por David Cañedo Escárcega
Un sistema insostenible
La crisis ambiental que define a nuestra época y que va a terminar definiendo nuestras vidas se hace cada vez más evidente. El cambio climático ya llegó y se instaló: de aquí no se va a ir a ningún lado. Cada año es más caluroso que el anterior y cada mes se rompe un nuevo record. Las rachas de calor se hacen más intensas y los eventos de clima extremo son más frecuentes y devastadores. Aparentemente ya es inevitable un aumento de varios grados de temperatura global en el transcurso de nuestras vidas, superando cualquier capacidad de adaptación que la sociedad tenga hacia esos cambios.
Los compromisos que hacen los gobiernos internacionales en sus cumbres anuales son patéticamente insuficientes: es claro que en la medida en que alcanzan a entender las implicaciones de lo que está pasando no hay voluntad política para tomar medidas que empiecen siquiera a atender las razones de fondo de la crisis o a implementar los cambios estructurales en el sistema que se necesitan. Los enormes intereses creados que hay de por medio son intocables al parecer, y la viabilidad y continuidad del modelo económico no se cuestionan. Da la impresión que su único objetivo es ganar tiempo, y se va a seguir adelante hasta que ya no se pueda hacerlo.
No solo es el cambio climático por supuesto; la alteración del clima global es una de las manifestaciones más graves de la crisis de nuestra época, pero no es la única, y quizás ni siquiera sea la más grave. Hay un proceso generalizado de deterioro ambiental que está sucediendo en todos los niveles, del macro al micro; son ecosistemas completos los que están fallando y la diversidad biológica se está perdiendo a un ritmo que no se puede dejar de percibir. La vida desaparece por todos lados, y son miles de especies las que están siendo llevadas a la extinción. Bosques y selvas están bajo ataque, los arrecifes de coral se están blanqueando, los océanos se están acidificando, y no hay rincón del planeta adonde no llegue la contaminación.
En cuanto a los asuntos puramente humanos y las sociedades que nos hemos creado, hay recursos críticos para el funcionamiento del sistema que están empezando a escasear. Eso incluye fuentes de energía como el petróleo, metales y minerales indispensables para los procesos industriales, así como el agua, la tierra fértil y espacio vital para una población que ha crecido a un ritmo exponencial y cuyos números siguen aumentando. La escasez de recursos intensifica toda clase de conflictos y no se puede descartar una guerra generalizada entre varias potencias con uso de armas nucleares. La situación geopolítica internacional es bastante precaria así como está, y podemos suponer que inevitablemente se seguirá deteriorando.
La economía global es un castillo de naipes que ha crecido todo lo que ha podido crecer, y que está llegando al punto de implosión al no poder seguir creciendo. Hay toda una economía virtual de altas finanzas cada vez más divorciada de la realidad basada en niveles insostenibles de deuda y en la especulación y manipulación de toda clase de productos financieros cada vez más oscuros e incomprensibles. Las bolsas de valores son básicamente un casino en el que todo mundo se quiere hacer rico de la noche a la mañana, todo mundo desesperado por más y más dinero, y la riqueza que se genera a todo lo largo del sistema está cada vez más concentrada en unas cuantas manos. El sistema no beneficia a todo mundo, lejos de eso, y hasta la clase media que creía estar relativamente segura de repente descubre que no puede seguir manteniendo su nivel de vida.
A estas alturas del partido es claro que el modelo capitalista industrial basado en producir por producir para consumir por consumir, en la explotación indiscriminada de los recursos, la concentración de los beneficios y la externalización de los costos, en el crecimiento hasta el infinito y la irresponsabilidad social y ambiental, es un callejón sin salida. El modelo está haciendo agua por todos lados; es insostenible, pero antes de caerse por su propio peso nos estamos llevando al planeta por delante.
La esencia del sistema
Desde que surgieron las primeras civilizaciones hace seis mil años hasta muy recientemente la educación tal como existía siempre estuvo restringida a las élites y castas gobernantes. Por lo general la mayor parte de la población se dedicaba a trabajar la tierra y era iliterata; la movilidad social era prácticamente inexistente y la clave del contrato social era aceptar el papel que le había tocado jugar en el gran orden de las cosas: si había uno nacido campesino o artesano lo seguiría siendo durante toda su vida, así como sus hijos y descendientes, y eran raros los individuos que por una combinación de dotes excepcionales, de azares del destino y de aprovechar al máximo las oportunidades que se le presentaban conseguían romper ese ciclo y avanzar en la escala.
