lunes, 2 de noviembre de 2020

La digitalización de nuestras vidas

 agosto 2020

Por David Cañedo Escárcega

 

Esta situación de la pandemia ya se prolongó bastante. Al principio nos dijeron que la suspensión de clases sería por un par de semanas además de las de semana santa; luego se nos avisó que todo el mes de mayo no habría clases, y finalmente se hizo evidente que esto iba para largo. El semestre ya estaba definitivamente perdido pero se encontró la manera de salvar la situación y de repente todo mundo se volcó a lo digital. Se descubrió que la educación en línea aparentemente es nuestro futuro y se le está apostando todo. Este próximo semestre será un gran experimento a ver cómo funciona: la digitalización de la educación a todos los niveles, de primaria a universidad.

Y podemos suponer que si las cosas funcionan satisfactoriamente (desde el punto de vista de los que deciden estas cuestiones, por supuesto) muchas de las características que definirán esta siguiente etapa se convertirán en nuestra nueva normal, incluso cuando haya pasado la pandemia.

 

Lo cierto es que hay una tendencia hacia la digitalización de la educación, e intereses muy fuertes de por medio. Al parecer al sistema ya le está fastidiando la idea esa de elevar el nivel de conocimientos de la población en general, y lo que se pretende ahora es convertir a los educandos en zombis desde muy temprana edad. En el mundo ideal (de los que deciden estas cosas), no habría ya necesidad de escuelas físicas y la interacción profesor-alumno sería mediada por aparatos electrónicos. Todo mundo se puede educar desde sus casas y podemos mantener el máximo distanciamiento social que se requiere de nosotros.

 

La digitalización de nuestras vidas avanza a toda marcha y desde muchos frentes. Ni nos dimos cuenta y nuestra mentalidad cambió. La realidad virtual descendió sobre nosotros y cada avance tecnológico así de repente se convierte en la nueva normal y de lo que ya no podemos prescindir.

 

El siguiente paso en el control digital de nuestras vidas es la eliminación del dinero en efectivo. El cash al parecer ya cumplió su función, desde que lo inventaron en Fenicia hace 2500 años, y lo que se pretende ahora es que el dinero se haga cien por ciento electrónico, ceros y unos en una computadora, y que toda transacción se realice con tarjeta. Qué conveniente es pagar con tarjeta, no es así, pero cuando truene la burbuja financiera nos vamos a quedar colgados de la brocha y trillones de dólares se evaporarán en un instante. El dinero virtual realmente no existe, y el hecho de que desaparezcan billetes y monedas le da al sistema un control total de nuestras finanzas y de nuestras vidas. Para allá va la tendencia en cualquier caso, y en algún momento veremos cómo se convierte en política oficial eliminar el dinero en efectivo y las casas de moneda dejen de emitir moneda.

 

Y por otro lado, no podemos dejar de maravillarnos ante los asombrosos avances de la tecnología, que han hecho posible nanochips con capacidad de almacenar toda información relevante o no de nuestras vidas, y que pueden inyectarse por medio de vacunas y hospedarse en nuestro cuerpo sin haber realmente sido invitados, y con los que desaparece ipso facto cualquier privacidad de la que todavía creíamos gozar. Los que tengan control del chip llegarían a conocernos mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos; sabrían donde hemos estado y en qué hemos gastado nuestro dinero, así como nuestras ocupaciones y ocios y cualquier pecadillo que hayamos cometido por ahí. Sería como estar permanentemente monitoreados, y sin siquiera darnos cuenta.

 

De lo que estamos hablando aquí es de cómo la tecnología digital emergió y se convirtió en el más efectivo instrumento de control social que pudieron haber inventado. Estamos hipnotizados con la tecnología, y esos señores que les gusta decidir por todos los demás lo saben y lo aprovechan. El orden social vigente se mantiene en base a control, que sin embargo se erosiona y por eso tiene que crecer constantemente, y la digitalización de la existencia les da todo el control que necesitan.

