque por lo general se contentan con las migajas que el amo les avienta.
El caso es que el tipo establece su operación y durante varios años se
dedica a talar sistemáticamente todos los árboles a los que les puede echar
mano, y los cerros los va dejando pelones sección por sección. Estas fábricas
emplean toda clase de productos químicos para transformar la pulpa en papel y
suelen ser altamente contaminantes, pero aquí en la sierra no hay reglas de
nada y todo se soluciona arrojando los desechos al arroyo. Las personas que
viven rio abajo empiezan a notar que el agua ya no les llega como antes y sus
animales se enferman y se mueren, y deciden protestar. Algunos ecologistas
preocupados por la salud del bosque tampoco están muy contentos con la
situación y tratan de razonar con el fulano y de hacerle ver que sus acciones
les están afectando a todos, pero desde el primer momento el tipo es incapaz de
tolerar ninguna crítica y mucho menos de tomar alguna medida que afecte en lo
absoluto su margen de ganancias, y lo más fácil es llevar a cabo su propia
campaña de intimidación y agresiones físicas y verbales a cualquier persona que
se le ponga enfrente.
¿Suena familiar la historia? Ha sucedido en cantidad de ocasiones.
Varían los detalles pero la trama de fondo es la misma. Al final, una vez que
hizo todo el negocio que pudo hacer y ya no hay árboles que pueda seguir
talando el tipo desmantela la fábrica, hace sus maletas y se va a seguir
haciendo sus negocios por otro lado, dejando un desastre ambiental detrás que
va a afectar a la gente durante generaciones, aunque eso le tiene completamente
sin cuidado. Es cierto que durante los años que duró la operación le dio
trabajo a un puñado de personas, incluyendo al velador y los matones, pero
cuando se termina la chamba por lo general quedan peor de lo que estaban antes.
La comunidad a la que pertenecen definitivamente sale perdiendo.
En ningún caso el cuento de los empleos justifica la destrucción del
medio ambiente. En todas estas situaciones es un individuo o una corporación
los que se hacen de las ganancias mientras los costos los externalizan hacia el
pueblo, que termina pagando con la pérdida de su salud, calidad de vida y su
futuro la rapacidad de esos entes sin conciencia.
Qué fue lo que pasó
Y los bosques están desapareciendo por todas partes. Así lo exige el sistema económico.
Así lo exigen los estilos de vida que nos hemos dado. Así lo exige el
incremento exponencial de la población humana. Son muchas las razones por las
que está desapareciendo el mundo natural aunque básicamente se reducen a la
voracidad insaciable por toda clase de recursos de nuestra sociedad industrial
“moderna”. Como ya sabemos, lo más impactante de la situación es lo rápido que
está sucediendo. Ecosistemas que se mantuvieron relativamente estables durante
cientos o miles de años se han visto transformados, degradados o destruidos en
el lapso de unas cuantas décadas. Cuando se comparan fotos satelitales actuales
de cualquier rincón del planeta con fotos de hace 10, 20 o 30 años, a partir de
que se empezaron a utilizar los satélites para mapear la superficie terrestre,
en seguida se nota la diferencia.
Existe la
deforestación en pequeña y en gran escala, ambas con consecuencias. En pequeña
escala es ocasionada principalmente por la presión poblacional. Desde siempre
la madera se ha utilizado como combustible para calentarse en tiempos de frío y
preparar los alimentos; cuando la población se mantiene estable o aumenta
lentamente, el uso que se hace de los recursos forestales se mantiene dentro de
cierto nivel; el bosque ‘da de sí’, como se dice, y puede absorber el impacto
de nuestras actividades. A medida que la población aumenta llega un momento en
que se utiliza más madera de la que se puede regenerar y empieza a haber una
pérdida progresiva de biomasa: los árboles se talan más rápido de lo que pueden
crecer y por lo general nadie se preocupa por plantar nuevos árboles. La gente
está acostumbrada a tener el bosque siempre ahí al lado y cuando empieza a
haber claros cada vez más grandes ni siquiera se dan cuenta o se ve como algo
inevitable.
En los
últimos 40 o 50 años la república mexicana ha perdido aproximadamente el 50 por
ciento de su bosque mesófilo de montaña. Esto es evidente en la región donde
vivo, donde en el transcurso de una generación el cambio ha sido dramático.