Ya sabemos que la esencia de ese fenómeno que llamamos civilización es la estratificación social y el surgimiento de castas y jerarquías; a diferencia de las llamadas sociedades tradicionales que siempre han sido básicamente comunitarias y en las que el poder y la riqueza tienden a distribuirse horizontalmente, en las civilizaciones las relaciones de poder son verticales y tanto el poder como la riqueza tienden a concentrarse; la estructura social es una pirámide en cuya cima hay un pequeño grupo de elegidos que deciden los destinos de la sociedad en conjunto y en el que el resto de la población tiene muy poco que decir con respecto a decisiones que los afectan a todos.
Este estado de las cosas tiende a perpetuarse, y la gente que ha probado y le ha encontrado el gusto al poder y los privilegios se aferra a ellos hasta las últimas consecuencias. Cada civilización desarrolla una amplia gama de mecanismos para que este orden establecido se siga manteniendo; eso incluye sanciones divinas y construcciones ideológicas, filosóficas y religiosas que le dan legitimidad a todo el borlote y que vienen aderezados con toda clase de ritos y ceremonias que forman parte de la faramalla; también incluye leyes y aparatos legislativos y, muy importante, también incluye la educación.
La educación siempre fue un monopolio de las élites, en cuyo interés estaba mantener al pueblo en la ignorancia. Había una educación reservada para los nobles y otra para el pueblo, como en el caso de la sociedad azteca que contaba con el calmécac en el que se enseñaba el arte de gobernar a la clase dominante y con el telpochcalli en el que se entrenaba a los jóvenes del pueblo a ser buenos soldados.
La educación pública, obligatoria y universal es un fenómeno relativamente reciente en la historia de la humanidad, que empezó a tomar forma hace un par de siglos y a implementarse en todo el mundo apenas durante el siglo pasado. Es importante entender que la propagación de sistemas nacionales de educación y de salud fue posible gracias a la bonanza de la que hemos gozado durante este último par de siglos precisamente en la forma de enormes reservas de energía que hemos hecho correr por el sistema; no es una casualidad que nuestra sociedad completamente dependiente de los combustibles fósiles haya podido universalizar la educación.
Ahora todo mundo tiene derecho a educarse y sin embargo desde el primer momento la educación pública fue utilizada como un instrumento del poder. Indudablemente siempre hubo educadores y personas de visión que lucharon altruistamente por la causa noble de hacer la educación accesible a todo mundo, pero fueron los políticos y los burócratas los que ganaron la partida. Parece que el objetivo de la educación sigue siendo el mismo que hace cinco mil años: perpetuar el orden establecido. A los jóvenes se les condiciona para que acepten el papel que les tocó jugar en el gran orden de las cosas: si eres obrero, sé un buen obrero. Si eres oficinista sé un buen oficinista. Si consigues colarte a la universidad y terminas siendo ingeniero, sé un buen ingeniero. Hasta donde llegues en la escala, haz lo que tengas que hacer y no des lata. Sé un buen trabajador, sé un buen consumidor, y NO cuestiones el orden de las cosas. Las cosas son como son y así seguirán siendo. Es la esencia del sistema.
Un sistema educativo que no funciona
El sistema educativo es un fiel reflejo del sistema social, económico y político que lo genera, y éste es un sistema burocrático, centralista, autoritario, altamente jerarquizado y homogeneizante. En este sistema, todas las decisiones relevantes se toman en el centro y es muy poca la capacidad de decisión que se deja a la periferia. Los modelos son elaborados e impuestos desde arriba por gurús de la educación que con harta frecuencia tienen un completo desconocimiento de la realidad en el campo mexicano. Estos autoproclamados expertos cuentan con maestrías y doctorados en universidades extranjeras pero probablemente nunca han puesto un pie en un salón de clases en un medio rural, y son incapaces de comprender las razones de fondo, históricas, sociales y culturales, del rezago educativo y de los alarmantes niveles de deserción escolar que tenemos a todo lo largo del sistema.
En México de cada mil niños que empiezan la primaria 450 pasan a la secundaria y 190 entran a la preparatoria, de los cuales solo la mitad la termina. Y de esos son 45 los que entran a la universidad y solo cuatro se titulan. Hay 10 millones de mexicanos aproximadamente que no saben leer ni escribir, y otros diez millones que olvidarán como hacerlo porque solo cursaron hasta tercero de primaria y nunca practican lo poco que aprendieron.
