por
David Cañedo Escárcega
Hablemos de energía
La
característica sobresaliente de nuestra civilización moderna es la
enorme cantidad de energía que utilizamos día con día. Ninguna otra
civilización a lo largo de la historia ha contado ni con una pequeña
fracción de la cantidad de energía que tenemos a nuestra disposición,
tanto en términos absolutos como en la energía disponible per capita.
Hasta tiempos muy recientes la única fuente real de energía con la que
contaba la gente era la leña, además del uso localizado del carbón y del
viento para tareas muy específicas. Antes de que existieran las grúas y
los tractores, fue la labor humana la que levantó las pirámides y
templos, los castillos y palacios, las murallas y partenones, y los
demás restos que nos quedan de la grandeza o los delirios de grandeza de
las pasadas civilizaciones.
Fue
a partir de la revolución industrial, hace apenas dos siglos y medio,
que se empezó a utilizar el carbón en gran escala, para que funcionaran
las máquinas de vapor que se empezaron a utilizar en la industria, los
ferrocarriles y los barcos. Durante 100 años el carbón se dio abasto
para satisfacer las necesidades de la naciente industria, pero llegó un
momento en que ya no era suficiente; el sistema seguía creciendo y se
necesitaban otras fuentes de energía. Y en algún momento se descubrió
que el petróleo era una fuente de energía más concentrada, más práctica,
más fácilmente extraíble y más maniobrable que el carbón, y que había
enormes depósitos de petróleo en diferentes partes del planeta,
esperando tan solo que los encontráramos.
El
primer pozo petrolero fue excavado en Pensilvania en 1859 pero fue con
la invención y el desarrollo del automóvil a fines del siglo 19 y
principios del 20 con el que entramos de lleno en la era del petróleo,
que habría de transformar por completo la manera de vivir en nuestras
sociedades y la manera de relacionarnos con el mundo.
Y
nos hicimos adictos al petróleo. Le encontramos toda clase de usos, y
en tan solo poco más de cien años nos hicimos tan completamente
dependientes de la substancia que nuestra sociedad moderna no podría
funcionar un solo día sin él. El petróleo es la sangre que corre por las
venas de nuestra sociedad industrial. Todo lo que vemos a nuestro
alrededor, todo aquello que consideramos normal, todo lo que forma parte
de nuestra vida cotidiana, es una función del petróleo. Eso incluye
nuestras tecnologías de las que estamos tan orgullosos y tan
dependientes, nuestros sistemas de transporte y telecomunicaciones, los
sistemas de producción y distribución de alimentos, los sistemas de
educación y salubridad pública tal y como los conocemos, todo esto ha
sido un producto de la era de los combustibles fósiles. Fueron los
combustibles fósiles también los que permitieron el aumento desordenado y
exponencial de la población humana, que se multiplicó 10 veces en los
últimos 250 años.
Pero
por más grandes que sean esos depósitos, el petróleo sigue siendo un
recurso finito y al ritmo al que lo estamos usando no puede durar
demasiado. A medida que entramos en el crepúsculo de la era de los
combustibles fósiles es posible que en algún momento nos demos cuenta
que todo ese progreso económico no ha sido más que un espejismo y que
vamos a tener que aprender a vivir de nuevo dentro de los límites que
nos marca un mundo finito que va a estar seriamente disminuido y con
niveles de población muy por encima de la capacidad portativa del
planeta tierra.
La
dependencia de nuestra sociedad moderna con respecto al petróleo es
total, pero el uso y abuso que le hemos dado no viene sin un precio, que
quizás resulte ser demasiado alto. Han sido los combustibles fósiles
los que finalmente inclinaron la balanza del precario equilibrio que
manteníamos con el mundo natural, y en este momento no podemos predecir
las consecuencias.
