martes, 20 de septiembre de 2016

La era de la abundancia

por David Cañedo Escárcega


Hablemos de energía

La característica sobresaliente de nuestra civilización moderna es la enorme cantidad de energía que utilizamos día con día. Ninguna otra civilización a lo largo de la historia ha contado ni con una pequeña fracción de la cantidad de energía que tenemos a nuestra disposición, tanto en términos absolutos como en la energía disponible per capita. Hasta tiempos muy recientes la única fuente real de energía con la que contaba la gente era la leña, además del uso localizado del carbón y del viento para tareas muy específicas. Antes de que existieran las grúas y los tractores, fue la labor humana la que levantó las pirámides y templos, los castillos y palacios, las murallas y partenones, y los demás restos que nos quedan de la grandeza o los delirios de grandeza de las pasadas civilizaciones.

Fue a partir de la revolución industrial, hace apenas dos siglos y medio, que se empezó a utilizar el carbón en gran escala, para que funcionaran las máquinas de vapor que se empezaron a utilizar en la industria, los ferrocarriles y los barcos. Durante 100 años el carbón se dio abasto para satisfacer las necesidades de la naciente industria, pero llegó un momento en que ya no era suficiente; el sistema seguía creciendo y se necesitaban otras fuentes de energía. Y en algún momento se descubrió que el petróleo era una fuente de energía más concentrada, más práctica, más fácilmente extraíble y más maniobrable que el carbón, y que había enormes depósitos de petróleo en diferentes partes del planeta, esperando tan solo que los encontráramos.

El primer pozo petrolero fue excavado en Pensilvania en 1859 pero fue con la invención y el desarrollo del automóvil a fines del siglo 19 y principios del 20 con el que entramos de lleno en la era del petróleo, que habría de transformar por completo la manera de vivir en nuestras sociedades y la manera de relacionarnos con el mundo.

Y nos hicimos adictos al petróleo. Le encontramos toda clase de usos, y en tan solo poco más de cien años nos hicimos tan completamente dependientes de la substancia que nuestra sociedad moderna no podría funcionar un solo día sin él. El petróleo es la sangre que corre por las venas de nuestra sociedad industrial. Todo lo que vemos a nuestro alrededor, todo aquello que consideramos normal, todo lo que forma parte de nuestra vida cotidiana, es una función del petróleo. Eso incluye nuestras tecnologías de las que estamos tan orgullosos y tan dependientes, nuestros sistemas de transporte y telecomunicaciones, los sistemas de producción y distribución de alimentos, los sistemas de educación y salubridad pública tal y como los conocemos, todo esto ha sido un producto de la era de los combustibles fósiles. Fueron los combustibles fósiles también los que permitieron el aumento desordenado y exponencial de la población humana, que se multiplicó 10 veces en los últimos 250 años.

Pero por más grandes que sean esos depósitos, el petróleo sigue siendo un recurso finito y al ritmo al que lo estamos usando no puede durar demasiado. A medida que entramos en el crepúsculo de la era de los combustibles fósiles es posible que en algún momento nos demos cuenta que todo ese progreso económico no ha sido más que un espejismo y que vamos a tener que aprender a vivir de nuevo dentro de los límites que nos marca un mundo finito que va a estar seriamente disminuido y con niveles de población muy por encima de la capacidad portativa del planeta tierra.

La dependencia de nuestra sociedad moderna con respecto al petróleo es total, pero el uso y abuso que le hemos dado no viene sin un precio, que quizás resulte ser demasiado alto. Han sido los combustibles fósiles los que finalmente inclinaron la balanza del precario equilibrio que manteníamos con el mundo natural, y en este momento no podemos predecir las consecuencias.

Una situación complicada

El problema con los combustibles fósiles no es demasiado difícil de entender. El meollo del asunto es que nos hicimos completamente dependientes de ellos y no podemos vivir un solo día sin una masiva utilización del petróleo, el carbón y el gas natural. La demanda actual de petróleo en todo el mundo en el año 2016 está alrededor de los 95 millones de barriles diarios (mbd). Me puse a hacer cuentas. Un barril tiene 159 litros, y eso da 15,100 millones de litros diarios. Si se pusieran en un contenedor de una hectárea de base (100X100 metros), éste debería tener una altura de más de kilómetro y medio para que quepa la cantidad de combustible que consumimos diariamente en el planeta. A mí me parece que es mucho, pero resulta que no es suficiente. La demanda sigue en aumento y necesitamos más y más.