La pandemia se ha convertido en el vehículo perfecto para avanzar su agenda, y en un mundo en el que habrá una escasez creciente de recursos críticos y un medio ambiente que se negará a seguir cooperando con el proyecto homo sapiens, los que tienen el poder se aferrarán a él hasta las últimas consecuencias. Es la historia de todas las civilizaciones que fallan: en medio del caos creciente el orden establecido se atrinchera, cada vez más divorciado de la realidad.

 

Entonces no nos ofusquemos tanto con el espejismo de la tecnología: realmente no nos va a sacar de todos nuestros problemas. La educación virtual no puede sustituir a la presencial, hay algo ahí que se está perdiendo. Asimismo, la financialización de la economía llegó a su lógica conclusión: una burbuja de antología con trillones de dólares que solo existen en ciberespacio y deuda omnipresente.

No todo en la vida es acumulación de poder y riqueza, a fin de cuentas. Si tan solo esto hubiera manera de hacérselo entender a aquellos fulanos que insisten en querer controlar hasta el último aspecto de nuestras vidas.

La última lección del semestre

 junio 2020

Para los alumnos de sexto semestre del Colegio de Bachilleres de Tenango de Doria. Esta es la última lección de ecología. Si alguien quiere hacer algún comentario, su participación es apreciada.

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Pues nos quedamos a medio curso muchach@s pero espero que hayamos captado lo esencial.

Nos tocó vivir en tiempos de crisis. A la generación de sus padres y abuelos (o sea la mía) todavía se nos hizo disfrutar de los frutos de la tierra, cuando la Tierra era abundante y aparentemente infinita. Con amplia prodigalidad procedimos a arrasar con todo lo que pudimos a nuestro paso, y en los últimos 40 ó 50 años nos las hemos arreglado para comprometer seriamente la diversidad de vida que es la característica fundamental de este rincón del universo donde nos tocó existir. Al destruir y contaminar toda clase de hábitats como bosques, selvas, pantanos, valles, ríos, lagos y océanos, no estamos dejando espacio para que otras especies sobrevivan; aproximadamente la mitad de animales que había en tiempo de nuestros abuelos, entre reptiles, insectos, peces, aves, mamíferos y lo que sea que haya por ahí, han desaparecido. No hay rincón del planeta donde no lleguen nuestros desperdicios, y el impacto de nuestra presencia y actividades en el medio ambiente se ha vuelto abrumador.

Nos creímos el cuento de la sociedad de consumo y que podíamos consumir el mundo entero, pero el crecimiento exponencial de nuestras necesidades y población tenía que toparse en algún momento con los límites muy reales que nos marca el ecosistema al que pertenecemos. ¿Se acuerdan cuando les hablé de la capacidad portativa de los ecosistemas? Hay un máximo de vida que cada lugar puede sostener para cada especie; el mundo natural no suele tolerar excesos y eventualmente busca un equilibrio. La Vida quiere vivirse en plenitud y efervescencia, pero no la estamos dejando, y nuestra necesidad insaciable de recursos para mantener los estilos de vida a que nos hemos acostumbrado y que eran impensables hace un par de generaciones, se ha vuelto insostenible para el resto de la Creación. 

Hipnotizados como estamos por nuestras tecnologías y soñando el sueño del dominio y supremacía que creemos tener sobre la totalidad de la existencia, no nos dimos cuenta que el planeta Tierra cambiaba de actitud hacia nosotros y de ser el planeta perfecto para la evolución de nuestra especie se puede convertir en un lugar muy diferente al que conocemos, inhóspito y hostil. ¿Realmente creíamos que esos billones de toneladas de CO2 que alegremente hemos arrojado a la atmósfera no iban a tener consecuencias? ¿O que podemos emitir a perpetuidad montañas de desechos tóxicos y radioactivos a los cuatro vientos, y que el mundo natural los seguirá absorbiendo indefinidamente? 

Estamos cometiendo los mismos errores que llevaron a tantas otras civilizaciones a desaparecer del escenario de la historia: crecieron lo que pudieron, devoraron todo a su paso y cuando ya no había más recursos a su disposición se colapsaron en un caos de guerras, pandemias y hambrunas. Fue lo que sucedió con los Mayas, Roma, las dinastías chinas, y cada imperio que ha pasado por ahí. Es también lo que sucede ahora.