Una situación complicada
El
problema con los combustibles fósiles no es demasiado difícil de
entender. El meollo del asunto es que nos hicimos completamente
dependientes de ellos y no podemos vivir un solo día sin una masiva
utilización del petróleo, el carbón y el gas natural. La demanda actual
de petróleo en todo el mundo en el año 2016 está alrededor de los 95
millones de barriles diarios (mbd). Me puse a hacer cuentas. Un barril
tiene 159 litros, y eso da 15,100 millones de litros diarios. Si se
pusieran en un contenedor de una hectárea de base (100X100 metros), éste
debería tener una altura de más de kilómetro y medio para que quepa la
cantidad de combustible que consumimos diariamente en el planeta. A mí
me parece que es mucho, pero resulta que no es suficiente. La demanda
sigue en aumento y necesitamos más y más.
Sin
embargo, desde 1970 estamos consumiendo más petróleo de lo que lo
estamos encontrando y las reservas probadas están menguando. La época
del descubrimiento de los grandes y accesibles pozos petroleros ya pasó,
y aunque todavía quedan reservas sustanciales al ritmo al que las
estamos usando no pueden durar más de unas cuantas décadas. Esto es
importante recalcarlo: la era del petróleo abundante y fácilmente
accesible está a punto de terminar. Hubo un tiempo en que era suficiente
escarbar en algún lado para que el petróleo brotara; ahora hay que irlo
a sacar al fondo del océano o en climas extremos como el ártico o en
regiones políticamente inestables.
Sin
embargo, no hay la menor planeación o preparación a corto, mediano o
largo plazo para el inevitable e inminente momento en el que la
producción de petróleo, que está empezando a entrar en una fase de
contracción, ya no pueda satisfacer a la demanda, que sigue aumentando.
Ni siquiera se reconoce que exista una problemática. Seguimos actuando
como si 20 o 40 años fueran largo plazo, incapaces de actuar o ni
siquiera pensar en lo que vamos a hacer cuando esa energía deje de estar
a nuestra disposición.
Lo
que define el momento geopolítico actual en nuestro mundo es la lucha
por el control de las reservas probadas de petróleo. Existe un imperio
acostumbrado a vivir más allá de sus medios y a derrochar los recursos,
que con el cinco por ciento de la población mundial consume la tercera
parte de la energía, con niveles insostenibles de deuda y desesperado
por mantener su estatus de potencia unipolar. Este imperio se va a
invadir todos los países donde hay petróleo y al parecer no le importa
provocar una guerra nuclear con Rusia porque ya se fastidió de que los
rusos quieran seguir una política económica independiente. A China
también la tienen en la mira, y la están rodeando por todos lados con
bases y portaaviones en lo que llaman una política de “contención”.
La
guerra por los recursos ya comenzó. Política y económicamente ya están
en guerra. A Rusia la están tratando de estrangular económicamente por
sus intenciones de abandonar el petrodólar y crear una opción
alternativa a la tiranía del dólar. A China, que es su principal
acreedor, le siguen pagando miles de millones de dólares en bonos de la
reserva federal, que es solo papel impreso o datos en una computadora y
no tienen nada que los respalde, o algo así. Y mientras tanto todo mundo
se sigue armando hasta los dientes, se gasta más en armamento que en
cualquier otro gasto público, y eso incluye educación, salubridad e
infraestructura, y las potencias se niegan a abandonar la opción nuclear
y desmantelar los miles de ojivas en estado operativo, al mismo tiempo
que la demanda de petróleo va en aumento y las reservas probadas
disminuyen.
Es una situación complicada. Y corre el riesgo de ponerse más caótica.
Nuestra
civilización industrial moderna está siguiendo el mismo camino por el
que han pasado tantas otras civilizaciones a lo largo de la historia.
Las civilizaciones crecen hasta donde pueden, acaban con todos los
recursos a su alcance, y se enfrascan en una serie interminable de
guerras para asegurar el control de los últimos recursos. ¿Será que no
hemos aprendido nada de la historia?
