por David Cañedo
Escárcega
Un súper esquema
La ideología perversa de que
cualquier cosa es válida para apropiarse de la riqueza ajena, y que los métodos
más efectivos para hacerlo son los más discretos y aprobados por las leyes y
costumbres de la tierra, ha encontrado múltiples cauces en los últimos seis mil años de civilización. Así surgieron los imperios y la nobleza a perpetuidad, así
como castas guerreras y religiosas que otorgan sanción divina e imponen el
consenso. Todos los imperios son depredadores y con el tiempo fueron
perfeccionando su sistema: por supuesto la violencia física se utiliza, cuando
es necesaria y conveniente y sin demasiadas contemplaciones; pero hay otras
maneras que son igualmente efectivas y que están basadas en otro tipo de
violencia, la estructural. Así, se imponen tributos y tratados comerciales
abusivos, se controla aparatos legislativo, judicial y policiacos, con un
Ministerio de Información que se encarga de definir la realidad y lo que a la
masa de la gente se le permite creer, y toda clase de mecanismos para que la
gente acepte su papel, y a los que les tocó trabajar pues que trabajen duro y a
los que les tocó vivir del trabajo de los demás pues qué remedio, hay que
hacerlo y sin el menor cargo de conciencia. Es el orden de las cosas y así se
justifica cualquier situación o genocidio.
En fin. Hace 500 años fueron los
europeos los que tomaron el relevo al lanzarse alegremente a invadir y
conquistar cuanto espacio pudieron. Primero fueron portugueses y españoles y
después todos los demás. Se dividieron el planeta entero y parecía no haber
límite a su rapacidad. España y Portugal tuvieron su momento pero se les escapó
de las manos y fue el Imperio Británico el que les comió el mandado. A pesar de
la fenomenal riqueza que sacaron de América, Iberia terminó siendo una de las provincias
más pobres de Europa; mientras Felipe II presumía que en sus territorios no se
ponía el sol, la economía española se endeudaba hasta el cuello a los bancos
ingleses. Albión se convirtió en la gran potencia durante varios siglos, y
seguramente hubo algunos que pensaron que iba a durar eternamente, pero como a
todos la historia los terminó rebasando.
Cada imperio se las arregla para
elaborar los esquemas más ingeniosos y sofisticados para apropiarse de la
riqueza ajena o la que antes era de todos, y en la actualidad esto se ha
convertido en un arte. Fueron los anglosajones los que nos introdujeron a los
conceptos de “propiedad intelectual”, “derechos de autor” y “marca registrada”,
que en el fondo no son sino mecanismos para perpetuar el neocolonialismo
económico por parte de los poderosos. Ninguno de esos conceptos existía hace
más de dos o tres siglos y fueron inventados por un capitalismo grosero y
rampante que antepone los intereses de unos cuantos a las necesidades de los
muchos. En un mundo en el que absolutamente todo se convierte en mercancía y se
privatiza, tenemos casos de compañías como Monsanto que quieren apropiarse de
la vida y patentan seres vivos a los que les han modificado un gene o dos, y
demandan legalmente a los campesinos cuyas cosechas se han visto contaminadas
por OGM (Organismos genéticamente modificados). También desarrollaron sus
semillas Terminator de uso único, con las que tienen a los granjeros cautivos de
por vida. Las compañías farmacéuticas no se quedan atrás y se apropian de la
diversidad biológica para hacer sus medicinas de patente, que podrían salvar
muchas vidas si su precio no fuera prohibitivo, y demandan o llevan a la
quiebra a laboratorios que producen alternativas genéricas.
Esta cuestión de copyright ha
llegado al absurdo que hasta el lenguaje se ha privatizado, y alguna compañía
como McDonald’s puede patentar la expresión “Porque me gusta”, que a partir de
ese momento le pertenece y ninguna otra entidad la puede utilizar para fines
comerciales. Hay patentes para lo que sea, millones de ellas, y el sistema las
quiere forzar hasta en el último rincón del planeta. Si a alguien se le ocurre
utilizar una idea que otra persona haya tenido, tiene que pagar derechos de
autor; ya solo falta que patenten la manera adecuada de respirar o de defecar,
y cada vez que alguien lo haga tendrá que pagar lo apropiado.
Las obras intelectuales en algún
momento pasan a ser de dominio público, pero solo décadas después de la muerte
del titular; hace tiempo eran 10 o 20 años, ahora está entre 70 y 90 años. Es
un súper esquema, y han contemplado todos los resquicios.