Las comparaciones son odiosas, por supuesto, pero para algo pueden servir. El sistema de escritura en Japón es extremadamente complicado. Cuenta con dos alfabetos, o silabarios, el hiragana y el katakana de 46 símbolos cada uno, y 2000 caracteres chinos, o kanji, que forman el currículo básico y que los jóvenes aprenden de la primaria a la preparatoria. Al terminar la prepa ya pueden leer libros y periódicos. Pues así de complicado, prácticamente no existe el analfabetismo en ese país. El alfabeto latino cuenta con 26 símbolos, y tenemos millones de analfabetas. Para los que crean que es una cuestión de disciplina oriental, más cerca de casa tenemos el ejemplo de Cuba, donde el analfabetismo tampoco existe, o es mínimo, y prácticamente todo mundo cuenta con la prepa terminada.
El problema es el sistema que nos hemos creado. Nuestros gurús de la educación elaboran modelos y reformas educativas que van y vienen sin que tengan mucho efecto sobre las problemáticas de fondo; se atacan los síntomas pero no se toman en cuenta las realidades locales. Se pretende adaptar la realidad a los modelos, cuando son los modelos los que deben de adaptarse a la realidad. Huelga decir que todos estos modelos impuestos desde arriba están condenados a fracasar, como han fracasado en México en los últimos 70 años, si no es que 500, hasta que no se decidan a incluir a la realidad a la hora de diseñarlos.
En este sistema homogeneizante y altamente burocratizado la forma es más importante que el contenido, y se pretende imponer un solo estándar a toda la república, desde Baja California hasta Chiapas. Se trata a los alumnos como si fueran clones, que tienen que aprender exactamente lo mismo y al mismo ritmo, y que tienen que terminar su secundaria o su bachillerato sabiendo exactamente las mismas cosas. La necesidad de estandarizar es más importante que el hecho mismo de que los alumnos puedan desarrollar su potencial. El sistema se preocupa más por obligar a los estudiantes a que se conformen a un modelo impuesto desde arriba que por desarrollar las capacidades innatas de cada individuo y de estimular su creatividad y su curiosidad por aprender cosas nuevas.
El modelo educativo vigente es un producto de la cultura de masas, y lamentablemente está más enfocado a conformar a los individuos a la masa que a despertar su capacidad crítica y de cuestionamiento de las estructuras existentes. Ultimadamente todo este aparato está basado en el control y en la coerción; es la única manera en la que se puede sostener. Se controla a los maestros y se controla a los alumnos. A todo mundo se le obliga a hacer cosas por las que probablemente no se siente la menor inclinación y el control permea cada paso del proceso. Quizás por eso los efectos son tan contraproducentes.
Lo esencial en la educación
Mi sobrina acaba de entrar a la secundaria, y no llevaba tres días de asistir cuando regresó diciendo que odiaba las matemáticas. Antes le gustaban, y ahora las odia. Resulta que desde la primera clase el profesor los saturó con toda clase de reglas absurdas: tienen que entregar el cuaderno escrito de esta manera, y si te pasas del margen te quito puntos, y si haces o no haces las cosas así te bajo más puntos, y si no entregas las tareas a tiempo ya no tienes derecho a calificación, y si te tardas un minuto en llegar a clase ya no te dejo entrar, y todo tiene que ver con la calificación; por cualquier cosita te bajan o te suben puntos y al parecer lo único que le importa a todo mundo es obtener una calificación aprobatoria.
Aparentemente la calificación es la única manera que se tiene de obligar a los alumnos a hacer cosas que de otra manera no harían. De hecho, la calificación es la piedra de base sobre la que se apoya todo nuestro sistema educativo. Desde niños se les enseña a los alumnos que para obtener la calificación cualquier cosa es válida. La calificación es más importante que el hecho mismo de aprender. En lugar de hacer del aprendizaje un proceso creativo de exploración del mundo que nos rodea y de empoderamiento al descubrir cosas que no sabíamos antes, lo convierten en algo fastidioso y aburrido que se hace por obligación y por salir del paso.
