Por David Cañedo Escárcega
febrero de 2022
Ya vamos en el tercer refuerzo y al parecer se
pretende normalizar la aplicación de una vacuna cada año o cada seis meses, por
aquello de las nuevas variantes que siguen surgiendo a todo lo largo del
espectro y del alfabeto griego. De lo que se trata es de estar
"protegidos", ¿no es así?
En realidad, las vacunas no son garantía de nada. Los
países con más alto índice de vacunación, como Islandia, Singapur, Israel o
Gibraltar, tienen a covid rampante y no lo pueden controlar; en cambio en
África subsahariana donde muy poca gente se ha vacunado aparentemente tienen a
covid bajo control. Gente que se ha vacunado 2, 3 o 4 veces no tienen inmunidad
y se pueden enfermar tan fácil como cualquiera, así como convertirse en focos
de infección.
Entonces, ¿de que sirven esas vacunas? En el mejor de
los casos, y siendo muy generosos, podríamos decir que son completamente
inútiles e ineficaces, al no ser capaces de cumplir lo que es la función básica
de toda vacuna: generar inmunidad del organismo frente a determinada enfermedad,
estimulándolo a producir anticuerpos que lo protegen de futuras infecciones.
La realidad sin embargo es bastante más compleja. Dejemos lo inútiles o ineficaces, el verdadero problema es que no son seguras. Las vacunas mRNA son experimentales y fueron producidas y aprobadas con carácter de emergencia sin que se hicieran pruebas adecuadas y saltándose los más elementales controles y protocolos de seguridad para ver sus efectos a mediano o largo plazo. Así como están las cosas, los efectos a corto plazo han sido devastadores, con cientos de miles de casos adversos que incluyen parálisis total o parcial, sordera, mialgia, anaphilaxis, y muchos otros efectos secundarios. Asimismo, ha habido decenas de miles de muertes involucradas, según datos oficiales de la OMS y de la CDC. Al parecer, estas vacunas favorecen la creación de coágulos en la sangre provocando y exasperando condiciones de miocarditis, pericarditis y/o trombosis coronaria, incluso entre personas que no contaban con historial previo de padecer esas condiciones, y lo menos que puede decirse de ellas es que su uso ha sido prematuro y su continua aplicación injustificada.
Esas cifras de decenas o cientos de miles no son
números abstractos sino que cada una de ellas constituye una tragedia personal,
entre las que se encuentra gente que conozco, habitantes del pueblo donde vivo
e incluyendo a personal del plantel donde doy mis clases.
Siendo que entre los jóvenes menores de 20 o 30 años el índice de fatalidad de covid 19 es extremadamente bajo (0.003 % o 3 de cada 100,000 casos infectados, lo que lo hace comparable a la influenza común) es de hecho más probable para ellos el sufrir efectos adversos por la vacuna que por el virus. Un caso claro de que el remedio resultó peor que la enfermedad.
La epidemiología elemental, antes de que fuera
secuestrada por intereses políticos y económicos del más alto nivel, nos dice
que para conseguir inmunidad de masa un porcentaje sustancial de la población
tiene que haber pasado por la enfermedad y salido del otro lado, creando un
escudo natural. Es absurdo que se pretenda inocular a niños y jóvenes para los
que covid-19 no es más grave que un catarro algo intenso, con una concocción
que a corto plazo los puede dejar tiesos y a largo plazo puede acabar con su sistema
autoinmune, cuando en realidad son ellos, los jóvenes que se enferman y la
libran (99.997 %), los que crean la masa crítica para la inmunidad de grupo.
Independientemente de la posición que tengamos con respecto a esta cuestión, lo cierto es que la presente crisis ha sido y está siendo utilizada, manipulada, exagerada y dirigida para avanzar agendas específicas. Ni siquiera nos dimos cuenta y de repente nos despertamos en un estado policíaco, una distopia fascistoide con el Estado en absoluto control de nuestras vidas, conociéndonos mejor de lo que nosotros mismos lo hacemos, en un mundo cada vez más polarizado entre los que sí y los que no, los haves y los have-nots, los unos y los ceros de la tecnocracia digital. Ya nos demostraron el poder total que tienen sobre la narrativa; crean su propia realidad y nos la imponen a todo el resto, haciéndonos creer lo que se les antoja. Como cuando Orson Welles dramatizó La Guerra de los Mundos en la radio en los años cuarenta y hubo escenas de histeria colectiva porque la gente estaba convencida de que nos habían invadido los marcianos. Pues así también estamos.
Algo me dice que esto apenas está comenzando. Operación Coronavirus fue el cañonazo de salva para anunciarnos que la era de la inocencia había terminado, y corrió de acuerdo a lo planeado, sin mayores contratiempos. Ese poder absoluto de establecer el discurso no se puede quedar sin utilizar. Les gustó y se engolosinaron, y ya están preparando la siguiente etapa del proceso hacia la nueva normal.
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