Hubo un tiempo no muy lejano en que Tenango contaba con bosques sanos y
abundantes; el pueblo era bastante pequeño y bastaba caminar unos cuantos
minutos para adentrarse en el bosque; había mucha vida silvestre y agua por
todos lados. Desde mediados de los ochentas, cuando se pavimentó la carretera,
la población se ha casi triplicado y la actividad económica aumentó
sustancialmente, alimentada principalmente por las remesas de lo que fue una
emigración masiva hacia los Estados Unidos; en cualquier caso la gente se
olvidó de que había un mundo natural alrededor y no se dieron cuenta ni les
importó demasiado cuando el bosque empezó a desaparecer.
Cuando el
cambio es muy gradual la gente no lo nota; de un día para el otro todo se ve
igual y estamos demasiado inmersos en nuestras preocupaciones cotidianas para
que le demos demasiada importancia. De un año para el otro todo sigue
pareciendo igual; en cinco años la gente que es perceptiva o que vive en
contacto estrecho con el bosque se empieza a dar cuenta que las cosas ya no son
como antes; en 15 o 20 años resulta que ya todo cambió. Una persona que se haya
ido del pueblo hace 30 años y que no haya regresado hasta ahora en seguida se
daría cuenta de la diferencia.
Para las
jóvenes generaciones que no conocieron la abundancia de vida silvestre y los
densos bosques que todavía conocieron sus padres o sus abuelos, les es difícil
imaginar que las cosas hayan podido ser de otra manera; inmersos como estamos
en la enajenación de la realidad virtual de nuestros aparatos electrónicos es
posible creer que el hecho de que el mundo natural se deteriore y desaparezca a
nuestro alrededor no tiene mayor efecto en nuestras vidas; sin embargo, como
también ya lo sabemos, ese proceso de deterioro no solo no se está frenando
sino que se está acelerando, y es posible que en unas cuantas décadas más no
sea mucho lo que quede de bosque y que la gente al ver los cerros pelones se
despierte como de un letargo y se empiece a preguntar qué fue lo que pasó.
La explotación de los bosques en la gran escala
El modelo
industrial imperante desde hace un par de siglos se extendió a todos los
ámbitos de la actividad humana; como ya sabemos este modelo está basado en la
explotación irracional de recursos naturales y de la riqueza y fertilidad de la
tierra para producir todo aquello que la sociedad consume día tras día, y eso
incluye los alimentos. Así, tenemos una agricultura industrial, una ganadería
industrial y una pesca industrial, que se distinguen de la agricultura,
ganadería y pesca tradicionales por la escala en que se realizan y la
concentración de los recursos financieros y de los beneficios que se obtienen.
Los campesinos y pescadores tradicionales laboran en sus parcelas o lanchas
para obtener lo que necesitan para sobrevivir y quizás un pequeño excedente que
venden en el mercado para satisfacer otras necesidades. Su estilo de vida desde
hace milenios ha sido más bien precario, pero se ha mantenido durante todo ese
tiempo y como quiera que sea le ha dado de comer a incontables generaciones de
individuos en diferentes tiempos y sociedades.
El modelo
industrial en contraste es inherentemente insustentable. Su razón de ser parece
ser exclusivamente la obtención de los mayores beneficios para unos cuantos
individuos en el menor tiempo posible; es el monopolio de unos cuantos
conglomerados y corporaciones trasnacionales que han crecido gigantescamente a
costa de devorar a los pequeños productores, y su única racional es seguir
creciendo y creciendo para que las acciones de la compañía en la bolsa de
valores aumenten de precio. Su visión hacia el futuro en términos de
sustentabilidad es inexistente; así, se están vaciando los océanos de vida y no
se deja que los bancos de peces se recuperen, y se utilizan cantidades masivas
de pesticidas y fertilizantes químicos para obligar a la tierra a producir más
y más a costa de la fertilidad a largo plazo, y produciendo en el proceso
ingentes cantidades de desperdicios y contaminación. Las ganancias fabulosas
que se obtienen son privadas y los costos son públicos, y esto conlleva a las
grotescas concentraciones de poder y de riqueza que vemos actualmente.
Este modelo
industrial se ha aplicado también a los recursos forestales. La riqueza que hay
en los bosques no podía pasar desapercibida y dejar de ser objeto de lucro y de
codicia por parte del sistema. De esta manera se ha acabado con casi la
totalidad de los bosques primarios que había en el planeta tierra hasta no hace
mucho (bosques primarios son los que habían estado ahí desde siempre), para
sustituirlos por plantaciones de árboles como eucaliptos, pinos o cocoteros
cuya función es crecer lo más rápido posible para convertirlos en papel, en
muebles o en aceite para toda clase de usos industriales. Estas plantaciones
por cierto son cualquier cosa menos bosques; en realidad son desiertos
ecológicos: monocultivos en los que hay decenas o cientos de miles de estos
árboles perfectamente alineados en hileras y en los que no se permite ni
siquiera crecer la hierba en los espacios para no desviar los nutrientes; al
cabo de poco tiempo la tierra deja de producir y hay que clarear nuevos
espacios de bosque para seguir manteniendo la producción.