Un encontronazo con la realidad
Vamos
a ver cómo está la situación del petróleo en México. Hubo un tiempo en
que el petróleo en México era abundante. ¿Sí se acuerdan de aquel
presidente que nos dijo que teníamos que prepararnos para administrar la
abundancia? Esa abundancia finalmente sí llegó, aunque nunca supimos
administrarla. Procedimos a explotarla lo más rápido que se pudo y los
beneficios, como era de esperarse, terminaron por concentrarse; en
cualquier caso el nivel de vida, de consumo y la población del país se
duplicaron en los últimos 40 años, gracias a toda esa energía que se
hizo correr por el sistema.
2007
fue el año en que la producción de petróleo llegó a su punto máximo,
con casi tres millones y medio de barriles diarios, que es mucho. Desde
entonces la producción ha descendido en más de un millón de barriles
diarios, y actualmente está alrededor de los dos millones y medio. La
mayor parte de los pozos petrolíferos en México se encuentran en la fase
de declinación de su producción; Cantarell, en la sonda de Campeche,
que durante mucho tiempo fue el principal productor de crudo en el país,
ha visto disminuir su producción en algo así como el 50 por ciento en
los últimos seis o siete años.
Al
mismo tiempo la demanda va en aumento; en el país las necesidades
diarias de petróleo son de algo más de dos millones de barriles. La
población sigue creciendo, hay más automóviles e industria por todos
lados, todo mundo quiere tener electricidad y cuando se tiene se
desperdicia, y en algún momento no muy lejano, dentro de unos cuantos
años, la oferta no podrá satisfacer a la demanda: la producción va para
abajo y la demanda va para arriba; hay una imposibilidad física de
mantener el ritmo. De ser un país exportador de petróleo en algún
momento lo vamos a tener que importar. Con qué divisas, quién sabe;
porque resulta que el sector energético proporciona algo así como el 40%
de los ingresos fiscales de la nación. Podemos hacer toda clase de
especulaciones sobre qué vamos a hacer cuando esos ingresos
desaparezcan, pero lo más seguro es que nos espera un duro encontronazo
con la realidad.
Es
en este contexto que hay que entender la reforma energética que
promueve la presente administración. Lo primero que tenemos que entender
de esta reforma es que nosotros bailamos al son que nos tocan allá
arriba. Allá arriba ni siquiera es Washington, es el Gran Capital
Trasnacional (GCT). El GCT quiere nuestro petróleo, el GCT se las
arregla y finalmente lo obtiene. Todas las grandes compañías petroleras
están salivando y no ven el momento de empezar a hacer los grandes
negocios con nosotros. ExxonMobil, Chevron, Shell, BP, ConocoPhillips, y
muchas más están listas para sumarse a la bonanza. El Gran Capital de
cualquier parte del mundo es bienvenido en México, y se espera tener a
cientos de compañías operando en cualquier proyecto relacionado con el
sector. Todo está abierto al mejor postor.
El
petróleo fácilmente accesible y explotable ya nos lo echamos y ahora
vamos a ir a donde tengamos que ir y hacer lo que se tenga que hacer con
tal de sacar hasta la última gota de petróleo del suelo. Y le vamos a
abrir las puertas al dichoso fracking, y seguramente habrá más derrames
en el océano, y el impacto ecológico será impresionante pero, ¿a quién
le importa todo eso? Necesitamos más energía, ¿no es así? Sí: nuestra
sociedad no puede funcionar un solo día sin nuestra dosis de petróleo
barato, cuyas reservas sin embargo están menguando y sin que haya manera
de sustituirlo por ninguna otra de las llamadas energías alternativas.
Hay
una crisis energética a la vuelta de la esquina. Todo depende de si 20 o
40 años los consideremos corto, mediano o largo plazo. En realidad se
van muy rápido, y las medidas que se tienen que tomar para prepararnos
para ese momento no se están tomando. Cuando finalmente reconozcamos que
estamos en una situación delicada quizás ya no sea mucho lo que se
pueda hacer al respecto.