Recuerdo hace muchos años cuando iba en la preparatoria teníamos un maestro de anatomía que era una lumbrera, con toda una colección de maestrías y doctorados de universidades de prestigio. Lamentablemente el señor no sabía enseñar y sus clases eran tediosísimas. La disciplina era férrea, apenas y podíamos respirar, y los exámenes eran de terror: había que aprenderse de memoria cientos de nombres de huesos, órganos y músculos, que terminaba uno confundiéndolos todos. ¿Qué recuerdo de todo eso? Absolutamente nada. Todo lo que uno “aprendía” se olvidaba pasando el examen. Eso sí, le agarré una tirria a la materia de por vida.
Así como lo veo, lo esencial en la educación no es que los alumnos aprendan, sino que los alumnos comprendan. Es un enfoque radicalmente distinto. La mayor parte de lo que supuestamente se aprende en la escuela muy rápidamente se olvida. A veces tan rápidamente como terminando el examen. En la vida diaria estamos siendo bombardeados constantemente por toda clase de información nueva, alguna más útil y relevante que otra, y no hay espacio en nuestros cerebros o en nuestras vidas para procesar y asimilar toda la información que no necesitamos o que no nos interesa. Las cosas que en algún momento creímos saber las dejamos que se olviden porque hay otras cosas que captan nuestra atención. Solo lo que se comprende se retiene; todo lo demás se olvida.
El objetivo de la educación es desarrollar las potencialidades de cada individuo, no que se conformen a un estándar. Por obvio que parezca, al enseñar una materia lo importante no es que los alumnos memoricen un montón de datos y definiciones que a nadie le interesan sino que tengan una visión panorámica y comprendan las bases generales de la materia que se imparte y la única manera de conseguirlo es despertando su interés por el tema. Hay que reconocer que un alumno no tiene porque estar interesado en todas las materias que se le imparten. El alumno tiene el derecho legítimo de no tener el menor interés en alguna o varias materias en particular, y es una de las funciones del maestro tratar de despertar el interés de sus alumnos por la materia que imparte, y sabiendo que no siempre va a tener éxito en todos los casos.
Todo mundo, pero particularmente los niños y los jóvenes, tenemos una curiosidad innata por aprender cosas nuevas y por comprender la realidad que nos rodea; este proceso por el que se amplía nuestro conocimiento y nos relacionamos con nuestro entorno tiene sin embargo que estar anclado en la libertad: las cosas se aprenden por gusto y no por obligación.
La ilusión del control
En el modelo educativo vigente en nuestro país, basado en competencias, es muy importante llevar a cabo una planeación minuciosa, y tomar en cuenta hasta los últimos detalles. Todo debe de estar perfectamente controlado: hay un programa de estudios que se elaboró en algún lado y al que hay que ajustarse religiosamente; hay cronogramas que nos permiten saber exactamente en qué día se va a ver cada tema a lo largo de todo el semestre; se hace un diagnóstico de cada grupo al cual se le imparte clase para evaluar sus habilidades y destrezas, actitudes y valores; se elabora una “Planeación de la Secuencia Didáctica” en la que se analizan las actividades, los atributos, las evidencias y los instrumentos de evaluación de cada unidad de competencia; se hacen cuestionarios sobre planeación didáctica para controlar que el docente se esté ajustando a las normas y que todo esté funcionando de acuerdo a lo previsto; existen también formatos de secuencias formativas, formatos de planeación didáctica, formatos de plan de clase, formatos de lineamientos de evaluación, formatos de instrumentos de evaluación, formatos de estrategias de enseñanza y aprendizaje, formatos de avance programático, formatos de guías de observación, formatos de propuestas de evidencias, formatos de listas de cotejo, formatos de supervisión docente, formatos para hacer más formatos, y una lista interminable de formatos cuya única función ultimadamente es la de tenerlo todo bajo control. Porque a eso es a lo que se ha reducido nuestro sistema educativo, a un sistema de control.
Estamos ahogados en un mar de formatos. Para el sistema educativo nacional lo importante al parecer son las formas, no el contenido; lo importante es obtener una calificación aprobatoria, no lo que se haya aprendido, y todo parece girar alrededor de obtener puntajes altos en exámenes formulaicos y de inflar las estadísticas. La consigna que se ha dado a los maestros en todo el país y en todos los niveles del sistema es pasar a los alumnos al siguiente nivel, aunque no sepan nada ni tengan el menor interés en la escuela, con tal de inflar las estadísticas.