Así se han
acabado prácticamente las selvas de Borneo, donde parece que tan solo queda un
diez o veinte por ciento del bosque original; en el Amazonas para allá también
va la situación. Como es más grande le va a llevar un poco más de tiempo, pero
se calcula que para el 2050 no va a quedar mucho de esa selva, el último gran
pulmón del planeta. No solo son los eucaliptos o los cocoteros, también están
las plantaciones de caña de azúcar para producir etanol que sustituye a la
gasolina en los automóviles de Brasil. ¿Qué cosa será más importante, que la
selva se conserve o que la gente maneje sus automóviles? El sistema ya dio su
respuesta. Y no podemos olvidar por supuesto las enormes extensiones de selva
que se han clareado para hacer pastizales para los millones de cabezas de
ganado que se necesitan para producir hamburguesas de Macdonalds y saciar nuestro
voraz apetito por la carne.
La selva está
siendo atacada desde muchos frentes, pero… ¿realmente creemos que podemos vivir
en un mundo desprovisto de vegetación?
La gran batalla de nuestra época
Entonces
tenemos una situación en la que en los últimos 50 o 60 años México y el mundo
han perdido hasta el 90 por ciento de sus selvas tropicales, y el deterioro de
lo que todavía queda es palpable; no hay bosque o ecosistema que no esté bajo
estrés por la presión poblacional y las demandas insaciables de un sistema
económico que tiene como imperativo seguir creciendo hasta donde lo pueda
hacer. La sociedad de consumo que nos hemos creado tiene necesidad de toda
clase de recursos que hay que obtener a como dé lugar. Yo creo que nos
quedaríamos asombrados si hiciéramos una lista de todo lo que se consume en un
solo día en el planeta tierra, empezando por los 15 mil millones de litros de
petróleo (90 millones de barriles diarios) que son el combustible que hace
girar el engranaje del sistema.
Las industrias
extractivas han hecho su agosto yendo a los rincones más apartados del planeta
a apropiarse de la riqueza de las entrañas de la tierra, pasando por encima de
los derechos de la gente que ha vivido en esos lugares desde siempre y que
luchan por conservar lo que todavía tienen. Estas corporaciones cuentan con
toda clase de mecanismos para terminar por imponerse, tales como tratados de
libre comercio, “reformas estructurales”, políticas de austeridad basadas en
deuda crónica e impagable, con los que se obliga a los gobiernos de países
supuestamente soberanos e independientes a bailar al son que ellos les tocan,
usualmente con la connivencia de las élites locales a las que algún beneficio
les salpica.
En casos de
recalcitrancia donde los gobiernos o poblaciones locales no cooperan con lo que
viene a ser el robo descarado de sus recursos hay otros métodos de mano dura
que suelen ser bastante efectivos. Estos incluyen golpes de estado, subversión
política, desestabilización, espionaje, asesinatos, represión… lo que se tenga
que hacer. Las manifestaciones más extremas de esta patología de dominio y
explotación son las invasiones y las guerras, y hay todo un aparato industrial
militar listo para entrar en acción cuando se presente la ocasión.
La lógica del
sistema económico lo va a llevar a acabar con todo, y no se va a detener ni se
puede detener por sí solo. Sin embargo hay límites físicos muy reales a los que
nos estamos aproximando a toda velocidad, y que surgen del hecho de que el
planeta es finito y literalmente ya nos quedo chico.
La gran
batalla de nuestra época es entre las fuerzas e intereses que insisten en
mantener un orden de las cosas insustentable y que está haciendo agua por todos
lados, y los que se dan cuenta que las cosas no son como deberían de ser y que
ese modelo económico es un callejón sin salida y que de hecho nos espera un
encontronazo con la realidad y que si no se frena el modelo va a acabar hasta
con el último árbol y el último pez a los que pueda echarle mano y por eso de
lo que se trata es de salvar lo que pueda ser salvado antes de que se nos venga
el mundo encima. O algo así.