Lo que está en juego
Entonces
tenemos una crisis energética, una crisis económica y una crisis social
a la vuelta de la esquina, y esas son las que vamos a ver, por lo menos
al principio. La verdadera crisis es sin embargo ambiental, de la que
las otras no son más que manifestaciones y de la que eventualmente
también terminaremos por darnos cuenta.
Vamos
a ver qué tan grave es esta crisis. Empecemos por el petróleo. 95
millones de barriles son los que nuestra civilización industrial moderna
necesita para seguir funcionando cada día, lo que son unos 15 mil
millones de litros, de los que el 60 por ciento se quema como
combustible. El otro 40% va para la industria petroquímica, que también
es altamente contaminante por su propia cuenta. En los 120 años que han
pasado desde que se empezaron a desarrollar los primeros automóviles nos
las hemos arreglado para acabar con la mitad de las reservas probadas
de petróleo; la segunda mitad no nos va a durar ni la tercera parte de
ese tiempo. Actualmente hay mil millones de automóviles y vehículos de
motor en todo el planeta, millones de fábricas produciendo toda clase de
productos necesarios o superfluos que abarrotan las tiendas, y miles de
centrales termoeléctricas quemando petróleo, carbón o gas natural las
24 horas del día para producir la electricidad de la que dependemos
todos.
Estamos
arrojando miles de millones de toneladas de dióxido de carbono a la
atmósfera cada año; el porcentaje de CO2 en la atmósfera se había
mantenido estable alrededor de 280 partículas por millón durante los
últimos varios millones de años, pero desde la revolución industrial
hace 250 años ese porcentaje ha aumentado a 400 partículas por millón.
Este aumento ha sido exponencial; durante los primeros 100 o 150 años
fue muy poco lo que cambió, y en los últimos 50 o 60 años la curva se
disparó para arriba.
Los
casquetes polares ya se están fundiendo, de aquí a unos cuantos años no
habrá nada de hielo en el ártico durante el verano; el Panel
Intergubernamental del Cambio Climático nos acaba de decir que no habrá
una sola persona en el planeta que no sea afectado por el cambio
climático; al mismo tiempo que estamos llevando a miles de especies a la
extinción en lo que algunos ya empiezan a llamar la sexta extinción
masiva de especies en los últimos 500 millones de años. Para que un
evento de extinción se considere masivo el 50 por ciento o más de todas
las especies existentes en un momento dado desaparece en un tiempo
relativamente corto; ya ha sucedido en cinco ocasiones y al parecer está
sucediendo de nuevo. Esto es coherente con el reporte que sacó hace
poco el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en el que se llega a la
conclusión de que más de la mitad de los animales salvajes que existían
sobre la Tierra hace 40 años han desaparecido.
Esta
dramática pérdida de biodiversidad está sucediendo delante de nuestros
ojos, al mismo tiempo que estamos acabando con algo así como media
hectárea de selva tropical cada segundo, que los bosques y los manglares
están desapareciendo por todos lados, que estamos literalmente vaciando
los océanos de vida y que el 90 por ciento de los peces grandes y
mamíferos marinos han desaparecido, y que concentraciones de basura del
tamaño de continentes flotan libremente en el océano en los giros del
Pacífico y del Atlántico.
Ahora
bien, yo no sé si valga la pena preocuparse por todo esto o si de plano
no conviene hacer como todo mundo y enterrarse en nuestra realidad
virtual y en nuestros programas de concursos, telenovelas y partidos de
fútbol y pretender que no está pasando nada, pero pues a fin de cuentas
lo que está en juego es el único planeta que tenemos. De aquí no nos
vamos a ir a ningún lado.