La supervivencia del clan o el interés privado
Quien sabe que le pasó a la llamada
civilización “occidental” que se fue por la tangente y se tomó muy en serio lo
de apropiarse del planeta entero. Los
últimos 500 años han sido una letanía de horrores con toda clase de
espectáculos a más grotescos: genocidios, limpiezas étnicas, cientos de
millones de personas marginadas, explotadas, esclavizadas y desechadas, guerras
mundiales, bombas atómicas, armas bacteriológicas y ecocidio generalizado, todo
en nombre de “expandir la civilización” o de la “libertad y democracia”. Se
impusieron e impusieron sus valores, y están convencidos de su superioridad
moral sobre el resto de la humanidad, que francamente ya se empezó a hartar de
la insufrible soberbia de estos señores. Asimismo las demás culturas y pueblos
del mundo ya se han dado cuenta que el orden socio económico que Occidente
propone solo beneficia a unos cuantos y perjudica a todos los demás, y no puede
continuar indefinidamente.
En esta etapa de turbulencia por la
que estamos pasando, en la que fallas tectónicas del sistema se hacen aparentes
y llegamos a límites que de hecho son infranqueables (como se dice, el barco
está haciendo agua por todos lados), podemos ver como en diferentes partes del
planeta se cuestiona el orden vigente y se buscan alternativas que vayan más de
acuerdo con la sustentabilidad local y uso adecuado de los recursos. En cada
continente hay tradiciones y filosofías muy distintas sobre la manera como
debemos de llevar nuestros asuntos y relacionarnos con la vida, que se han
visto desplazadas y sojuzgadas por el paradigma imperante, con los valores que
“Occidente” nos ha impuesto. Así, la financialización de la economía, el
mercantilismo omnipresente, el consumir por consumir y acumular por acumular,
la concentración de la riqueza y la destrucción del medio ambiente se han
convertido en la norma, como si fuera un designio inevitable o el sentido
último de la existencia.
O eso es lo que nos quisieron hacer
creer. Sin embargo, es el sistema el que ya quedó fuera de crédito, y a medida
que el barco se va a pique con el riesgo de convertirse en un sálvese quien
pueda, habrá un rechazo colectivo total y completo de esa forma de hacer las
cosas.
Entonces vienen los británicos y
después los gringos a decirnos que los derechos de autor y propiedad
intelectual son sacrosantos y los convierten en derechos humanos, y se protegen
detrás de un arsenal de leyes con un ejército de abogados para convencer a
cualquiera de la veracidad de la causa. Sus reglas, que ellos inventaron de
acuerdo a su muy particular visión del mundo, las hacen universales, y ay de
aquella entidad o nación que se niegue a seguir el juego. Cada vez son más
abusivos, y están empeñados en vivir exclusivamente de sus rentas por los
siglos de los siglos, con derechos inalienables de poseer todo lo que existe y
hasta lo que no.
En realidad, cualquier obra
artística, científica o intelectual, una vez creada le pertenece al mundo, y
esto incluye libros, imágenes, música, películas, software, medicinas de
patente, descubrimientos científicos, avances tecnológicos, armas nucleares o
cualquier otra cosa que se nos ocurra. El mundo existía antes de que se
inventaran esas cosas, que no se hicieron de la nada, y seguirá existiendo
mucho después de que los que hayan hecho o inventado algo hayan desaparecido.
¿Quién puede decir que algo le pertenece? Nosotros le pertenecemos al mundo, no
el mundo a nosotros.
Todo esto es para decir que el viejo
orden se está desmoronando y si queremos salvar algo de este mundo en el que
vivimos para las próximas generaciones tendremos que empezar a pensar de otra
manera. Todo mundo tiene que ganarse la vida por supuesto pero lo que tendremos
que abandonar es el factor lucro. Todos estamos en el mismo barco y solo
cooperando para el bien común tenemos la menor oportunidad de librar lo que ya
es una mala situación. Mientras más nos tardemos en entenderlo, las condiciones
solo pueden irse deteriorando. Son muchos los cambios que tenemos que hacer
para crear una sociedad más justa, igualitaria y sustentable, y un punto por
dónde empezar es devolver el interés privado al lugar que le corresponde, que
es muy por debajo del bienestar colectivo y la supervivencia del clan, o de la
especie.
