La calificación es ante todo, y básicamente, un mecanismo de control que tiene el sistema educativo para obligar a los alumnos a conformarse a ese sistema. Y en ese plano es altamente efectivo. Con la calificación, el sistema demuestra claramente quien tiene las riendas en la mano. El alumno tiene pocas opciones: o se conforma al sistema y “obtiene” su calificación aprobatoria, o se atiene a las consecuencias. Como todo instrumento del poder, la calificación se presta al abuso. Y como todo mecanismo de control, en el plano coercitivo puede ser altamente efectivo, pero en el plano académico su efectividad es altamente cuestionable.
La calificación es la piedra de base sobre la que se apoya todo nuestro sistema educativo. Desde niños se les enseña a los alumnos que para obtener la calificación cualquier cosa es válida. La calificación es más importante que el hecho mismo de aprender. Y esto tiende a ser cierto no solo para los alumnos, sino también para los maestros, para los cuales es mucho más cómodo imponer una calificación que preocuparse porque sus alumnos realmente aprendan.
El factor numero uno para que una persona aprenda algo, lo que sea, es que tenga interés en el tema. Si una persona tiene interés, va a aprender, y si no tiene interés, no va a aprender. Hay que reconocer que un alumno no tiene porque estar interesado en todas las materias que se le imparten. El alumno tiene el derecho legítimo de no tener el menor interés en alguna o varias materias en particular, y es una de las funciones del maestro tratar de despertar el interés de sus alumnos en la materia que imparte, y sabiendo que no siempre va a tener éxito en todos los casos. Quizás el alumno tenga que ‘acreditar’ la materia, demostrando así que aprendió ‘algo’, pero si no tiene interés en la materia lo poco que haya aprendido rápidamente se le va a olvidar.
La calificación es la creación perfecta del sistema educativo. Pero la tiranía pervasiva, insidiosa y corrosiva de la calificación no se limita al control que se ejerce sobre los alumnos, sino que su influencia se extiende a todos los planos del sistema educativo. Como el monstruo que termina dominando a su creador, la calificación se ha convertido no en un medio, sino en el fin mismo de la educación. Presupuestos enteros, programas de estudios, decisiones de trascendencia, se basan en el ‘promedio de calificaciones’ de un alumno, o de una escuela. Hay escuelas que inflan artificialmente sus promedios, de mil maneras diferentes, con tal de quedar más arriba en el puntaje, o de obtener algún tipo de privilegios dentro del sistema, incluyendo mayores tajadas del presupuesto.
Eso en cuanto a la calificación. Con respecto a la evaluación, hay que reconocer que ésta puede tener un aspecto eminentemente formativo, pero sólo en un plano personal entre el maestro y el alumno. La evaluación es un medio para que el docente sepa en qué punto se encuentran sus alumnos, y para que éstos mismos también se den cuenta qué tanto han o no han aprendido. El maestro puede evaluar a su alumno, y comunicarle los resultados de su evaluación, y ésta es la única evaluación que puede llegar a tener la menor influencia o hacer la menor diferencia en la vida, actitud o disposición del alumno. La evaluación no es un fin en sí mismo. Lo importante es lo que los alumnos aprenden, y lo que se les queda después de olvidar todo el resto. Cualquier otra cosa no son más que simples números que no tienen mayor función que la estrictamente administrativa.
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Nuestro sistema educativo es un fiel reflejo del sistema social, económico y político que lo genera, y éste es un sistema burocrático, autoritario, centralista, altamente jerarquizado y homogeneizante. Cada uno de estos aspectos merece explorarse.
Es un sistema burocrático, en el que la forma es más importante que el contenido, y en el que el diploma, o el título, o el papelito, es más importante que el conocimiento. Es un sistema en el que las plazas de trabajo se heredan, se venden, se traspasan o se alquilan, de una manera completamente independiente de la capacidad de la persona por ocupar ese puesto. Es un sistema que fomenta la pérdida de clases efectivas con cualquier motivo o pretexto, y eso incluye toda clase de juntas, reuniones, cursos para aprender a ‘evaluar’ o cualquier otra cosa, cumbres magisteriales, concursos, convocatorias, encuentros deportivos, y toda clase de convivios, pachangas y mitotes que se puedan ofrecer. Es un sistema que fomenta la apatía y el desinterés de los alumnos por el estudio, y que ultimadamente es responsable de los niveles alarmantes de deserción escolar que tenemos en México, sobre todo en el campo mexicano, donde sólo quizás una décima parte de las personas que comienzan su primaria terminan su bachillerato, y donde sólo quizás un diez por ciento de los alumnos que terminan su bachillerato consiguen pasar los exámenes de admisión a las universidades públicas de Pachuca o del DF.