Como aprendices de brujo
Hay
una consideración más que hay que hacer con respecto a los combustibles
fósiles. Esa cantidad enorme de petróleo, carbón y gas natural que
estamos quemando se produjo durante cientos y cientos y miles de
millones de años de actividad fotosintética en la que millones y
millones de generaciones de plantas, algas y cianobacterias de los
océanos absorbieron el exceso de dióxido de carbono y otros gases de la
atmósfera, liberando oxigeno en el proceso. Durante tres mil millones de
años la vida en el planeta tierra estuvo confinada a los océanos, y
sólo hace apenas unos 500 millones de años cuando el nivel de oxigeno en
la atmósfera aumentó lo suficiente fue que la vida empezó a poblar las
tierras emergidas.
Durante
eones de tiempo la naturaleza se encargó de retirar el exceso de
dióxido de carbono de la atmósfera hasta hacerla respirable, y sólo
entonces la vida se trasladó de los océanos a los continentes. Todo ese
carbono quedo atrapado en las entrañas de la tierra y con el tiempo se
convirtió en petróleo, carbón y gas natural. Y ahí se quedó mucho tiempo
y la tierra se convirtió en un vergel y llegó a un estado clímax de
máxima diversidad y de equilibrio dinámico, hasta que llegó nuestra
especie que se apropió del planeta tierra y de todos sus recursos y en
un lapso extremadamente breve de tiempo nos las hemos arreglado para
liberar esas vastas acumulaciones de energía de nuevo al medio ambiente.
Cuando
la primera fábrica a base de carbón se inauguró en algún lado de la
campiña inglesa a mediados del siglo 18, al humo que salía de la
chimenea no se le concedió la menor importancia. Total, se lo lleva el
viento, han de haber pensado los gentlemen ingleses. Pues sí, se lo
lleva el viento, pero resulta que no se lo lleva a ningún lado, porque
todo se queda aquí, en la troposfera. Actualmente se liberan unos 27000
millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera cada año.
Hay
un documental de la NASA que cada semestre se los paso a mis alumnos en
que en algún momento dicen que sin quererlo estamos conduciendo un
incontrolable experimento sobre el sistema de soporte vital de la
tierra, y no podemos predecir las consecuencias.
Sabemos
que si no hay una reducción rápida y drástica en las emisiones de
carbono a escala global la temperatura del planeta puede aumentar hasta
unos seis grados a fines de siglo, y un aumento de por lo menos dos
grados parece ya completamente inevitable incluso si se tomaran medidas
inmediatas, que no se están tomando. Pero no es necesario esperarnos a
fines de siglo, los efectos ya se están sintiendo. Los casquetes polares
ya se están derritiendo, y el mítico paso del norte ya está abierto.
Las tormentas tropicales cada vez son más fuertes, y las sequías más
pronunciadas. Los refugiados ecológicos ya empezaron y a partir de algún
momento se van a convertir en avalancha.
Es
importante considerar que para el planeta tierra un cambio climático es
algo relativamente normal. A lo largo de las eras geológicas la tierra
ha pasado por muchas etapas de calentamiento y enfriamiento y una
variación de seis o diez grados no es nada que la tierra no pueda llegar
a asimilar. Son los efectos sobre la civilización y la población humana
los que van a ser devastadores. La tierra es mucho más resiliente que
nosotros, y ha estado aquí mucho antes y seguirá estando mucho después
de nuestro paso por el mundo. Si la temperatura global aumenta seis o
diez grados quizás le tome al planeta tierra unos cien mil años volver a
recuperar las temperaturas a las que nosotros estamos acostumbrados; el
planeta tierra tiene el tiempo y la paciencia necesarios para esperar.
Somos nosotros los que tenemos que decidir si queremos vivir en un mundo
así.
En
algún momento se nos fue la bolita de las manos; como aprendices de
brujo creemos que estamos en control del mundo natural cuando en
realidad no tenemos ni idea de lo que estamos haciendo.