Es impresionante, todo un modelo educativo basado en la preponderancia de las formas. Esa importancia excesiva que se le da a las formas, sin embargo, solo puede ir en detrimento de la calidad de la educación. Los formatos actúan como una camisa de fuerza que asfixian la creatividad y el espíritu crítico e independiente tanto de los docentes como de los alumnos, así como del mismo sistema que es incapaz de cambiar y de adaptarse a los nuevos tiempos y de hacer frente a los grandes retos a los que nos enfrentamos en este siglo.
En este sistema, los maestros son poco más que peones sacrificables en el gran juego de la política nacional. Al maestro, que es la piedra angular de todo ese edificio que se llama educación, no se le permite la menor capacidad de decisión sobre asuntos que conciernen a su práctica docente; el espíritu crítico y reflexivo que supuestamente se pretende inculcar en los jóvenes en realidad ni siquiera se nos permite a nosotros los docentes.
En este contexto, el principal objetivo de la presente reforma educativa parece ser simplemente ajustar las ruedas del engranaje. Apretar las tuercas. No se quiere dejar ningún cabo suelto, se quiere tener todo bajo control. Todo es control, control y más control.
¿Pero qué exactamente es lo que se quiere controlar? Mientras más se les va el control de las manos, más se quiere controlar, y mientras más se quiere controlar más se les va el control de las manos. Aparentemente ya estamos llegando al punto en que todo el castillo de naipes se viene para abajo, y se cree que aferrándose al control se va a salvar la situación. Esta tendencia por supuesto no es exclusiva al ámbito educativo, sino que se manifiesta en la sociedad en conjunto. Nos estamos aproximando a varios puntos de ruptura; ecológica, económica y socialmente hay crisis a la vuelta de la esquina, a medida que llegamos a los límites del crecimiento y nos topamos con la insustentabilidad estructural del sistema.
Hacia un nuevo modelo educativo
El mundo está cambiando, y muy rápidamente. El modelo capitalista de explotación de los recursos ha crecido todo lo que ha podido crecer, y está llegando al límite de lo que puede seguirlo haciendo. La obsesión por el crecimiento económico que es la razón de ser de todo este sistema está dejando a su paso un panorama desolador; hay una crisis ambiental que no se puede seguir ignorando y que solo puede seguirse haciendo peor. El ritmo al que se está deteriorando el medio ambiente aquí donde vivo y en la región y en el estado y en el país y en el planeta entero está agarrando vuelo y estamos entrando a toda velocidad a la fase irreversible; por donde quiera que volteemos si comparamos el estado de los ecosistemas tal como están ahora a como estaban hace apenas 30 o 40 años la diferencia es impactante. Este ritmo de deterioro no se está frenando, se está acelerando, y podemos suponer que en los próximos 30 o 40 años, es decir, en vida de los jóvenes de ahora, la diferencia será todavía más dramática.
Y mientras tanto las instituciones y modelos culturales, sociales e ideológicos que nos rigen siguen atrapados en esquemas retrógrados que ya han sido rebasados por la realidad. En particular el modelo educativo vigente en este país es completa, total e irremediablemente obsoleto. Esas competencias son tan del siglo veinte. Al parecer los gurús de la educación y los señores que rigen los destinos de la nación siguen creyendo que el objetivo de la educación es hacer a los jóvenes competentes para la industria. Uno quisiera decirles que el mundo ya cambió. Ya son otras las circunstancias. Los retos a los que se enfrentarán los jóvenes en el transcurso de sus vidas son de una índole distinta. Su modelo industrial está haciendo agua por todos lados, y mientras más pronto se den cuenta mejor será para todos.
Ese modelo basado en competencias, que de por sí nunca fue muy bueno para atender las problemáticas y rezagos educativos ancestrales que arrastramos en este país, de hecho ya fue descartado en sus mismos países de origen, que se dieron cuenta que cualquier función que ese modelo haya tenido ya se cumplió y que es hora de moverse a otras cosas; nosotros aquí seguimos aferrados a ese modelo viejo de hace 40 años al parecer paralizados de terror e incapaces de implementar cualquier cambio que vaya en contra de la ideología imperante o de la estructura del sistema. Reformas educativas van y vienen y seguimos en las mismas. La reforma que se impulsa actualmente es más de lo mismo: control, centralización, homogeneización y concentración de la toma de decisiones. Tales reformas, elaboradas desde la lógica del poder, son incapaces siquiera de arañar la complejidad de las problemáticas actuales; no atienden las razones de fondo del rezago educativo ni preparan a los jóvenes para los grandes retos a los que se van a enfrentar en el transcurso de sus vidas.