Ese proyecto llamado globalización encontró finalmente sus límites, y el orden geopolítico internacional se ha vuelto inestable al no poder seguir creciendo y encontrarse de hecho al borde de una contracción. Recursos vitales para el funcionamiento del sistema, como agua, bosques, tierra fértil, bancos de peces, metales, minerales y fuentes de energía, se hacen escasos, provocando tensiones y un aumento dramático en los niveles de conflicto. 

El sistema económico vigente basado en la explotación irracional de los recursos y la concentración de la riqueza en unas cuantas manos, es básicamente insustentable, y es por completo incapaz de responder a las grandes problemáticas a las que se enfrenta homo sapiens en este predicamento en el que nos encontramos. Con un cambio climático que ya tenemos encima y un millón de especies que se pronostica desaparecerán en 30 años; con más plástico que peces en el océano y nuestros desperdicios que cubren la totalidad de la superficie del planeta; con incendios a escala de continentes, como en el Amazonas, California y Australia, y millones de personas desplazadas por guerras y sequías a las que ningún país quiere recibir, es claro que el presente orden internacional ha llegado al límite de sus posibilidades y está haciendo agua por todos lados. 

Como lo vimos en alguna ocasión en clase, no hay civilización que pueda sobrevivir al deterioro de la base ecológica que la sustenta, pero esto al parecer es muy difícil de entender hasta que no le sucede a uno. Nadie aprende en cabeza ajena, y a nosotros nos tocará aprender de nuevo a vivir de acuerdo a las reglas que nos impone la Biosfera. Así es, la vida es un moho, y el planeta Tierra no tiene por qué seguir sufriendo nuestros excesos. Nos espera un reajuste en el que le vamos a tener que bajar un buen a nuestras expectativas. Creíamos que el planeta nos pertenecía; nos vamos a dar cuenta que no es así. 

Todo esto es para decirles muchachos que no la tienen nada fácil. El mundo que les estamos dejando está seriamente comprometido, y son ustedes los que deben de tener esa visión de luchar por una sociedad más justa y sustentable. En el transcurso de sus vidas ustedes serán testigos de cambios portentosos, y aunque con toda probabilidad en algún momento seremos rebasados por las circunstancias, siempre sí podemos hacer algo por nuestro entorno y por la gente con la que vivimos. No podemos salvar el mundo, no es así, pero en nuestras comunidades sí podemos hacer alguna diferencia. Son ustedes, jóvenes, los agentes de cambio en el que es el mayor reto al que se ha enfrentado la humanidad: hacer que nuestra sociedad se vuelva sustentable. No hay fórmula mágica para conseguirlo, y el primer paso es desarrollar una actitud de respeto hacia el mundo natural que nos rodea. El camino hacia la sustentabilidad es hacernos conscientes de nuestra completa dependencia en un medio ambiente sano, empezando por el lugar donde vivimos. 

Por último quiero decirles jóvenes que fue un gusto y un privilegio haberles dado clase y tenerlos como alumnos. Algún día me contarán ustedes sus historias, así como yo les contaba las mías. Nada de andar tirando basura por ahí, eso ya lo aprendimos. Les deseo mucha suerte en lo que hagan a continuación; estudien lo que quieran y dedíquense a lo que se les antoje, pero siempre con el corazón de ecologistas. 

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Posdata

Ya saben que todo lo que vimos en clase y lo que nos faltó por ver lo encuentran en mi libro "El mundo en el que vivimos y el que nos hemos creado". Lo escribí para ustedes, es mi pequeño legado. Espero que les sea útil (porque es importante estar bien informado). 

El mundo en el que vivimos y el que nos hemos creado

Las cosas siempre regresan a lo normal

abril 2020


Las cosas siempre regresan a lo normal, pero es la normal la que cambió. De veras creíamos que iba a durar eternamente la era de la abundancia? Los últimos 50 años han sido una anomalía histórica, por no decir una singularidad cósmica. Nos pusimos a derrochar energía de la forma más grotesca posible, cocinando al planeta entero en nuestras emisiones y asfixiando a la totalidad de la biosfera en nuestros desperdicios, pero conseguimos crear una civilización tecnológica que nos ha proporcionado niveles de bienestar que hubieran parecido cosa de magia hace unos cuantos siglos. Nos gustó vivir bien y se nos hizo fácil darle rienda suelta a nuestras fantasías; no nos hemos privado de ningún capricho. Hemos moldeado este planeta a nuestras exigencias; llegamos y nos instalamos y creímos que todos los demás estaban ahí para servirnos.