La era de la abundancia
Fue
como si nos hubiéramos sacado la lotería. O como si nos hubiéramos
encontrado un tesoro enterrado. Esas enormes reservas de energía que se
formaron durante cientos de millones de años y que se habían mantenido
bajo tierra durante otros cientos de millones de años más, de repente
estaban ahí a nuestra disposición, esperando todo ese tiempo a que
nosotros llegáramos y procediéramos a terminar con ellas en un lapso de
doscientos años. Estamos hablando de procesos geológicos que se llevaron
eternidades en producirse, que permitieron que la atmósfera de nuestro
planeta se hiciera respirable, y que de la manera más despreocupada
posible estamos revirtiendo a su condición original en un abrir y cerrar
de ojos. No tenemos ni idea de las consecuencias.
Pero
mientras tanto el petróleo ha sido generoso con nosotros. Nos ha
permitido niveles de vida que en cualquier otro momento de la historia
de la humanidad hubieran sido inimaginables. Nunca tantas personas
habían gozado de tantas cosas como las que tenemos ahora. Fue el
petróleo el que permitió el desarrollo de nuestra sociedad tecnológica,
con nuestras redes de telecomunicaciones y nuestros aviones con los que
podemos cruzar continentes en cuestión de horas. Es el petróleo el que
hizo posible que la sociedad en conjunto tuviera acceso a la educación
pública, y que se construyeran escuelas y centros de salud por todos
lados. El que permitió que surgiera una clase media, liberada de la
necesidad de trabajar el campo, con una semana de cuarenta horas en el
que el resto del tiempo se puede dedicar al ocio y al entretenimiento.
Fue también el que nos dio nuestra cultura de masas, con espectáculos
masivos de artes o deportes que podemos observar instantáneamente en
nuestras pantallas de televisión a miles de kilómetros de distancia.
Fue
el petróleo el que permitió también que nos multiplicáramos de manera
desmedida, al relegar a un segundo plano todos aquellos factores que a
lo largo de los siglos habían contribuido a mantener nuestros números
dentro de ciertos límites. Con el petróleo vencimos los límites que la
naturaleza nos marcaba.
Vivimos
en la era de la abundancia. Que esa abundancia está muy mal repartida,
por supuesto; que las cien personas más ricas del mundo tienen más
riqueza que la mitad de la población del planeta tierra, también ya lo
sabemos; que 50 mil personas mueren de hambre o de enfermedades
fácilmente prevenibles cada día, de las cuales las dos terceras partes
son niños menores de cinco años, pues también de alguna manera ya lo
sabemos, aunque no queremos pensar mucho en ello; pero no deja de ser la
era de la abundancia.
Las
tiendas están repletas de mercancía. La tercera parte de los alimentos
que se producen se desperdician. Montañas impresionantes de nuestros
desperdicios se generan cada día. Sí, se nos va a recordar como la era
de la abundancia. Y del despilfarro. De acabarnos todos los recursos,
renovables o no renovables, y de no dejarles nada a los que vienen
inmediatamente después. Probablemente así sea como se nos recuerde.
Vamos
a ver. Nunca se habían producido tal cantidad de alimentos como se
producen ahora. Pero ¿a costa de qué? De inyectarle enormes cantidades
de fertilizantes químicos y pesticidas a la tierra para obligarla a
producir más. En el momento en el que se dejen de utilizar estos
fertilizantes y pesticidas la producción se va a venir para abajo.
Estamos acabando con los bosques y las selvas tropicales para hacer
potreros para producir carne o para hacer enormes plantaciones en las
que se cosecha un solo producto como la caña de azúcar con la que
producimos etanol con el que podemos mover nuestros automóviles.
Por
el lado que le veamos estamos acabando con todo. Los recursos
renovables nos los estamos acabando más rápido de lo que se pueden
renovar. Los no renovables una vez que nos los acabemos se acabaron para
siempre. Un día de estos nos vamos a despertar con una cruda fenomenal y
a lo mejor resulta que toda esa abundancia se desvanece en el aire y
que viéndola en perspectiva no resultó ser más que una ilusión.