Sin embargo, desde 1970 estamos consumiendo más petróleo de lo que lo estamos encontrando y las reservas probadas están menguando. La época del descubrimiento de los grandes y accesibles pozos petroleros ya pasó, y aunque todavía quedan reservas sustanciales al ritmo al que las estamos usando no pueden durar más de unas cuantas décadas. Esto es importante recalcarlo: la era del petróleo abundante y fácilmente accesible está a punto de terminar. Hubo un tiempo en que era suficiente escarbar en algún lado para que el petróleo brotara; ahora hay que irlo a sacar al fondo del océano o en climas extremos como el ártico o en regiones políticamente inestables.

Sin embargo, no hay la menor planeación o preparación a corto, mediano o largo plazo para el inevitable e inminente momento en el que la producción de petróleo, que está empezando a entrar en una fase de contracción, ya no pueda satisfacer a la demanda, que sigue aumentando. Ni siquiera se reconoce que exista una problemática. Seguimos actuando como si 20 o 40 años fueran largo plazo, incapaces de actuar o ni siquiera pensar en lo que vamos a hacer cuando esa energía deje de estar a nuestra disposición.


Lo que define el momento geopolítico actual en nuestro mundo es la lucha por el control de las reservas probadas de petróleo. Existe un imperio acostumbrado a vivir más allá de sus medios y a derrochar los recursos, que con el cinco por ciento de la población mundial consume la tercera parte de la energía, con niveles insostenibles de deuda y desesperado por mantener su estatus de potencia unipolar. Este imperio se va a invadir todos los países donde hay petróleo y al parecer no le importa provocar una guerra nuclear con Rusia porque ya se fastidió de que los rusos quieran seguir una política económica independiente. A China también la tienen en la mira, y la están rodeando por todos lados con bases y portaaviones en lo que llaman una política de “contención”.


La guerra por los recursos ya comenzó. Política y económicamente ya están en guerra. A Rusia la están tratando de estrangular económicamente por sus intenciones de abandonar el petrodólar y crear una opción alternativa a la tiranía del dólar. A China, que es su principal acreedor, le siguen pagando miles de millones de dólares en bonos de la reserva federal, que es solo papel impreso o datos en una computadora y no tienen nada que los respalde, o algo así. Y mientras tanto todo mundo se sigue armando hasta los dientes, se gasta más en armamento que en cualquier otro gasto público, y eso incluye educación, salubridad e infraestructura, y las potencias se niegan a abandonar la opción nuclear y desmantelar los miles de ojivas en estado operativo, al mismo tiempo que la demanda de petróleo va en aumento y las reservas probadas disminuyen.

Es una situación complicada. Y corre el riesgo de ponerse más caótica.

Nuestra civilización industrial moderna está siguiendo el mismo camino por el que han pasado tantas otras civilizaciones a lo largo de la historia. Las civilizaciones crecen hasta donde pueden, acaban con todos los recursos a su alcance, y se enfrascan en una serie interminable de guerras para asegurar el control de los últimos recursos. ¿Será que no hemos aprendido nada de la historia?


Un encontronazo con la realidad

Vamos a ver cómo está la situación del petróleo en México. Hubo un tiempo en que el petróleo en México era abundante. ¿Sí se acuerdan de aquel presidente que nos dijo que teníamos que prepararnos para administrar la abundancia? Esa abundancia finalmente sí llegó, aunque nunca supimos administrarla. Procedimos a explotarla lo más rápido que se pudo y los beneficios, como era de esperarse, terminaron por concentrarse; en cualquier caso el nivel de vida, de consumo y la población del país se duplicaron en los últimos 40 años, gracias a toda esa energía que se hizo correr por el sistema.

2007 fue el año en que la producción de petróleo llegó a su punto máximo, con casi tres millones y medio de barriles diarios, que es mucho. Desde entonces la producción ha descendido en más de un millón de barriles diarios, y actualmente está alrededor de los dos millones y medio. La mayor parte de los pozos petrolíferos en México se encuentran en la fase de declinación de su producción; Cantarell, en la sonda de Campeche, que durante mucho tiempo fue el principal productor de crudo en el país, ha visto disminuir su producción en algo así como el 50 por ciento en los últimos seis o siete años.