El crecimiento desaforado de las corporaciones
¿Cómo
sucedió que unas cuantas corporaciones de repente se hicieron del control del
mundo? Porque el control lo tienen e imponen sus condiciones en cada mercado
donde penetran, y todos somos clientes y consumidores potenciales. No hay
rincón del planeta donde pueda uno escaparse de su influencia, aunque quizás
por allá en medio de la tundra o en lo más profundo de la selva todavía haya
algunas personas que no han oído hablar de coca cola o cuyas vidas no dependan
de las redes globales de distribución de alimentos y mercancía. La mayor parte
de las compañías y consorcios que conforman las listas de Forbes y Fortune y
que se cotizan en la bolsa de valores no existían hace unas cuantas décadas y
las más antiguas no tienen más de un siglo y medio. La bebida Coca Cola por
ejemplo, la inventó en 1886 un fulano que quería crear un jarabe para aliviar los
problemas digestivos; 25 años después ya se vendía por todo Estados Unidos,
luego en Latinoamérica y después de la segunda guerra mundial se fue a
conquistar el resto del mundo. Actualmente se venden 8000 de sus refrescos cada
segundo, o 700 millones al día. México por cierto tiene el record de consumo
per cápita anual, con 675 botellas por cada habitante en promedio.
Y pues yo
aquí me pongo a pensar que si esa bebida se hubiera inventado en cualquier otro
lugar o región del planeta probablemente nunca hubiera llegado a ser conocida
más que muy localmente. A fin de cuentas tiene un sabor bastante desagradable,
no tiene el menor valor nutritivo y en realidad es pura agua con azúcar y otros
ingredientes químicos. Contribuye en buena manera a la epidemia de obesidad y
deficiencias alimentarias que asolan a ricos y pobres por parejo, y de paso
crea toda clase de problemas sociales y ambientales al apropiarse de fuentes de
agua que antes beneficiaban a alguna comunidad. Es difícil creer que millones y
millones y cientos de millones de personas en el mundo la consuman con
regularidad y no puedan prescindir de ella. Nuestros antepasados que durante
eones no conocieron más que agua y jugos de frutas nos mirarían con perplejidad
y disgusto; nuestros descendientes también se van a asombrar que hayamos caído
bajo el hechizo de un producto tan insubstancial.
Y así
crecieron todas esas corporaciones como por arte de magia. Por poner otro
ejemplo, Walmart era originalmente una tienda de abarrotes de la esquina, como
tantas otras que hay por ahí; fue fundada por Sam Walton en 1962 y en unos
cuantos años empezó a tener sucursales por todas partes, acaparando el comercio
al menudeo y llevando a la quiebra a cantidad de pequeños negocios en cualquier
comunidad donde se instalaba. En los ochentas se dio cuenta de por dónde
soplaba el viento y vio que China estaba en camino de convertirse en la fábrica
del mundo, con productos de calidad a una fracción del precio en el que se
producían en otras partes, y abrió sus puertas y se convirtió en el principal
distribuidor de objetos Made in China.
Actualmente es la mayor corporación pública del mundo; cuenta con 11 mil
tiendas en 28 países y 2, 200,000 empleados. Domina por completo el mercado al
menudeo e impone precios y condiciones a todo lo largo del proceso.
La
revolución digital produjo a su vez un racimo de mega corporaciones que
rápidamente acapararon el mercado convirtiéndose en monopolios. Empezó en la
década de los setentas con Microsoft y su sistema operativo Windows que se supo
hacer indispensable, convirtiendo a Bill Gates en el hombre más rico del mundo.
Después vinieron Apple, Google, Facebook y Amazon que irrumpieron en los últimos
veinte años y transformaron radicalmente nuestras vidas. Es de hacer notar lo
rápido que esto sucedió. En el año 2000 Facebook no existía y ahora tiene 2,2
mil millones de usuarios activos. Conoce más de nuestras vidas que nosotros
mismos y se ha convertido en el medio soñado para tenernos embobados,
manipulados y apaciguados. La gente está absorta con sus redes sociales
intercambiando la más trivial de las informaciones mientras hemos perdido todo
contacto con la realidad. Apple y Google están en primer y tercer lugar de las
empresas que mueven más billete en el mundo, por encima incluso de las empresas
petroleras, farmacéuticas y de armamentos.
El
crecimiento desaforado de estas empresas es indicativo de un profundo trastorno
en la manera como llevamos nuestros asuntos. La tendencia al gigantismo es una
vulnerabilidad del sistema.