Es un sistema centralista, en el que todas las decisiones relevantes se toman en el centro y es muy poca la capacidad de decisión que se le deja a la periferia. Los gurús de la educación en un sistema centralista son lo que yo llamo expertos o pseudo expertos de cubículo, con posibles doctorados y maestrías en universidades privadas y/o extranjeras y con puestos muy altos en la jerarquía centralizada del sistema, pero con un glorioso desconocimiento de la situación educativa en el campo mexicano. No solo se desconoce la problemática de la educación en provincia, sino que no se interesan en conocerla, y se le resta importancia e incluso se desprecian las diferencias locales. Estos gurús de la educación elaboran modelos y reformas educativas que van y vienen sin que tengan mucho efecto sobre la problemática de la educación en México, ya que no solo no toman en cuenta las necesidades individuales sino que ni siquiera toman en cuenta las realidades locales. Se pretende adaptar la realidad a los modelos, cuando son los modelos los que deben de adaptarse a la realidad. Huelga decir que todos estos modelos están condenados a fracasar, como han fracasado en México en los últimos 70 años, si no es que 500, hasta que no se decidan a incluir a la realidad a la hora de diseñarlos.
Es un sistema autoritario, y altamente jerarquizado, en el que el que está arriba impone las reglas del juego, pero él mismo se considera libre de seguirlas o no seguirlas según sea su necesidad o conveniencia. Este sistema es muy poco flexible, presenta gran resistencia al cambio, y tiene muy poca tolerancia hacia las opiniones divergentes, y definitivamente tiene cero tolerancia hacia las ideas o personas que cuestionan su legitimidad. La disidencia no está permitida.
Y es un sistema homogeneizante, que pretende imponer un solo estándar a toda la república, desde Chihuahua hasta Chiapas. Se trata a los alumnos como si fueran clones, que tienen que aprender exactamente lo mismo y al mismo ritmo, y que tienen que terminar su secundaria o su bachillerato sabiendo exactamente las mismas cosas. Como ya dije, no se toman en cuenta las realidades y circunstancias locales, y muchos menos las necesidades individuales. La necesidad de estandarizar es más importante que el hecho mismo de que los alumnos puedan desarrollar su potencial. El sistema se preocupa más por obligar a los alumnos a que se conformen a un modelo impuesto desde arriba por medio de mecanismos de coerción tales como la ‘calificación’ o los exámenes, que por desarrollar las capacidades innatas de cada individuo y de estimular su creatividad y su curiosidad por aprender cosas nuevas.
Nuestro modelo educativo actual es un producto de la cultura de las masas, y lamentablemente está más enfocado a conformar a los individuos a la masa y a que acepten el papel que les corresponde dentro del gran esquema de las cosas que a despertar su capacidad crítica y de cuestionamiento de las estructuras existentes.
Como ya dije, nuestro sistema educativo es un fiel reflejo del sistema social, económico y político que lo genera, y éste es un sistema que ya está llegando a los límites de sus posibilidades. Ya no puede seguir creciendo, porque ya no hay hacia donde crecer. Es un sistema socioeconómico político cultural en crisis, y son los valores mismos del sistema los que están en crisis. Esta crisis social es un reflejo de la crisis ecológica que nosotros mismos hemos provocado; están relacionadas íntimamente.
El sistema educativo en algún momento dado va a tener que cambiar. Y si quiere tener la menor posibilidad de éxito, va a tener que adaptarse a los nuevos tiempos. Un nuevo sistema educativo va a tener que ser flexible, extremadamente adaptable, que se adapte no sólo a las realidades locales sino a las necesidades individuales. Que reconozca el derecho legítimo que tienen los alumnos de que no les interese alguna u otra materia, y que se dedique más bien a explorar y a fomentar el desarrollo de las capacidades de cada persona. Que no sólo valore sino que fomente activamente la diversidad de opiniones y el intercambio de puntos de vista, porque es en la diversidad y en la tolerancia, y no en la homogeneización, donde se da el fermento para la innovación y para la resolución creativa de los problemas existentes. Tiene que ser un sistema altamente adaptable al cambio, que tenga gusto y curiosidad por intentar cosas nuevas y que no tenga miedo de alejarse de los parámetros existentes. Tiene que ser un sistema que no dependa del control ni de mecanismos de coerción de ningún tipo para imponerse, porque el control genera resistencia, y el control genera apatía, y el control genera desinterés, y no es con el control sino con la colaboración como las personas se motivan para hacer lo que tengan que hacer. Tiene que ser un sistema que se preocupe del alumno como individuo y no como engranaje de un sistema o como porcentaje en alguna estadística. Este sistema tendrá eventualmente que rechazar las estructuras de poder fosilizadas, jerarquizadas y verticales y fomentar la cooperación y la participación en un nivel horizontal. Todo mundo tiene derecho a participar en la toma de decisiones en un nivel local. Pensar globalmente, y actuar localmente. Tiene que ser, en resumen, un sistema orgánico, vivo, armónico, integrador y en consonancia con su medio ambiente. Diverso, tolerante, flexible y adaptable.
El paradigma actual es incapaz de concebir un sistema así; lo rechaza a priori como utópico o impracticable. Esto es normal. Todas las grandes ideas son ridiculizadas y opuestas violentamente antes de que se conviertan en la norma. Quizás el paradigma actual sea el que se vaya por el camino de los dinosaurios antes incluso que nos demos cuenta. Todo se está preparando para un cambio.
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