Al mismo tiempo la demanda va en aumento; en el país las necesidades diarias de petróleo son de algo más de dos millones de barriles. La población sigue creciendo, hay más automóviles e industria por todos lados, todo mundo quiere tener electricidad y cuando se tiene se desperdicia, y en algún momento no muy lejano, dentro de unos cuantos años, la oferta no podrá satisfacer a la demanda: la producción va para abajo y la demanda va para arriba; hay una imposibilidad física de mantener el ritmo. De ser un país exportador de petróleo en algún momento lo vamos a tener que importar. Con qué divisas, quién sabe; porque resulta que el sector energético proporciona algo así como el 40% de los ingresos fiscales de la nación. Podemos hacer toda clase de especulaciones sobre qué vamos a hacer cuando esos ingresos desaparezcan, pero lo más seguro es que nos espera un duro encontronazo con la realidad.


Es en este contexto que hay que entender la reforma energética que promueve la presente administración. Lo primero que tenemos que entender de esta reforma es que nosotros bailamos al son que nos tocan allá arriba. Allá arriba ni siquiera es Washington, es el Gran Capital Trasnacional (GCT). El GCT quiere nuestro petróleo, el GCT se las arregla y finalmente lo obtiene. Todas las grandes compañías petroleras están salivando y no ven el momento de empezar a hacer los grandes negocios con nosotros. ExxonMobil, Chevron, Shell, BP, ConocoPhillips, y muchas más están listas para sumarse a la bonanza. El Gran Capital de cualquier parte del mundo es bienvenido en México, y se espera tener a cientos de compañías operando en cualquier proyecto relacionado con el sector. Todo está abierto al mejor postor.


El petróleo fácilmente accesible y explotable ya nos lo echamos y ahora vamos a ir a donde tengamos que ir y hacer lo que se tenga que hacer con tal de sacar hasta la última gota de petróleo del suelo. Y le vamos a abrir las puertas al dichoso fracking, y seguramente habrá más derrames en el océano, y el impacto ecológico será impresionante pero, ¿a quién le importa todo eso? Necesitamos más energía, ¿no es así? Sí: nuestra sociedad no puede funcionar un solo día sin nuestra dosis de petróleo barato, cuyas reservas sin embargo están menguando y sin que haya manera de sustituirlo por ninguna otra de las llamadas energías alternativas.


Hay una crisis energética a la vuelta de la esquina. Todo depende de si 20 o 40 años los consideremos corto, mediano o largo plazo. En realidad se van muy rápido, y las medidas que se tienen que tomar para prepararnos para ese momento no se están tomando. Cuando finalmente reconozcamos que estamos en una situación delicada quizás ya no sea mucho lo que se pueda hacer al respecto.


Lo que está en juego


Entonces tenemos una crisis energética, una crisis económica y una crisis social a la vuelta de la esquina, y esas son las que vamos a ver, por lo menos al principio. La verdadera crisis es sin embargo ambiental, de la que las otras no son más que manifestaciones y de la que eventualmente también terminaremos por darnos cuenta.


Vamos a ver qué tan grave es esta crisis. Empecemos por el petróleo. 95 millones de barriles son los que nuestra civilización industrial moderna necesita para seguir funcionando cada día, lo que son unos 15 mil millones de litros, de los que el 60 por ciento se quema como combustible. El otro 40% va para la industria petroquímica, que también es altamente contaminante por su propia cuenta. En los 120 años que han pasado desde que se empezaron a desarrollar los primeros automóviles nos las hemos arreglado para acabar con la mitad de las reservas probadas de petróleo; la segunda mitad no nos va a durar ni la tercera parte de ese tiempo. Actualmente hay mil millones de automóviles y vehículos de motor en todo el planeta, millones de fábricas produciendo toda clase de productos necesarios o superfluos que abarrotan las tiendas, y miles de centrales termoeléctricas quemando petróleo, carbón o gas natural las 24 horas del día para producir la electricidad de la que dependemos todos.


Estamos arrojando miles de millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera cada año; el porcentaje de CO2 en la atmósfera se había mantenido estable alrededor de 280 partículas por millón durante los últimos varios millones de años, pero desde la revolución industrial hace 250 años ese porcentaje ha aumentado a 400 partículas por millón. Este aumento ha sido exponencial; durante los primeros 100 o 150 años fue muy poco lo que cambió, y en los últimos 50 o 60 años la curva se disparó para arriba.