Anomalías anacrónicas
Entonces
de lo que se trata es de desarrollar algún producto, lo que sea, aunque no
tenga el menor uso o utilidad práctica y que de hecho sea tóxico o dañino, pero
que la gente esté dispuesta a comprarlo, y si no lo está pues hay muchas
maneras de convencerlos. Se inventan toda clase de necesidades artificiales y
muchos individuos descubren que objetos cuya existencia habían ignorado hasta
ahora de repente se vuelven indispensables. Lo que sucede es que se crea un
mercado. Estas empresas ya saben su negocio y están en búsqueda constante de
mercados para sus productos; se ha comercializado hasta el último resquicio de
la realidad y hay que venderlo a quien se deje.
El
problema de un sistema económico en el que todo gira alrededor del factor lucro
es que por lo general se pierde todo escrúpulo para obtener una ganancia
rápida. Lo que sea es válido, aunque por supuesto no debe ser demasiado obvio.
La publicidad se encarga de mostrarnos el lado bonito de la vida y desde niños
se nos condiciona para responder a diferentes estímulos en lo que se ha
convertido en el más impresionante y portentoso experimento de manipulación
colectiva que nadie hubiera podido imaginar. Simplemente sucedió, una sicosis
inducida que le agarró a la humanidad “civilizada”. Estamos dispuestos a
aceptar lo que sea, con tal que se nos presente de la manera adecuada.
Tenemos
por ejemplo el notorio caso de la compañía Nestlé y la agresiva campaña que
utilizaron para promover su fórmula para bebés en países del tercer mundo. Iban
sus agentes de ventas disfrazadas de enfermeras y daban muestras gratis a
madres lactando, que después de un mes de usar la fórmula descubrían que sus
senos ya no producían leche, y estaban enganchadas a comprarlo a precios
prohibitivos. Las madres se veían forzadas a diluir la fórmula con agua que
quizás no era potable, y hubo literalmente millones de niños afectados, muertos
por enfermedades gastrointestinales o condenados a vivir con malnutrición
crónica. Siempre hemos sabido que la leche materna es la mejor manera de
alimentar a un bebé, pero Estados Unidos sigue insistiendo que la Organización
Mundial de la Salud no lo establezca como consenso, con tal de proteger esta
industrial amoral que mueve miles de millones de dólares.
Y así es.
Se inventa un producto y hay que enjaretárselo a quien se pueda. A alguien se
le ocurrió que los pesticidas iban a ser un gran negocio, si tan solo se
conseguía que el imperio se pusiera de nuestro lado y nos ayudara a
promocionarlos adonde sea que llegaran sus tentáculos, y de paso también las
semillas genéticamente modificadas y todo un modelo de producción y
distribución de alimentos que ha provocado una verdadera catástrofe social al
llevar a cientos de millones de campesinos en todo el mundo a abandonar sus
tierras y emigrar a la ciudad, así como un desastre ecológico del que ni
siquiera empezamos a ver todavía las consecuencias, con poblaciones de insectos
y bichos en caída libre y residuos químicos que han permeado el tejido de la
vida y seguirán ahí durante miles de años.
Pero lo
que sea con tal de ganarse un billetito. Ahora resulta que las compañías Nestlé
y Coca cola se están tratando de apropiar de la última gran reserva de agua
dulce que hay en el planeta, que es el acuífero Guaraní, en Sudamérica, y están
en tratos con el gobierno brasileño para obtener contratos de concesión por más
de cien años. Tomando en cuenta que el agua es recurso estratégico y cada vez
más escaso, es lógico que se muevan en esa dirección, y podemos suponer que
están dejando sus buenas propinas para que las negociaciones avancen.
Entonces
una manera de ver las cosas es que la naturaleza del sistema se materializó en
este tipo de corporaciones, que son el esquema perfecto para apropiarse de la
riqueza común y concentrarla en unas cuantas manos. Ponen y quitan gobiernos a
su antojo, imponen leyes y tratados comerciales, evaden impuestos, monopolizan
mercados acabando con pequeños productores y con cualquier alternativa que les
haga competencia, explotan la mano de obra barata y se aprovechan de las pocas
regulaciones ambientales, y nos avientan sus desperdicios, desechos tóxicos y
demás externalidades. Ya se hicieron muy pesados: se les subieron los humos y
terminaron por creerse que su lucro es más importante que el flujo de vida. Y
aunque todo mundo parece estar bajo la impresión de que su existencia forma
parte de un designio inevitable, en realidad esas corporaciones son anomalías
que han quedado anacrónicas, no más no nos hemos dado cuenta todavía.
Es la realidad la que nos mira
La
intuición nos dice que la economía no puede seguir creciendo indefinidamente.