En este drama
el papel principal lo han jugado los pueblos autóctonos, los campesinos y la
gente de la tierra que se han visto despojados, violentados y masacrados cada
vez que han puesto resistencia en defensa de sus territorios. Un reciente
reporte nos informa que América Latina es la región más peligrosa del mundo
para los defensores de la tierra y los derechos humanos, que se enfrentan a
niveles sin precedente de violencia. Cada año cientos de activistas son
asesinados, secuestrados, torturados o arrojados en prisión por el hecho de
atreverse a levantar la voz en contra de esos intereses criminales que son
incapaces de ver más allá de su beneficio inmediato y personal. Todo mundo
tiene derecho de luchar por salvar el lugar donde vive y de preocuparse por
dejarle un mundo habitable a las generaciones venideras. Los gobiernos que
toman el partido de los grandes intereses en contra de los derechos del pueblo
al que supuestamente representan pierden toda legitimidad y se convierten en
una parte importante del problema.
El único patrimonio duradero
El cambio
climático ya lo tenemos encima. Sí, ya sabemos que el calentamiento global no
es más que una burbuja, un eructo de calor que brota al quemar en 200 años la
biomasa acumulada durante cientos y miles de millones de años. Esa burbuja no
va a durar más que unas decenas de miles de años y será finalmente absorbida
por la tendencia general hacia una nueva era de hielo, pero durante ese
intervalo nos va a hacer la vida muy difícil a todos los seres vivos que habitemos
el planeta. Muchas especies desaparecerán, y eso perfectamente puede incluir a
la nuestra, por más invencibles que nos creamos ahora. En cualquier caso las
cosas serán muy distintas a lo que estamos acostumbrados.
Mientras
tanto, cada año se establece un nuevo record de temperatura promedio global e
incluso si en este momento dejáramos de quemar combustibles fósiles, lo que no
va a suceder, al parecer ya es inevitable un aumento de por lo menos un par de
grados centígrados en el transcurso de nuestras vidas. En algún momento a la
humanidad le va a caer el veinte de que quizás no fue una buena idea liberar
esos billones de toneladas de carbono hacia la atmósfera al mismo tiempo que
nos dedicamos alegremente a acabar con la cubierta forestal que solía cubrir la
superficie de los continentes. Esas selvas y bosques que están desapareciendo
por todos lados son nuestro mejor aliado y la primera línea de defensa contra
cualquier alteración producida por el cambio climático. Cada ciudad, cada
pueblo y cada comunidad va a descubrir que un cinturón verde a su alrededor le
proporciona frescura todo el año, y especialmente durante las épocas de sequía
que cada vez van a ser más intensas y duraderas.
Por donde
quiera que le veamos los árboles son indispensables para el equilibrio
homeostático de los ecosistemas. El desarrollo económico basado en la
destrucción de los bosques es un desarrollo mal entendido, basado en un
beneficio efímero a costa de la sustentabilidad a largo plazo.
Aquí donde
vivo el bosque mesófilo de montaña característico de la región está en pleno
retroceso. Hace algunos años, cuando se empezaron a lotear los bosques y
fraccionarlos irregularmente, sin contar con permisos de cambio de uso de suelo
ni proporcionar servicios de ningún tipo, y sacrificando docenas de hectáreas
de lo poco que queda de bosque a intereses comerciales mezquinos, al pueblo de
Tenango pareció no importarle. Cuando se pudo hacer algo por impedirlo nadie
movió un dedo. Bueno, con excepción de los consabidos ecologistas que parecían
voces que clamaban en el desierto sin que nadie les hiciera el menor caso y que
fueron sujetos como era de esperarse a una campaña de agresiones, amenazas e
intimidación, a la vez que autoridades ineptas o corruptas se hacían de la
vista gorda.
Con el cambio
climático que no tenemos idea de cómo se nos viene y con las rachas de calor
cada vez más prolongadas que se dan en la época de secas; con la escasez
creciente de agua que ya no alcanza para satisfacer las necesidades del pueblo
y una población en aumento, a lo mejor algún día Tenango descubre que le
conviene tener bosques sanos y abundantes a su alrededor y que la verdadera
riqueza del pueblo es el bosque. Cuando por apatía, ignorancia o desinterés se
permite que el bosque desaparezca todo mundo sale perjudicado.
De la misma
manera en el planeta entero son los bosques, selvas, pantanales, arrecifes de
coral y otros ecosistemas, los que proporcionan la abundancia y diversidad
biológica que es indispensable para mantener las condiciones en las que nos hemos
desarrollado como especie. Una vez que el sistema económico basado en el
crecimiento perpetuo sea incapaz de seguir creciendo y se colapse por su propio
peso, a lo mejor resulta que el único patrimonio duradero que le podemos dejar
a las generaciones venideras es un mundo natural que pueda seguir siendo
habitable.