Es necesario un modelo educativo para el siglo 21. Todavía seguimos con la inercia del siglo veinte. ¿Será necesario llegar a una crisis o punto de ruptura para despabilarnos y empezar a explorar otras alternativas? Dentro de un par de décadas algunos de los cambios que es necesario hacer nos van a parecer evidentes, y nos vamos a sorprender de que hayamos dejado pasar tanto tiempo para empezar a ponerlos en práctica. Muchos de estos cambios serán por supuesto forzados por las circunstancias; como ya lo dijimos el mundo está cambiando muy rápidamente y el ritmo de cambio se está acelerando.
Aquí lo único que hay que decidir es si 30 o 50 años los consideramos corto, mediano o largo plazo. No es mucho el margen de acción con el que se cuenta; el tiempo pasa muy rápido y cualquier medida que se tome tarda mucho en implementarse y en empezar a hacer alguna diferencia.
El modelo educativo finlandés
Una de las propuestas más interesantes que se están implementando en materia educativa es la que se está llevando a cabo en Finlandia. Todos hemos oído hablar del modelo educativo finlandés y conviene enterarse bien de los detalles. Se nos dice que hasta 1972 por lo menos la mitad de los alumnos no hacían estudios secundarios. Había mucha deserción entre los jóvenes de familias modestas que abandonaban la escuela para buscar algún trabajo. A partir de 1978 se acometió la reforma de su sistema educativo, y en tan sólo tres décadas consiguieron acabar con la deserción y ahora prácticamente la totalidad de los alumnos terminan la preparatoria o equivalente. Asimismo, colocaron a su país entre los más altos puestos a nivel mundial en materia educativa, obteniendo invariablemente los mejores puntajes en las pruebas internacionales. En algunas de estas pruebas, como la llamada PISA, México ocupa consistentemente alguno de los últimos lugares, así que no estaría de más tratar de comprender las razones del éxito de los finlandeses.
La clave de su modelo es que la educación gira en torno a las necesidades del alumno, de cada alumno. Se entiende que cada persona es única y tiene diferentes potencialidades, que se desarrollan óptimamente en un clima libre de coerción y de mecanismos de control; la idea es que los alumnos aprendan “amando aprender”. Los alumnos descubren que hay materias que les interesan más que otras, y el sistema les da una gran libertad de elección para organizar sus estudios. Esa libertad es progresiva, y está en relación con el grado de madurez de los alumnos. Lo importante aquí es el concepto: en lugar de tratar de que los jóvenes se conformen a un molde establecido y homogeneizante en el que todo mundo tiene que salir sabiendo exactamente lo mismo como si fueran clones, tienen el espacio para construir poco a poco su autonomía de acuerdo a sus gustos e intereses al tiempo que desarrollan un sentido de responsabilidad con relación a sus estudios. Es decir, en lugar de pretender que el alumno se conforme al sistema, es el sistema el que se conforma a las necesidades del alumno.
La otra clave del éxito del modelo finlandés son los maestros. Se entiende que los profesores son personas preparadas y responsables, y tienen una completa libertad pedagógica y un amplio margen de autonomía y de iniciativa. Cada maestro es libre de implementar los programas de estudio de acuerdo a su criterio y de la forma en que lo juzgue más conveniente, eligiendo sus propios métodos y materiales de enseñanza y la manera de evaluar a los muchachos. De hecho, el gobierno central tiene muy poca injerencia en la elaboración de los programas de estudio; son las autoridades locales, municipales y los profesores los que deciden qué y cómo se va a enseñar a los alumnos. El sistema escolar finlandés está basado en una cultura de la confianza y la ausencia de controles, y eso básicamente es lo que está produciendo los resultados.
A algunas personas les resulta difícil concebir que un modelo como el finlandés pudiera tener la menor posibilidad de implementarse en México. En seguida nos dicen que allá las circunstancias y la idiosincrasia son muy diferentes a la nuestra y que sería completamente impracticable. Y punto final; no se vuelve a discutir el asunto. Por lo general muchas de estas personas defienden a capa y espada el modelo basado en competencias que también es un modelo extranjero y que tampoco tiene nada que ver con nuestra idiosincrasia. En parte supongo es la resistencia al cambio; como dicen, más vale malo conocido que bueno por conocer.