Nuestra civilización está obsesionada por el “progreso” y el crecimiento, e
incluso ahora, con un cambio climático en ciernes y una crisis ambiental que
corre el riesgo de ponerse fea, somos incapaces de imaginar una manera
alternativa de manejar nuestros asuntos. El orden social vigente se desintegra
delante de nuestros ojos; la polarización de la riqueza ha llegado a los
extremos del absurdo y a su lógica conclusión: los ricos cada vez más ricos,
los pobres cada vez más pobres y la clase media viendo erosionarse sus estilos
de vida y aferrándose a lo que sea que hayan obtenido. Las guerras por mercados
y recursos se intensifican y como que el planeta tierra ya no está dando lo
suficiente para que todos estén satisfechos. Queremos más y más y más y nunca
es suficiente, ese es el punto.
En estos
momentos la irracionalidad impera; alguien diría que si te encuentras en medio
del desierto con una cantidad limitada de agua y comida que te tiene que durar
equis tiempo, lo que debes hacer es administrarlo lo mejor que puedas. Pero si
te lo acabas todo en dos días después te vas a morir de sed y hambre. Ok, el
ejemplo es burdo, pero algo así es lo que nos sucede. Los recursos del planeta
realmente son limitados y nuestras necesidades insaciables. En lugar de moderar
nuestro apetito le entramos con más gusto.
En esta
fase del colapso vemos como sociedades en diferentes partes del mundo se mueven
hacia la derecha política. Hay una ansiedad palpable y la gente tiene miedo del
futuro; somos buenos para esconder la cabeza bajo la arena y pretender que no
sucede nada pero en el fondo sabemos que sí sucede algo. Esta disonancia nos
pone en un estado neurótico que nos hace olvidar todo espíritu crítico y vemos
cómo por contagio y mimesis un segmento lo suficientemente grande de alguna
sociedad como para hacer alguna diferencia, apoya incondicionalmente a algún
líder que les viene a hablar de cómo va a hacer a “América” (o cualquier otro
país) grande de nuevo. Solo así explicamos el arrastre que tiene Trump (o
cualquier otro personaje) sobre la masa. Les vienen a hablar bonito y del sueño
de la abundancia eterna, que es lo que quieren creer con todas sus fuerzas.
Entonces
vemos como en Brasil gana las elecciones un fulano que abiertamente se declara
proto fascista y que ha anunciado que va a acabar a toda marcha con lo que
pueda de la selva del Amazonas; les ha negado a los indígenas de la zona el
derecho de existir diciendo que se tienen que asimilar, mientras ven como su
hogar desaparece en esta última orgía del capitalismo. Van a acabar con todo,
porque el sistema no se puede detener, y la gente vota por ellos y se deja
llevar por la marea.
En
Hungría, Ucrania y otros países de Europa del Este los partidos neonazis se han
hecho del poder o para allá van, y la gente los apoya porque están hartos de
ver erosionarse sus estilos de vida y todo aquello que creían cierto. A los
millones de refugiados de las guerras que Occidente ha provocado en África y
Medio Oriente nadie los quiere, y los dejan ahogarse en el mar sin rescatarlos.
Como muchos otros imperios en franca decadencia, los gringos quieren construir
un muro físico que los separen de los barbaros. Romanos y chinos hicieron lo
mismo. Es como que quieren mantener a raya el caos que están provocando afuera.
Los susodichos campeones de la libertad y democracia se han convertido en un
estado policiaco ejerciendo el máximo control posible sobre su población de una
manera cada vez más descarada y opresiva. Por supuesto también le echan la
culpa a los migrantes de todo lo malo que sucede en este lado de la realidad;
han saqueado a América Latina todo lo que han querido y a Centroamérica en
particular la han exprimido, y arman un mitote porque una caravana de
refugiados se acerca a su país.
Entonces,
¿qué es lo que está pasando aquí? Es como una histeria colectiva; mientras más
orates estén los líderes más embobada está la audiencia. No hemos entendido que
tenemos que empezar a aprender a vivir con menos, todos, empezando por los que
están allá arriba, y reducir radicalmente el consumo de cualquier producto
superfluo. Ya llegamos a ese punto. ¿Y cómo desaceleras la economía cuando todo
mundo quiere seguir creciendo? Yo diría que viendo la realidad de frente. Pero
si no la queremos ver, es ella la que nos mira.