La esencia de esta civilización tecnológica es que la realidad que ha creado está completamente divorciada de la realidad del mundo natural que la rodea, de la que se ha vuelto parasitaria y de la que está chupando todas sus energías vivas. Ese bienestar del que gozamos está inevitablemente ligado a la destrucción de la naturaleza, no puede ser de otra manera. Pero hay un límite al daño que se le puede hacer a algún ecosistema antes de que este pierda cohesión y se desintegre.

 

La teoría general de los sistemas nos dice que los sistemas empiezan siendo simples y su metabolismo los lleva por una fase inicial de expansión anabólica en la que los recursos son abundantes y las posibilidades amplias, y empieza a aumentar en complejidad. En algún momento pasa por una crisis de mantenimiento, que es cuando se empieza a hacer demasiado complejo para su propio bien y la utilización de recursos rebasa a los que se reponen. Se entra entonces a una fase catabólica de contracción a medida que recursos críticos para su funcionamiento se hacen escasos y la producción de desperdicios supera la capacidad del sistema de asimilarlos.

El sistema pierde complejidad en una serie de etapas que se suceden una a la otra en lapsos de tiempo más o menos largos, sin que se tenga al parecer el menor control sobre el curso de los eventos. Al volverse inestable cualquier hecho aparentemente banal y fortuito puede desencadenar efectos de impredecibles consecuencias. Lo que antes se consideraba como normal resulta que ya no lo es tanto y nunca sabes de por dónde te va a llegar el siguiente trancazo.

 

A estas alturas del partido es claro que transitamos hacia un nuevo paradigma en el que tendremos que desarrollar una actitud completamente diferente hacia el mundo que nos rodea. La sociedad se empieza a despertar a la idea de que vamos a tener que aprender a vivir con bastante menos de lo que estábamos acostumbrados. Ese sueño del consumismo irresponsable en el que se nos condicionó desde pequeños se está viendo como lo que es: una fantasía que se ha convertido en amenaza a nuestra supervivencia.

En realidad, la vida no nos debe absolutamente nada y el planeta no tiene por qué seguir aguantando nuestros excesos. El coronavirus nos ha abierto los ojos a lo precario de la situación en la que nos encontramos; nuestra posición es mucho más frágil de lo que podríamos considerar cómodo.

Hay una crisis ambiental que se nos viene encima. No sólo es un cambio climático, es todo. Hay un estado de degradación avanzado de la totalidad de la biosfera, porque hemos sido incapaces de frenar nuestra obsesión por el crecimiento económico. Se nos metió la fiebre de crecer y poseer y nos quisimos comer el pastel entero.

 

Ahora bien, con la pandemia la actividad económica mundial se ha reducido hasta ahora aproximadamente en un veinte por ciento, medida en energía (de 100 millones a 80 millones de barriles diarios de petróleo), lo que ha permitido que en muchos lados se vean las estrellas en la noche de nuevo, pero no es suficiente para frenar un cambio climático que ya se nos fue de las manos. Se dice que para limitar el aumento de temperatura a 1.5 ó 2 grados es necesario reducir las emisiones de carbono en 50 por ciento para el 2030.

Entonces en lugar de estar deseando que las cosas regresen a lo normal y la economía se recupere y siga creciendo, más bien deberíamos estar pensando cómo le vamos a hacer para que se contraiga de una manera planeada. De que se va a contraer de forma espectacular es inevitable, pero idealmente podríamos ejercer un cierto control sobre los eventos antes de que el caos nos coma el mandado.

La contracción de la economía por supuesto implica disrupciones sociales, políticas y económicas masivas que no se pueden resolver dentro del paradigma social vigente, entonces nos corresponde ni más ni menos crear un orden social radicalmente distinto, con otra escala de valores y una visión distinta de nuestra función aquí en la tierra.