Los casquetes polares ya se están fundiendo, de aquí a unos cuantos años no habrá nada de hielo en el ártico durante el verano; el Panel Intergubernamental del Cambio Climático nos acaba de decir que no habrá una sola persona en el planeta que no sea afectado por el cambio climático; al mismo tiempo que estamos llevando a miles de especies a la extinción en lo que algunos ya empiezan a llamar la sexta extinción masiva de especies en los últimos 500 millones de años. Para que un evento de extinción se considere masivo el 50 por ciento o más de todas las especies existentes en un momento dado desaparece en un tiempo relativamente corto; ya ha sucedido en cinco ocasiones y al parecer está sucediendo de nuevo. Esto es coherente con el reporte que sacó hace poco el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en el que se llega a la conclusión de que más de la mitad de los animales salvajes que existían sobre la Tierra hace 40 años han desaparecido.

Esta dramática pérdida de biodiversidad está sucediendo delante de nuestros ojos, al mismo tiempo que estamos acabando con algo así como media hectárea de selva tropical cada segundo, que los bosques y los manglares están desapareciendo por todos lados, que estamos literalmente vaciando los océanos de vida y que el 90 por ciento de los peces grandes y mamíferos marinos han desaparecido, y que concentraciones de basura del tamaño de continentes flotan libremente en el océano en los giros del Pacífico y del Atlántico.


Ahora bien, yo no sé si valga la pena preocuparse por todo esto o si de plano no conviene hacer como todo mundo y enterrarse en nuestra realidad virtual y en nuestros programas de concursos, telenovelas y partidos de fútbol y pretender que no está pasando nada, pero pues a fin de cuentas lo que está en juego es el único planeta que tenemos. De aquí no nos vamos a ir a ningún lado.


Como aprendices de brujo


Hay una consideración más que hay que hacer con respecto a los combustibles fósiles. Esa cantidad enorme de petróleo, carbón y gas natural que estamos quemando se produjo durante cientos y cientos y miles de millones de años de actividad fotosintética en la que millones y millones de generaciones de plantas, algas y cianobacterias de los océanos absorbieron el exceso de dióxido de carbono y otros gases de la atmósfera, liberando oxigeno en el proceso. Durante tres mil millones de años la vida en el planeta tierra estuvo confinada a los océanos, y sólo hace apenas unos 500 millones de años cuando el nivel de oxigeno en la atmósfera aumentó lo suficiente fue que la vida empezó a poblar las tierras emergidas.


Durante eones de tiempo la naturaleza se encargó de retirar el exceso de dióxido de carbono de la atmósfera hasta hacerla respirable, y sólo entonces la vida se trasladó de los océanos a los continentes. Todo ese carbono quedo atrapado en las entrañas de la tierra y con el tiempo se convirtió en petróleo, carbón y gas natural. Y ahí se quedó mucho tiempo y la tierra se convirtió en un vergel y llegó a un estado clímax de máxima diversidad y de equilibrio dinámico, hasta que llegó nuestra especie que se apropió del planeta tierra y de todos sus recursos y en un lapso extremadamente breve de tiempo nos las hemos arreglado para liberar esas vastas acumulaciones de energía de nuevo al medio ambiente.


Cuando la primera fábrica a base de carbón se inauguró en algún lado de la campiña inglesa a mediados del siglo 18, al humo que salía de la chimenea no se le concedió la menor importancia. Total, se lo lleva el viento, han de haber pensado los gentlemen ingleses. Pues sí, se lo lleva el viento, pero resulta que no se lo lleva a ningún lado, porque todo se queda aquí, en la troposfera. Actualmente se liberan unos 27000 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera cada año.


Hay un documental de la NASA que cada semestre se los paso a mis alumnos en que en algún momento dicen que sin quererlo estamos conduciendo un incontrolable experimento sobre el sistema de soporte vital de la tierra, y no podemos predecir las consecuencias.


Sabemos que si no hay una reducción rápida y drástica en las emisiones de carbono a escala global la temperatura del planeta puede aumentar hasta unos seis grados a fines de siglo, y un aumento de por lo menos dos grados parece ya completamente inevitable incluso si se tomaran medidas inmediatas, que no se están tomando. Pero no es necesario esperarnos a fines de siglo, los efectos ya se están sintiendo. Los casquetes polares ya se están derritiendo, y el mítico paso del norte ya está abierto. Las tormentas tropicales cada vez son más fuertes, y las sequías más pronunciadas. Los refugiados ecológicos ya empezaron y a partir de algún momento se van a convertir en avalancha.