La sacrosanta institución de la propiedad privada
Efectivamente,
es la realidad la que nos mira, y de hecho nos tiene en la mira. La realidad es
la realidad, y no perdona. No podemos transgredir las leyes de la naturaleza y
pensar que no nos va a llegar la cuenta. El mundo natural no tolera los excesos
y nuestra presencia se ha vuelto excesiva. Lo dominamos todo. Estamos en todas
partes. Hemos hecho de éste, “nuestro” planeta. Hemos impuesto nuestras reglas:
así, de repente, tomamos posesión del territorio y lo declaramos nuestro.
Recuerdo unas vacaciones cuando era niño que mis hermanos y yo agarramos la
costumbre de que cada mañana al levantarnos nos íbamos por todos los rincones
de la casa (una casa muy bonita donde nos estábamos quedando) y cada quien
declaraba “suyo” su objeto preferido. Había una mecedora que era muy
solicitada, y el que la ganaba tenía prioridad para utilizarla todo el día.
Alguien declaraba suyo un objeto y los demás nos lo creíamos. Era parte del
juego.
Pues así
nos pasó a la humanidad en conjunto. Cada quien empezó a apropiarse de lo que
pudo, a partir del momento en el que todo lo comenzamos a ver como un objeto.
Esto, como ya lo hemos observado, es un desarrollo muy reciente en la historia
de la humanidad. Durante la abrumadora mayor parte de nuestra existencia como
especie la propiedad real era común. La gente tenía por supuesto objetos
propios de uso personal, pero la verdadera riqueza, la tierra, era de todos.
Fue con la revolución industrial que surgió una clase media burguesa
obsesionada por acumular riqueza al mismo tiempo que millones de personas
abandonaban el campo para ir a trabajar a las fábricas en la ciudad. Por
aquellas fechas hicieron su aparición también las acciones y los bonos, echando
en marcha el proceso de financialización de la economía y el papel central que
los bancos asumieron en el control del dinero, que se convirtió en la parte más
importante de nuestras vidas.
Previamente,
la regulación sobre la propiedad, transmisión y herencia de los bienes
personales era prácticamente inexistente, pero como por arte de magia se
materializaron toda clase de esquemas, leyes y justificaciones para proteger la
acumulación de la riqueza a perpetuidad. Este pasó a ser el nuevo paradigma, y
tanto la tierra como la vida misma se convirtieron en objetos que podían
comprarse y venderse como cuentas o collares.
Entonces
tenemos que ver esto con un poco de perspectiva histórica. El presente culto a
la propiedad privada lo hemos llevado a sus últimas consecuencias, y esas son
que un puñado de individuos se creen literalmente los dueños del planeta y que
pueden hacer con él lo que quieran, incluyendo provocar guerras, genocidios y
colapsos sociales y ambientales. Nos hemos apropiado de todo y por eso hemos
acabado con todo. Sin embargo, cuando se haga el recuento de lo que fue el paso
por el escenario de homo sapiens, este culto al exceso y la acumulación no será
más que un brevísimo capítulo que llegó y se fue, aunque con largas
consecuencias.
Como
dijera el jefe Seattle, terminó la vida y comenzó la supervivencia. Ahora que
entramos en esta nueva fase, en la que el simple hecho de sobrevivir se vuelve cada
vez más problemático (como ya lo es para millones de refugiados y damnificados
en el mundo), podemos suponer que en el reajuste que nos espera la propiedad
privada desaparezca de la misma manera como llegó, casi sin darnos cuenta. En
el transcurso de unas cuantas generaciones el planeta entero se privatizó; en
unas pocas generaciones más, y a medida que avanza la crisis, individuos,
comunidades y sociedades nos iremos dando cuenta que el bien común es la única
manera en la que podremos salir adelante, y el que no esté dispuesto a
entenderlo será marginalizado. Como todas las demás especies en medio del
cambio, o nos adaptamos a las nuevas condiciones o quedamos fuera del juego.
Al
paradigma vigente lo tenemos que entender como una aberración que llegó, se
impuso, provocó todo el daño que pudo y agotó sus posibilidades, y ya va siendo
hora de que se vaya por la cloaca de la historia. Todas esas leyes y cuerpos
legislativos que protegen la sacrosanta institución de la propiedad privada
irán perdiendo vigencia y serán finalmente abandonadas y reemplazadas por otras
creencias y reglas de convivencia, escritas o no. Los antropólogos del futuro
se sorprenderán de lo primitivos que fuimos socialmente mientras el uso de
tecnologías demasiado complejas para nuestro propio bien se nos escapaba de las
manos y se convertía en el principal factor de destrucción del mundo.