En realidad lo que importa no es el modelo en sí, que efectivamente ha sido implementado en Finlandia de acuerdo a su realidad y a su particular manera de ser y de pensar. Lo importante es la dirección que se ha tomado. La esencia de ese modelo educativo es la búsqueda de alternativas a modelos basados en el control y la coerción, y eso es lo que hace toda la diferencia. Una vez que se comprende esto se puede empezar a buscar la manera de hacer los cambios necesarios en nuestros propios modelos anacrónicos, de acuerdo a nuestra propia idiosincrasia y realidad.
El futuro de la educación
Tiempos extraordinarios demandan medidas extraordinarias. La crisis ambiental y de civilización que está tomando forma a nuestro alrededor y que va a terminar definiendo a nuestra época implicará un cambio radical en nuestra manera de funcionar como sociedad, en nuestras expectativas y en nuestra misma manera de relacionarnos con el mundo. Aquellas estructuras, modelos e instituciones, rígidos e inflexibles, altamente burocratizados y anquilosados, que sean incapaces de adaptarse a los cambios simplemente quedaran fuera del juego. Los sistemas gigantescos que la era de los combustibles fósiles hizo posibles terminaran fracturándose y fragmentándose a lo largo de múltiples líneas de ruptura.
El futuro de la educación está en la descentralización y en la búsqueda de soluciones locales a problemas locales, no en una mayor homogeneización y estandarización de los procesos educativos. A fin de cuentas, son las personas y las ideas que se salen del huacal las que siempre han sido motor de cambio, de progreso y de concientización en nuestra evolución como especie y como sociedad. No es en la mayor concentración de control y toma de decisiones donde se da un medio conductivo para explorar alternativas a algunas de las grandes problemáticas a las que nos enfrentamos como individuos y como sociedad.
El objetivo de la educación, según mi punto de vista, es que los alumnos adquieran una comprensión del mundo en el que viven y desarrollen un espíritu crítico que les permita cuestionar el orden de las cosas y convertirse en agentes de cambio en la creación de un mundo más justo y equitativo y con un poco más de respeto hacia el mundo que nos rodea. Si les queremos dejar un mundo habitable a nuestros hijos tenemos que crearlo desde ahora, y empezar por reconocer la naturaleza del predicamento en el que nos encontramos. Hay muy poco en nuestro sistema educativo que fomente o inculque en nuestros jóvenes una visión más amplia del papel que nos toca jugar como individuos y como sociedad en estos tiempos de transformación que nos ha tocado vivir.
El sistema educativo en algún momento tendrá que cambiar y adaptarse a los nuevos tiempos. Un nuevo sistema educativo va a tener que ser flexible, extremadamente adaptable, que se adapte no sólo a las realidades locales sino a las necesidades individuales. Que reconozca el derecho legítimo que tienen los alumnos de que no les interese alguna u otra materia, y que se dedique más bien a explorar y a fomentar el desarrollo de las capacidades de cada persona. Que valore y fomente activamente la diversidad de opiniones y el intercambio de puntos de vista, porque es en la diversidad y en la tolerancia, y no en la homogeneización, donde se da el fermento para la innovación y para la resolución creativa de los problemas existentes.
Tiene que ser un sistema altamente adaptable al cambio, que tenga gusto y curiosidad por intentar cosas nuevas y que no tenga miedo de alejarse de los parámetros existentes; que no dependa del control ni de mecanismos de coerción de ningún tipo para imponerse, porque el control genera desinterés, y el control genera apatía, y el control genera resistencia, y no es con el control sino con la colaboración como las personas se motivan para hacer lo que tengan que hacer. Tiene que ser un sistema que se preocupe del alumno como individuo y no como engranaje de un sistema o como porcentaje en alguna estadística. Este sistema tendrá eventualmente que rechazar las estructuras de poder fosilizadas, jerarquizadas y verticales y fomentar la cooperación y la participación en un nivel horizontal. Todo mundo tiene derecho a participar en la toma de decisiones en un nivel local. Tiene que ser, en resumen, un sistema orgánico, vivo, armónico, integrador y en consonancia con su medio ambiente. Diverso, tolerante, flexible y adaptable.
El paradigma actual es incapaz de concebir un sistema así; lo rechaza a priori como utópico o impracticable. Esto es normal. Todas las ideas transformadoras son ridiculizadas y opuestas violentamente antes de que se conviertan en la norma. Quizás el paradigma actual sea el que se vaya por el camino de los dinosaurios antes incluso que nos demos cuenta. El cambio es inevitable, y ya está sucediendo.