Es importante considerar que para el planeta tierra un cambio climático es algo relativamente normal. A lo largo de las eras geológicas la tierra ha pasado por muchas etapas de calentamiento y enfriamiento y una variación de seis o diez grados no es nada que la tierra no pueda llegar a asimilar. Son los efectos sobre la civilización y la población humana los que van a ser devastadores. La tierra es mucho más resiliente que nosotros, y ha estado aquí mucho antes y seguirá estando mucho después de nuestro paso por el mundo. Si la temperatura global aumenta seis o diez grados quizás le tome al planeta tierra unos cien mil años volver a recuperar las temperaturas a las que nosotros estamos acostumbrados; el planeta tierra tiene el tiempo y la paciencia necesarios para esperar. Somos nosotros los que tenemos que decidir si queremos vivir en un mundo así.


En algún momento se nos fue la bolita de las manos; como aprendices de brujo creemos que estamos en control del mundo natural cuando en realidad no tenemos ni idea de lo que estamos haciendo.


La era de la abundancia


Fue como si nos hubiéramos sacado la lotería. O como si nos hubiéramos encontrado un tesoro enterrado. Esas enormes reservas de energía que se formaron durante cientos de millones de años y que se habían mantenido bajo tierra durante otros cientos de millones de años más, de repente estaban ahí a nuestra disposición, esperando todo ese tiempo a que nosotros llegáramos y procediéramos a terminar con ellas en un lapso de doscientos años. Estamos hablando de procesos geológicos que se llevaron eternidades en producirse, que permitieron que la atmósfera de nuestro planeta se hiciera respirable, y que de la manera más despreocupada posible estamos revirtiendo a su condición original en un abrir y cerrar de ojos. No tenemos ni idea de las consecuencias.

Pero mientras tanto el petróleo ha sido generoso con nosotros. Nos ha permitido niveles de vida que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad hubieran sido inimaginables. Nunca tantas personas habían gozado de tantas cosas como las que tenemos ahora. Fue el petróleo el que permitió el desarrollo de nuestra sociedad tecnológica, con nuestras redes de telecomunicaciones y nuestros aviones con los que podemos cruzar continentes en cuestión de horas. Es el petróleo el que hizo posible que la sociedad en conjunto tuviera acceso a la educación pública, y que se construyeran escuelas y centros de salud por todos lados. El que permitió que surgiera una clase media, liberada de la necesidad de trabajar el campo, con una semana de cuarenta horas en el que el resto del tiempo se puede dedicar al ocio y al entretenimiento. Fue también el que nos dio nuestra cultura de masas, con espectáculos masivos de artes o deportes que podemos observar instantáneamente en nuestras pantallas de televisión a miles de kilómetros de distancia.

Fue el petróleo el que permitió también que nos multiplicáramos de manera desmedida, al relegar a un segundo plano todos aquellos factores que a lo largo de los siglos habían contribuido a mantener nuestros números dentro de ciertos límites. Con el petróleo vencimos los límites que la naturaleza nos marcaba.

Vivimos en la era de la abundancia. Que esa abundancia está muy mal repartida, por supuesto; que las cien personas más ricas del mundo tienen más riqueza que la mitad de la población del planeta tierra, también ya lo sabemos; que 50 mil personas mueren de hambre o de enfermedades fácilmente prevenibles cada día, de las cuales las dos terceras partes son niños menores de cinco años, pues también de alguna manera ya lo sabemos, aunque no queremos pensar mucho en ello; pero no deja de ser la era de la abundancia.

Las tiendas están repletas de mercancía. La tercera parte de los alimentos que se producen se desperdician. Montañas impresionantes de nuestros desperdicios se generan cada día. Sí, se nos va a recordar como la era de la abundancia. Y del despilfarro. De acabarnos todos los recursos, renovables o no renovables, y de no dejarles nada a los que vienen inmediatamente después. Probablemente así sea como se nos recuerde.

Vamos a ver. Nunca se habían producido tal cantidad de alimentos como se producen ahora. Pero ¿a costa de qué? De inyectarle enormes cantidades de fertilizantes químicos y pesticidas a la tierra para obligarla a producir más. En el momento en el que se dejen de utilizar estos fertilizantes y pesticidas la producción se va a venir para abajo. Estamos acabando con los bosques y las selvas tropicales para hacer potreros para producir carne o para hacer enormes plantaciones en las que se cosecha un solo producto como la caña de azúcar con la que producimos etanol con el que podemos mover nuestros automóviles.

Por el lado que le veamos estamos acabando con todo. Los recursos renovables nos los estamos acabando más rápido de lo que se pueden renovar. Los no renovables una vez que nos los acabemos se acabaron para siempre. Un día de estos nos vamos a despertar con una cruda fenomenal y a lo mejor resulta que toda esa abundancia se desvanece en el aire y que viéndola en perspectiva no resultó ser más que una ilusión.