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Adendo: Una avalancha de extinciones
La variedad le da sabor al caldo, y es la diversidad la que hace
interesante a este planeta. La vida florece gracias a la diversidad, y mientras
más formas de vida hay, más vida sigue habiendo. Es la vida que llama a la
vida.
La vida se adapta a las condiciones más extremas y en este planeta vivo
la vida se extendió por todos los rincones y resquicios, y cuando bajaron por
primera vez en sus batiscafos al fondo de las fosas marinas a once mil metros
de profundidad se quedaron pasmados con las formas de vida que encontraron en
oasis que se forman en donde el calor del magma subyacente brota hacia afuera.
La presión allá abajo es mil veces mayor que en la superficie terrestre, y las
creaturas que se han adaptado a esas condiciones extremas carecen de estructura
ósea; hay toda una fauna de medusas gelatinosas con luces de colores cada una
más extraña que la anterior, y los primeros exploradores que descendieron a
esas profundidades en la década de los cincuentas y sesentas del siglo pasado
no daban crédito a sus ojos al ver lo que hubieran podido tomar como organismos
extraterrestres.
Cada especie se adapta lo mejor que puede a su entorno y termina por
encontrar su nicho, es decir, el espacio que lo nutre y en el que realiza sus
funciones. Estos espacios forman parte de ecosistemas que están en un constante
proceso de cambio y transformación: las circunstancias cambian y las especies
encuentran la manera de adaptarse a esos cambios transformándose ellas mismas y
evolucionando. Los cambios pueden ser lentos y graduales, o pueden ser bruscos,
como cuando sucede algún cataclismo. En estos casos muchas especies no
consiguen acoplarse a las nuevas circunstancias y quedan fuera del juego. En el
mundo natural los procesos de cambio son acumulativos e irreversibles; pueden
llevarse un largo período de gestación en el que las cosas se acercan
gradualmente a ciertos puntos de ruptura, y una vez que estos se sobrepasan el
cambio es rápido e inevitable y las cosas nunca vuelven a ser como antes.
Se estima que actualmente hay entre 5 y 15 millones de especies, de las
cuales solo se han catalogado alrededor de 1.5 millones; es decir, son muchas
más las que no conocemos que las que sí conocemos. Las especies actuales son el
1% de todas las que han existido desde que surgió la vida en este planeta hace
3500 o 4000 millones de años, o sea que el 99% de las especies que han existido
en toda la historia de la tierra han desaparecido. En circunstancias normales
una especie vive entre 1 y 10 millones de años. El ritmo de desaparición normal
es de 1 especie por millón al año. Actualmente el ritmo de desaparición de
especies es de 1 por cada 10,000 especies al año, 100 veces más de lo normal,
por lo menos.
Las selvas tropicales contienen la mitad de las especies que hay en
tierra firme, y en los océanos la biodiversidad se concentra en los arrecifes
de coral. Tanto las selvas como los arrecifes están bajo ataque, y están
desapareciendo especies que ni siquiera se conocen ni se han catalogado. La
mitad de la selva tropical se ha perdido en los últimos 50 años, y los
arrecifes se están blanqueando y muriendo por el exceso de dióxido de carbono
que hemos arrojado a la atmósfera y que el océano no puede seguir absorbiendo,
aumentando la temperatura del agua y haciéndose más ácida.
Las proyecciones para el futuro inmediato no son muy optimistas. Se
estima que a lo largo de este siglo entre la mitad y las dos terceras partes de
todas las especies desaparecerán. De aquí a tan solo unos 30 años la cuarta
parte de los mamíferos se extinguirán. Eso incluye muchas especies de felinos,
primates, cetáceos; animales grandes y pequeños, cuyos hábitats están comprometidos y no
tienen espacio para seguir existiendo. De aquí a 50 años, 1 millón de especies
desaparecerán, y en 100 años unos 5 millones de especies podrían extinguirse.
El proceso se está acelerando y en algún momento se convertirá en avalancha.
Hace 10,000 años, al surgir la agricultura, se estima que las especies
desaparecían a un ritmo de 20 a 30 por año. Actualmente ese ritmo se ha
incrementado a un número entre 20,000 a 30,000 por año, casi cien especies
diarias, aunque hay algunos que dicen que hasta 200 especies diarias podrían
estar desapareciendo, animales y vegetales. En unas cuantas décadas, el ritmo
de extinciones puede aumentar hasta 200,000 a 300,000 por año.
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